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9
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Documental
Thierry Guetta es un francés que vive en Los Ángeles y cuya única obsesión es grabarlo todo con su cámara de vídeo. Poco a poco se va introduciendo en el mundo del arte urbano y llega a conocer a Banksy, el artista urbano más famoso de la historia. En los títulos de crédito oficiales no aparece ningún director o guionista; tan sólo "Un film de Banksy". (FILMAFFINITY)
7 de octubre de 2010
52 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Todo hombre es un artista”
Joseph Beuys
La historia del arte del siglo 20 ha sido propiamente la narración de su fin. Tanto por el lado de la extinción supremática del lienzo (la línea que va del Cuadrado Negro de Malevitz al Cuadrado Azul de Rothko) como por el lado de la democratización del gesto artístico (comenzada en el gesto teatral de Duchamp y el ready-made, la transposición de un objeto cualquiera en objeto artístico, y continuada en “el arte de respirar” y la universalización del artista). El cine en su propia historia también ha dibujado un fin. Éste, como el del arte, continúa en el siglo 21, como si el secreto de su supervivencia fuera, en palabras de Jean Baudrillard, “que la desaparición continúe viva”.
En el proceso de redi-meidización democrática, la figura de Banksy (el graffitero, el artista, a la sazón el director del documental que nos concierne) representa un cenit posmoderno. Si Warhol cumplió con la misión de banalizar por completo el arte, conduciéndolo a la simulación de sí mismo, y Manzoni, con su Mierda de artista en lata, hizo que la obra de arte oliera mal, Banksy, con su genial trabajo, ha hecho del mundo entero un lienzo. También ha hecho de un hombre llamado Thierry Guetta, el degenerado con cámara, como Banksy lo describe, todo un artista. Ambos se han hecho multimillonarios: este film –ése es su origen confesado- quiere ser la legitimación moral de la estética del graffiti, y resulta un impagable documento sobre la realidad del arte, así como un maravilloso biopic de un personaje memorable.
Guetta, francés inmigrante en los Estados Unidos, es el verdadero autor de Exit through the gift shop, si no fuera porque no tiene ni la más remota idea de montaje cinematográfico. Y de cómo llegó a serlo es la historia del filme, del que es protagonista, además de cómo se convirtió en Mr. Brainwash, el no va más en la historia del arte post-contemporáneo. Antes de todo eso, el señor Guetta, un tipo esperpéntico, “sudoroso, como salido del siglo 19 y con los zapatos demasiado grandes”, era un cineasta amateur que, fruto de un trauma infantil -le habían escamoteado la enfermedad y defunción de su madre-, decidió filmarlo TODO. Como en los casos de Alan Berliner o Ross McElwee (cineastas que han conseguido que sus familiares y allegados les prohíban volver a filmarles), Guetta reúne una obra cinematográfica que es una prótesis de su propia memoria y, al tiempo, una forma de terapia. La impresionante colección de cintas que guarda Guetta, en las cuales se fundamenta la mayor parte del metraje de Exit through…, no son sino sus recuerdos, su vida.
Joseph Beuys
La historia del arte del siglo 20 ha sido propiamente la narración de su fin. Tanto por el lado de la extinción supremática del lienzo (la línea que va del Cuadrado Negro de Malevitz al Cuadrado Azul de Rothko) como por el lado de la democratización del gesto artístico (comenzada en el gesto teatral de Duchamp y el ready-made, la transposición de un objeto cualquiera en objeto artístico, y continuada en “el arte de respirar” y la universalización del artista). El cine en su propia historia también ha dibujado un fin. Éste, como el del arte, continúa en el siglo 21, como si el secreto de su supervivencia fuera, en palabras de Jean Baudrillard, “que la desaparición continúe viva”.
En el proceso de redi-meidización democrática, la figura de Banksy (el graffitero, el artista, a la sazón el director del documental que nos concierne) representa un cenit posmoderno. Si Warhol cumplió con la misión de banalizar por completo el arte, conduciéndolo a la simulación de sí mismo, y Manzoni, con su Mierda de artista en lata, hizo que la obra de arte oliera mal, Banksy, con su genial trabajo, ha hecho del mundo entero un lienzo. También ha hecho de un hombre llamado Thierry Guetta, el degenerado con cámara, como Banksy lo describe, todo un artista. Ambos se han hecho multimillonarios: este film –ése es su origen confesado- quiere ser la legitimación moral de la estética del graffiti, y resulta un impagable documento sobre la realidad del arte, así como un maravilloso biopic de un personaje memorable.
