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Críticas de Joan Ramirez
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Críticas 124
Críticas ordenadas por utilidad
7
4 de junio de 2011
28 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡No, no, no, y no! ¡No es una película setentera! Al contrario, aunque sea de 1976, es la última gran película de los sesenta. La responsabilidad de esto recae en la banda sonora de Henry Manccini, buenísima y encantadoramente desfasada. Además, tiene un guión sólido, a medias entre el suspense, la acción y lo cómico, capaz de vertebrar los tres aspectos sin mezclarlos. Hey: todo un mérito, eh.

Realmente… ¿cómo puede alguien decir, como he leído por aquí, que la música es tipo “Vacaciones en el Mar”? ¡Pero si es un flechazo directo a lo mejorcito de Henry Manccini! Para mi sorpresa, me ha parecido incluso mejor que la banda sonora de Desayuno con Diamantes o Charada, ambas del padre musical de la Pantera Rosa. Todavía no he tenido tiempo de hacerme con ella, pero algunos fragmentos, inspirados en el tren y su marcha, son fenomenales. Aunque, en fin, el tren ha inspirado tantas melodías… Recomiendo la banda sonora de “Pelham, uno, dos, tres”, la original, la del 74, no el espantoso remake de hace poco. Si tienes ocasión de escucharla en un vagón de metro, con unos auriculares, David Shire te llegará hasta la médula. ¡Eso sí que es dinamita de los setenta!

De la parte cómica, destaco los diálogos del principio. Realmente, subiditos de tono, me ha sorprendido. En parte parece que inauguran el humor absurdo de “Aterriza como puedas”. Aunque también hay gags tipo Buster Keaton, de trompadas, porrazos y equilibrismos.

Acabo. No puedo dejar de destacar que la fotografía también es realmente elegante y potente, de principio a fin. Y mención para el final: eso sí que es cine impactante de los setenta. ¡Cuánto más me gustan los efectos especiales bien hechos de antes de la era digital!
Joan Ramirez
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3
9 de agosto de 2011
44 de 62 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Quién te caería mejor, un tipo que tiene un Rolls Royce y lo usa con la despreocupación de un utilitario, o bien otro que lo besara en el garaje antes de ir a dormir? A mi, el primero, y es en lo único que me complace el protagonista. Por lo demás, la película es poco más que el retrato de un pijillo prepotente y ye-ye.

Da la pura sensación de que el montador hubiera perdido dos o tres rollos importantes de la pelícua y hubiera estirado como un chicle pasajes intrascendentes. Entonces es cuando aparece alguien y dice algo así como "Antonioni confiere al espectador la oportunidad de crear él mismo la obra de arte".

Todavía me estoy riendo.
Joan Ramirez
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7
24 de febrero de 2012
23 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya está aquí, por fin disponible en todos los mercados de Occidente: la nueva Barbie Bourbon. Mattel se disculpa porque, en esta ocasión, no vendrá acompañada por Kent. Los laboratorios de la empresa estadounidense lo intentaron, pero cada vez que acercaban a esta Barbie un muñeco masculino, guapo o feo, se disparaba un resorte inesperado y la nueva muñeca, con una voz rota impropia de su belleza inmarcesible, decía: “¡quita bicho!”. El fenómeno era especialmente palpable por las mañanas.

Así pues, para compensar tan terrible incompatibilidad, Mattel complementa a Barbie Bourbon con diversos accesorios: un encantador perrito Pomerania (tan blanco como la inocencia infantil…), un ligero ordenador portátil de la casa Apple, un Mini Cooper y, sobre todo, un breve pero enjundioso opúsculo titulado “Jordi Labanda ¿creador de realidades o espejo del mundo?”.

¿Y el abolengo del apellido? Bueno… la botella de tío Jack se la procura ella solita.

Fin de la broma. Agradezco muy mucho las críticas en que explicáis que “Young Adult” no es una comedia. La comicidad del cartel puede inducir a error porque ya la tenía descartada. El film, aunque tenga tintes de humor, está más cerca del drama que de otra cosa: el drama del alcoholismo, tantas veces etiquetado de “depresión” poniendo siempre el carro por delante del burro.

Charlize Theron está sencillamente PERFECTA en su papel de mantis religiosa. Asusta y supera en sofisticación el increíble papel con el que ya nos dejó pasmados en “Monster” (2003). Al que sepa escuchar a sus ancestros y haya oído hablar del “mito de la devoración del pene” le pasará como a mí: se va a sorprender cruzando y apretando las piernas en la oscuridad del cine.

Mención aparte para el personaje de su friki amigo. A estas alturas ¿quién no conoce a algún cuarentón devoto de Star Treck, que vive con sus padres, se pasa el día haciendo maquetas o conectado a Internet, y se mata a pajas? Es lo que hay. Definitivamente, hay que seguir a Diablo Cody, guionista de este film y de la otra perla que es “Juno” (2007).

En resumen: reveladora historia, narrada con buen pulso y atrevimiento. La fotografía, siendo lo de menos, es realmente buena. Atención a los planos de detalle de la radio del coche. Interesante y agradable también la banda sonora. El final resulta un pelín confuso y, a mi juicio, es lo menos acertado del film, pero bueno… aquí ha de juzgar cada uno.

Acabo. En las facultades de Psicología, en las que, al margen del temario de hace 70 años, realmente no saben qué enseñar, ahora se discute si el cine hace al hombre o el hombre al cine. Son las procelosas aguas de la “psicología construccionista”.

Pobre Barbie Bourbon: le va a costar mucho encontrar ayuda.
Joan Ramirez
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9
10 de marzo de 2012
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
El “tono” de una película es su argamasa, el esqueleto que la aguanta. Si no lo pierde y está filmada con sinceridad y convicción, entonces es como una de esas sopas a las que le puedes echar de todo (o casi…), que siempre quedará bien.

