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Voto de Macarrones:
4
Drama Renacimiento italiano, principios del siglo XVI (Cinquecento). Cuando el papa Julio II (Rex Harrison) encarga a Miguel Ángel (Charlton Heston) que pinte el techo de la Capilla Sixtina, el artista rechaza el trabajo. El Papa lo obliga a aceptarlo, pero Miguel Ángel destruye su obra y huye de Roma. Cuando, por fin, reanuda el proyecto, éste se convierte en un enfrentamiento de férreas voluntades, avivado por constantes diferencias ... [+]
18 de abril de 2010
20 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Destartalada película que recrea las relaciones (por una parte y principalmente) entre el papa Julio II y Miguel Ángel (esto más o menos funciona gracias al carisma de los actores) y (por otra parte) entre Miguel Ángel y una hija de Lorenzo el Magnífico (la pibita no se había enterado de que M.Á. era gay; bueno, Charlton Heston tampoco y el guionista menos, porque lo llega a negar; el caso es que esta segunda trama de la película es una catástrofe y no hay por dónde cogerla). La profundidad psicológica de los personajes es muy endeble (aparte de que se salte con pértiga sobre la sexualidad del artista, su caracterización me parece muy plana y chirriante); la película tiende a lo envarado y a lo inverosímil, los episodios están mal hilados, las escenas de acción deficientemente rodadas y muy a menudo todo parece un carnaval de pelucones, leotardos y cartón fallero (además, se pone verde al pobre Bramante y a Rafael se le pinta –nunca mejor dicho– como un niñato). Como si fuera una ópera, la película tiene una absurda obertura en forma de documental sobre la labor escultórica de Miguel Ángel; a mitad de metraje la historia se interrumpe con un intermezzo sinfónico, como si fuera «Cavalleria rusticana», en el que la pantalla se queda en negro y se oye una musiquilla orquestal (en casa, por supuesto, aprovechamos para ir a mear, así que en esto le estamos muy agradecidos a Carol Reed). La película, como digo, no vale gran cosa, pero se deja ver un domingo por la tarde. Con un poco de buena voluntad uno puede entender por qué encantó a la generación de nuestros padres, que todavía la citan como ejemplo de buena película, de las que ya no se hacen (afortunadamente, digo yo).
Macarrones
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