A pesar de su comienzo titubeante, tenemos un remake por arte de Susan Stroman que acaba tomando vuelo conforme va avanzando. Algo parecido me pasó con la original y me acabó convinciendo.

Nathan Lane está de sobresaliente, y sin duda queda por delante del resto de actores de la película. Es el mejor Zero Mostel posible e incluso lo supera. No pasa lo mismo con Matthew Broderick, quedando muy por debajo de Gene Wilder. También cabe destacar al neo-nazi, que parece un Jim Carrey en todo su esplendor.

El gran fallo de este remake es su duración. Parece una versión extendida de la original, porque las partes coincidentes son casi iguales. El problema es que las secuencias añadidas a lo que ya existía aburren más que otra cosa, y la duración se dispara a demasiados minutos. La última media hora tan solo vale para maravillarse con el Medley de Max, una de las mejores partes de la película.

Haberla adaptado al musical no le ha hecho nada mal, o por lo menos ha conseguido que se vea de otra manera más allá de un simple remake. Es un musical muy clásico, de los que te vienen a la cabeza cuando piensas en la definición del género. Una buena propuesta que, aunque demasiado larga, gustará a los que disfrutaron con la original y a los que la desconocían por completo.