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Voto de Strhoeimniano:
10
Cine negro. Drama Joe Gillis es un joven escritor de segunda fila que, acosado por sus acreedores, se refugia casualmente en la mansión de Norma Desmond, antigua estrella del cine mudo, que vive fuera de la realidad, acompañada únicamente de su fiel criado Max. A partir de ese momento, la actriz pretende que Joe corrija un guion que ella ha escrito y que va a significar su regreso al cine. (FILMAFFINITY)
9 de septiembre de 2005
298 de 326 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película desoladora, cruel, en la que el humor siempre presente en la obra de este autor queda descartado o, cuando aparece, lo hace acompañado de la amargura. Ficción y realidad (son numerosos los cameos, algunos crueles como el de Keaton, N. Olson –el Jesús de C.B. DeMille-, otros irónicos como el de Cecil. B. DeMille o el de H. Hooper) se dan aquí la mano para mostrarnos la historia de una antigua estrella del cine muda recluida en su anacrónica mansión y olvidada por ese público fiel que algún día la idolatró. A esa mansión llega un guionista perseguido por sus acreedores que comenzará a establecer una relación vampírica (será primero el guionista de “Salomé”, el “comeback” con el que quiere retornar la diva; pero acabará convertido en gigoló en un ciudad donde los sueños se mueven por dinero). Este argumento servirá para que Wilder y Brackett (será su última colaboración juntos y la mejor junto con “Ninotchka”; todo un hallazgo que la película sea narrada por un muerto) pasen revista con todo lujo de detalles y sin ahorrar en crueldades la naturaleza de esta industria de los sueños, que hace vivir a sus protagonistas en pos de una demanda siempre perpetua de carnea fresca, auténticas pesadillas.
Como no podía ser de otra forma en las películas del maestro, los diálogos sublimes, de esos que te quedan grabados en la memoria (“Yo soy grande, es el cine el que se hizo pequeño”; “No hay nada trágico en tener 50 años; a no ser que intente tener 25”; “Sr. De Mille, cuando quiera estoy lista”); pero aquí también cuidara en extremo la imagen, siempre más secundaria para autor como él. La secuencia de la piscina, la del rodaje de “Sansón y Dalila” con ese foco que la ilumina, o la secuencia final de la bajada de escaleras es una prueba de que nunca como en esta película Wilder cuido tanto la imagen, quizá por acercarse a las espléndidas estrellas del cine mudo (“figuras de cera”) que tan certeramente retrata.
El trío protagonista está en estado de gracia. Comenzando por la extraordinaria G.Swanson que dota a su gestualidad exagerada ese deje de locura en la que terminará su caída (maravillosa la secuencia en la que imita a Chaplin, o el primer plano final, con esa mirada que congela la sangre). Mi admiradísimo Erich V. Stroheim, aquí como criado y antiguo director (las imágenes que pasan para mostrar el esplendor de aquellos son de “La Reina Kelly”, película inconclusa producida por el amante de Swanson, J.P. Kennedy, y que supuso la expulsión definitiva de la industria de este GENIO), en una actuación contenida, sobria, pero profundamente humana. Para terminar el triángulo W. Holden, que borda a la perfección su figura cínica que no se redimirá la historia de ilusión y amor que sostiene con Betty Shaefer.
En resumen, “El Crepúsculo de los Dioses” es una genialidad de un maestro único que sí sabía hacer cine a lo grande. ¡¡Cuánto te echamos de menos Billy!!
Strhoeimniano
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