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Voto de Odiseo Laertiada:
10
Drama A finales del siglo XIX, el doctor Frederick Treves descubre en un circo a un hombre llamado John Merrick. Se trata de un ciudadano británico con la cabeza monstruosamente deformada, que vive en una situación de constante humillación y sufrimiento al ser exhibido diariamente como una atracción de feria. (FILMAFFINITY)
5 de enero de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocas veces alcanza el cine tales cotas de calidad, de simbolismo, de rabiosa humanidad, cómo en esta trágica película. No se trata únicamente de la historia de un hombre fuertemente desfigurado en las postrimerías del siglo XIX, sino de una triste pero esperanzadora visión del ser humano en su más pura esencia.

El dualismo, la naturaleza antitética del ser humano, se plasma en esta obra blanquinegra de forma cruda. Se presentan escenarios oscuros y personajes viles, que merecen el calificativo de animal antes que el de persona. Seres libidinosos y primitivos a los que sólo mueve la morbosidad, el divertimento sucio, la camaradería de peor calaña y la pulsión sexual en su faceta más vana. Pero también tienen cabida las personas amables, desinteresadas, altruistas, los lugares reconfortantes, limpios, donde la dignidad puede pasear despreocupada sin mancharse el vestido.

Como he señalado, la ambivalencia es la clave para comprender la maestría de este film. Las sensaciones que produce esta película irán desde el más furioso y colérico apretón de mandíbula ante la repulsión de lo que se está contemplando (a sabiendas de que es algo completamente plausible), hasta el sincero derrame de una solitaria lágrima, por lo hermoso, sencillo y puro del testimonio final, del alma del personaje protagonista.

Los actores son simplemente magistrales, desde el joven Anthony Hopkins hasta el actor que hace el papel del Hombre Elefante (John Hurt), que, con su cara tapada con una máscara monstruosa y una expresividad muy limitada, logra transmitir una cantidad y calidad de emociones superior a la mayoría de caras humanas.

La fotografía y la música deben mencionarse en conjunto, puesto que parecen hermanas que bailan acompasadamente.

Por una parte, Lynch tomó la acertada decisión de usar el blanco y negro para presentar la atmósfera industrializada y sucia, pero también logra bañar de clasicismo y nostalgia las abundantes escenas dramáticas. Esta decisión fue un verdadero acierto, y hoy día no podríamos imaginar esta película con otra presentación cromática.

Por otra, la banda sonora se adapta a la perfección al protagonista y parece ser parte de su propio cuerpo, de la máscara que le acompaña. Las melodías misteriosas y suaves, enigmáticas, extrañas, caracoleantes, vuelven a teñir la obra con un tono de desasosiego. El “Adagio para cuerdas” de Samuel Barber, utilizado de manera inolvidable en la última secuencia, convierte la película en un clásico instantáneo y absoluto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Odiseo Laertiada
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