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España España · Rivas Vaciamadrid
Críticas de Fernando
Críticas 1
Críticas ordenadas por utilidad
7
12 de marzo de 2017
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
No había vuelto a ver "La gran aventura" ("Custer of the West") desde mi niñez, justo cuando se estrenó en España, pero conservaba un grato recuerdo de ella. Tras revisarla de nuevo, tengo que decir que no me ha defraudado, a pesar de los muchos años transcurridos y también a pesar de sus limitaciones, ya comentadas por otros críticos y aficionados en otros foros.
La película se ve con interés, desde el principio hasta el trágico y previsible final, y eso dice mucho a su favor. A ello contribuye muy especialmente el brillante trabajo de Robert Shaw, cuya atractiva y poderosa presencia llena indiscutiblemente la pantalla. El personaje de George Armstrong Custer queda aquí definido de una manera mucho más acertada y, seguramente más próxima a la realidad, que el encarnado por Errol Flynn en "Murieron con las botas puestas", una versión edulcorada y pseudo-histórica de los hechos narrados que resulta muy poco creíble. En "La gran aventura" se aprecia una dualidad interesante en el personaje de Custer: por un lado, su espíritu guerrero y aventurado, propio de un gran militar, deseoso siempre de entrar en acción, y por otro lado su acertada percepción de la triste realidad de los indios, un pueblo amenazado de forma inexorable por el progreso de los blancos, con su avanzada tecnología, su ferrocarril, la ambición desmedida ante los recién descubiertos yacimientos auríferos, y su imparable expansión hacia el Oeste. En este último sentido, en la película que comentamos, Custer parece dar crédito también a otra voz especialmente crítica con el papel de los blancos (que violan todos los pactos) y firme defensora de los indígenas: el joven capitán Benteen, encarnado por Jeffrey Hunter (el Jesús de Nazareth de "Rey de Reyes").
En fin, la película se añade a la larga filmografía norteamericana del género western que aborda un tema recurrente, el del desigual conflicto armado entre la joven nación norteamericana y las tribus indias del Oeste profundo, que se saldó de forma desastrosa en contra de éstas últimas, como bien se sabe. La batalla de Litttle Big Horn constituye un episodio muy singular en todo este proceso, precisamente porque contra todo pronóstico un destacamento militar moderno, bien entrenado y equipado, fue aniquilado por una fuerza indígena en teoría mucho más atrasada, aunque también es cierto que muy superior en número. Algo parecido sucedería casualmente apenas 3 años después, en 1879, muy lejos de aquel hermoso escenario del norte de los EE.UU.: me refiero a la batalla de Isadhlwana, en Sudáfrica, en la que una numerosa fuerza nativa zulú aplastó a un importante contingente del ejército imperial británico (hecho también llevado al cine). Quizás por las similares circunstancias, ambos episodios han llegado hasta nuestros días con un cierto aura de romanticismo.
Termino ya. Esta película me ha servido de algún modo para reencontrarme conmigo mismo, con aquel chico de 13 o 14 años que asistía embelesado a una sesión de Cinerama en la sala Albéniz, de Madrid, en aquellos lejanos años sesenta, y también para reflexionar de nuevo sobre un tema viejo que nunca pasa de moda: el eterno conflicto entre la naturaleza (en este caso, un pueblo indígena que vivía en armonía con el medio) y el progreso humano, un progreso ciertamente del que pocas veces puede uno sentirse orgulloso.
Fernando
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