Guetta, francés inmigrante en los Estados Unidos, es el verdadero autor de Exit through the gift shop, si no fuera porque no tiene ni la más remota idea de montaje cinematográfico. Y de cómo llegó a serlo es la historia del filme, del que es protagonista, además de cómo se convirtió en Mr. Brainwash, el no va más en la historia del arte post-contemporáneo. Antes de todo eso, el señor Guetta, un tipo esperpéntico, “sudoroso, como salido del siglo 19 y con los zapatos demasiado grandes”, era un cineasta amateur que, fruto de un trauma infantil -le habían escamoteado la enfermedad y defunción de su madre-, decidió filmarlo TODO. Como en los casos de Alan Berliner o Ross McElwee (cineastas que han conseguido que sus familiares y allegados les prohíban volver a filmarles), Guetta reúne una obra cinematográfica que es una prótesis de su propia memoria y, al tiempo, una forma de terapia. La impresionante colección de cintas que guarda Guetta, en las cuales se fundamenta la mayor parte del metraje de Exit through…, no son sino sus recuerdos, su vida.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Y la dimensión es casi tan impresionante como la que enseñaba Berliner en su Wide Awake (06). Heredero del cine-ojo de Dziga Vertov, del cine urbano y callejero que filma desde lo más grande a lo más pequeño, el francés y su cámara acabaron topándose por puro azar con el mundo del graffiti. Grabó la actividad de numerosos artistas, ahora ricos y famosos, hasta dar con la figura de Banksy, al que grabó igualmente, siendo el primero en hacerlo. El graffiti, entretanto, entró en el mercado y “el complot del arte”.
Banksy le pidió entonces a Guetta que hiciera una película. Pero Guetta, como se ha dicho, siendo un gran cineasta en la estirpe del cine-diario, en cuyo panteón ha entrado desde ya mismo por derecho propio, fue incapaz. El que firma como director, quizá uno de los tipos más lúcidos e ingeniosos del planeta, secuestraría la obra de Guetta, montándola con un gran dinamismo (al ritmo de la speedica banda sonora de Roni Size, padre del drum-n-bass) y dando como resultado un documental lleno de energía, que avanza incontinentemente, como las propias cintas de Guetta (“cabezas parlantes” estandarizantes aparte). Y a éste le animaría a desarrollar su arte.
El increíble tramo final de la cinta, donde Guetta se transforma en el artista Mr. Lavado-de-cerebros (un genio de la sampledelia, el smash´ up y el cut `n´ paste artísticos que haría a Warhol aplaudir con las orejas) evidencia el sistema del arte como una farsa. No es sólo que Guetta sencillamente plagie a otros autores (principalmente aquellos a los que previamente había filmado), lo cual es clásico en la historia del arte (como podía verse en la exposición del Prado dedicada a William Turner este año, que no era sino una teoría del plagio turnerizado), sino cómo lo hace: de la noche a la mañana, produciendo en masa, sin mover un dedo. Ritual transparente del vacío artístico en su absoluto paroxismo, el de Guetta, y su registro, es un momento único en el que “el arte no muere porque no haya más arte: muere porque hay demasiado” (Baudrillard de nuevo). Exit throug… y el degenerado con una cámara consiguen quizá matar al arte, otra vez, o quizá hacen que su desaparición continúe viva. Entre tan elevados logros, nos la cuelan a todos. Y de qué manera.
Banksy le pidió entonces a Guetta que hiciera una película. Pero Guetta, como se ha dicho, siendo un gran cineasta en la estirpe del cine-diario, en cuyo panteón ha entrado desde ya mismo por derecho propio, fue incapaz. El que firma como director, quizá uno de los tipos más lúcidos e ingeniosos del planeta, secuestraría la obra de Guetta, montándola con un gran dinamismo (al ritmo de la speedica banda sonora de Roni Size, padre del drum-n-bass) y dando como resultado un documental lleno de energía, que avanza incontinentemente, como las propias cintas de Guetta (“cabezas parlantes” estandarizantes aparte). Y a éste le animaría a desarrollar su arte.
El increíble tramo final de la cinta, donde Guetta se transforma en el artista Mr. Lavado-de-cerebros (un genio de la sampledelia, el smash´ up y el cut `n´ paste artísticos que haría a Warhol aplaudir con las orejas) evidencia el sistema del arte como una farsa. No es sólo que Guetta sencillamente plagie a otros autores (principalmente aquellos a los que previamente había filmado), lo cual es clásico en la historia del arte (como podía verse en la exposición del Prado dedicada a William Turner este año, que no era sino una teoría del plagio turnerizado), sino cómo lo hace: de la noche a la mañana, produciendo en masa, sin mover un dedo. Ritual transparente del vacío artístico en su absoluto paroxismo, el de Guetta, y su registro, es un momento único en el que “el arte no muere porque no haya más arte: muere porque hay demasiado” (Baudrillard de nuevo). Exit throug… y el degenerado con una cámara consiguen quizá matar al arte, otra vez, o quizá hacen que su desaparición continúe viva. Entre tan elevados logros, nos la cuelan a todos. Y de qué manera.