Amélie es fácilmente la película más sobrevalorada de la historia del cine. Independientemente del lavado cerebral que supone Amélie, la película es tan solo una demostración excesiva de cómo ser bohemio que cae en un pozo sin fondo. Un repertorio de gestos sin sentido que pretenden hacer de Amélie la película más especial del mundo y solo consigue sumirla en el más estrepitoso de los sinsentidos, rozando en ocasiones el más esperpéntico de los ridículos y cayendo repetidamente en eternas contradicciones por parte de la protagonista en su eterno intento de demostrarnos su dulzura e inocencia, la cual se pone en duda en más de una ocasión a lo largo de la película a pesar de que parezca que nadie se da cuenta. Un público cegado por la necesidad que tiene el espectador de que la película le guste y evitar pertenecer así a un grupo de bichos raros que no aguantan este largometraje, puros y auténticos prejuicios positivos.

Realmente habría que ver si el porcentaje de gente que califica este despropósito de película como obra maestra podrían convivir con una persona como Amélie, o si simplemente podrían aguantar a un personaje así en sus vidas conociendo la sociedad en la que vivimos. Un autentico lavado cerebral en toda regla.

Se ha de reconocer por otra parte el éxito de la película en temas de división de opiniones, un absoluto ejemplo de película que odias o adoras.