Los coreanos atacan de nuevo. Jang Cheol-soo esta vez es el responsable de volver a meternos en una orgía de sangre y violencia justificada. Volvemos a picar el anzuelo, volvemos a sentir la rabia del protagonista y volvemos a desear que se ponga a repartir estopa con todo el mundo que la haya llevado a donde la ha llevado.

La primera parte, confusa. La segunda, justifica todo lo que has tenido que esperar. Si obviamos los primeros minutos donde no pasa nada interesante que merezca la pena, entramos en una de esas películas donde se busca la repugna fácil. La verdad es que yo estoy un poco cansado ya de este tipo de cine, porque he visto mucho, y últimamente no tengo yo el cuerpo como para tener ganas de sentirme mal y empatizar con desgracias, pero si no has visto tantas películas del estilo te meterás todavía más en la película.

En cualquier caso, estés más vacunado o no en esto lo que importa es que cuando llega la segunda parte te sientes muy bien. Cuando la cosa parece más un slasher que un drama sientes que todo tu sufrimiento empático ha merecido la pena, y aplaudes cada desangramiento que se produce como si estuvieras viendo una película de Verhoeven, solo que aquí no te ríes, aquí sonríes.

Reconfortante, pero Jang Cheol-soo se equivoca en enfocar la película en quien no debe, y si los minutos del principio importaban dos pimientos los del final te van a importar tres. En cualquier caso, una nueva demostración de ojo por ojo de las que hay que ver. Recordadme que, si alguna vez me tengo que meter con alguien, no sea coreano.