El secreto de “Ruta Suicida” es que se trata de la película con menos pamplinas que he visto en muchísimo tiempo. Como dice Ben Wade, es una película de acción realmente seca. A mí, además, me parece todo un western: sin indios, ni sheriff, ni pistolas, ni whiskey, ni caballos, ni póker, ni pianistas con bombín.

Pero sí hay un grupo de rudos camioneros que viven en una pensión como si vivieran en un rancho; que trabajan para un patrón que impone su ley al margen de la del mundo; que van al baile del pueblo como si entraran en el “saloon” y acaban a puñetazos con todo el mundo; que tienen un líder malvado y despreciable muy, pero que muy a la altura del Liberty Valance de John Ford y Lee Marvin, ahora interpretado por Patrick McGoohan, al que realmente cuesta reconocer en su juventud, y que hace un papel extraordinario. Y, como en tantas películas del oeste, hay un duelo con el protagonista.

Las escenas de acción son inusitadamente trepidantes y están rodadas de narices. Sin ser un entendido, yo diría que el montaje es sublime. Por otra parte, la cámara subjetiva de los camiones es una pura locura. Es muy probable que en los diez primeros minutos de película te tengas que agarrar a la silla y se te salgan los ojos de las órbitas.

El papel protagonista de Stanley Baker –y su interpretación– quizás sea lo que menos me ha convencido, seguramente porque es el personaje que peor lo pasa y, al contrario de la corriente general, es el que más titubea (dudar siempre es sufrir). No importa: queda ampliamente compensado por el estupendo trabajo de Herbert Lom en el papel de italiano expatriado, el más sensible de la caterva que, además, se ha de llevar la peor parte del triángulo amoroso que la película también incluye. Si se le puede escuchar en versión original, mejor que mejor.

Guión inteligente, muy bien trazado, y con un giro final digno de sir Alfred que es una pequeña delicia.

En fin… al hilo de lo que decía al principio, pasen y vean esta historia de orgullo, ambición, cárcel y estigma; deseo, velocidad, sentimiento de culpa; amistad, asesinato, explotación; contubernio, perdón, justicia y muerte.

¡Casi na!
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Joan Ramirez
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7
19 de agosto de 2012
23 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
A Ryan O’neal se lo llevó la cocaína por delante. Podía haber sido un grandísimo actor y traspasar la década de los setenta aprendiendo a moverse en más registros que el del de chico guapo, santurrón o gamberro, con que destacó en Love Story (1970) o Barry Lyndon (1970). Le pasó un poco como a Mickey Rourke en la década siguiente: no supo pasar a los noventa con dignidad. Dos mastuerzos, pues, con apellidos de resonancias irlandesas y que, además, tienen el boxeo en común: el primero al inicio de su carrera, el segundo, en el ocaso de su buena época. Entre el boxeo y la coca, juro que no sé cómo ambos dos aún tienen nariz en la cara.

Bien, vayamos a la peli que nos ocupa. El guión no es ningún prodigio, narra una historia seca, motorizada, inverosímil y setentera: el ladrón apodado “cowboy” conduce como Dios, habla poco, viste a lo Travolta en Fiebre del Sábado Noche, escucha música country con un pequeño transistor en los cochambrosos hoteles en que reposa de sus trepidantes latrocinios, y alquila sus servicios de escapista motorizado a bellacos atracadores. No lleva pistola, pero suelta unas leches de cuidado.

Si ya han visto Drive (2011) a estas alturas de la crítica ya deben sentirse tan escandalizados como yo al ver esta película. Lo de Winding Refn no tiene nombre. Si todo el mundo coincide en que la peli del danés está “traspasada por múltiples influencias”, yo me atrevo a decir que es casi un plagio de ésta y añado, en mi lengua madre, que es un “bandarra”. Cuando critiqué “Drive” ya dije que el protagonista, con su escorpión en la espalda, en realidad era el hijo de la cobra. Pues bien… resulta que tenía un hermano mayor clavadito, oiga. “Driver”… “Drive”… ¡Hostia, Nicolás, es que no tienes vergüenza, tío!

Si te gustan los muscle cars de los setenta y las persecuciones bien hechas, esta película es de OBLIGADO visionado. Las escenas están rodadas de narices y los coches rugen y chirrían con esa potente elegancia que después desterraran todos los horteras del tunning. Aquí no hay ni pegatinas, ni alerones, ni tatuajes, ni coches de inyección directa. Aquí los carburadores Weber se alinean de cuatro en cuatro bajo el capó para goce y disfrute de los oídos avezados y desesperación de los mecánicos que los tenían que ajustar. ¡Oh, yeah!

El guión, como he dicho, no mata, aunque realmente tampoco importa. Me sabe mal que maltrate al inspector encarnado por Bruce Dern, porque ese actor sí que me gusta realmente y no sé por qué no ha destacado más en su carrera. Quizás es que le tenga cariño porque después de ver “Naves Misteriosas” (1972) en mi tierna infancia quise ser él. Se trata de una peli fascinante si la ves de pequeño, de verdad, y tiene unos títulos de crédito preciosos. No digo más.

Acabo ya. Él último descubrimiento que me ha proporcionado esta peli es Isabelle Adjani, una auténtica preciosidad encarnando a una fría ludópata en una época en que las mujeres eran mejor tratadas por el cine comercial, se las trataba como a personas y no como a objetos, y no hacía falta siliconarlas para que “quedaran bien” junto a un coche.

Sólo un poco de pintalabios de la Adjani sobre el asfalto y me veo derrapando doscientos metros.
Joan Ramirez
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