Unos quince minutos fue lo que me duró la emoción por El Libro de Eli. Sí, es lo que estáis pensando. Su gran fotografía hace que quieras o no prestes atención a una película que te tiende la mano, pero luego te la muerde en cuanto se la devuelves.

El Libro de Eli es algo así como La Carretera pero sin alma ninguna. Como si deambularas por un camino desértico tras un apocalipsis y no vieras nada a 10 kilómetros a la redonda. En La Carretera al menos te encontrabas algo, pequeños oasis de esperanza, pero aquí es todo plano e insignificante. Añadid a esta caminata un compañero de viaje que os está hablando todo el rato sobre cuestiones existenciales de la manera más pretenciosa que puedas imaginar. Imaginadlo con sed, hambre y calor. Todo eso es El Libro de Eli.

Ya más concretamente, su disparatado argumento con fiesta de pretenciosidad final puede hacer que la detestes. Yo no llegué a tanto, pero como mínimo consiguió que cambiara mi percepción de la película. Digamos que antes de verla me veía atraído por ese universo a lo Fallout con semejante fotografía, pero después de verla ni siquiera soy capaz de ensalzar esas virtudes.

Ni un simepre acertado Gary Oldman consigue que la película remonte el vuelo.