James Whale sumaba a la lista de poderes que alguna vez hemos querido tener el de la invisibilidad. Aunque las contraindicaciones son muy peligrosas, que van desde la pérdida de la noción de la realidad hasta lo más peligroso, ambicion de poder hasta el límite y deseos casi de esclavizar al ser humano, los efectos que produce son mucho mejores. Imagine la de cosas que podría hacer desde la invisibilidad, y añadale el éxito inmortal de un personaje interpretado por un fabuloso Claude Rains.

Realmente creo que no hacía falta justificar el cambio de comportamiento de Griffin con efectos secundarios de sus químicos. El poder es tan atractivo que perder la cabeza sin más era justificable. Claude Rains hace genial su papel de loco codicioso y perjudicado por su experimento, y en ocasiones su risa da realmente miedo.

El Hombre Invisible no ha envejecido ni un pelo, parece que además de su invisibilidad el experimento otorgó la vida eterna a Griffin. Son muchos los que han intentado llevar a la gran pantalla hombres invisibles, pero ninguno se acerca a lo grande de la película de Whale. Una cinta que a día de hoy se sigue viendo con la misma expectación y emoción, una película que como mínimo parece de los años 50 y no de 1933. Incluso los efectos especiales, o mejor dicho, trucos de cámara, son eternos, sin neceidad de pantallitas verdes por detrás.

Un clásico entre clásicos con una estructura un poco típica de pueblo contra monstruo, y algún que otro descenso en el intenso ritmo por la mitad de la proyección, pero nada que deba ir en perjuicio de todo lo demás. Absolutamente imprescindible para los amantes del cine clásico y no tan clásico. Toda una referencia.