Es interesante en ocasiones percibir cuando ves una película cuán buen director es el responsable de la misma y a la vez darse cuenta de como de malos son los demás.
Son pocas las películas en las que acontece esto, pero cuando ocurre, a uno se le viene una sensación de ánimo, interés, alegría súbita y emoción, entre otras cosas, por descubrir algo nuevo y experimentar el agrado de tan vistoso visionado.
Ésta es una de esas películas; una de esas que nos muestran el pulso de John Ford, para muchos y según la American Film Institute, el mejor director de todos los tiempos, pionero en más de un centenar de modernas técnicas cinematográficas y un genio del séptimo arte.
Sé que buena parte del mérito de la película reside en el majestuoso guión que el director tuvo entre manos o las increíbles actuaciones de unos soberbios John Wayne y James Stewart, pero incluso con esas, el cineasta logra transmitir al espectador una experiencia fílmica inolvidable, algo así, como el orgasmo del cine; la sensación de contemplar una Obra Maestra absoluta que contiene momentos para el recuerdo y un final digno de mencionarse en los libros de Historia del Arte.
A todas luces una película perfecta, colosal y llena de grandes momentos que puede en cierta forma considerarse el mejor Western jamás filmado.
Sí, el género por excelencia de Hollywood encontró en este film su obra cumbre, su mayor perfección, su cima y tope, su máximo esplendor y apogeo, Su Maravilla.
Ya para terminar y a modo de cierre, me gustaría aclarar el título de esta crítica, que hace referencia no sólo al nombre de la peli sino al hombre tras las cámaras que se encargó de FILMARLA o RODARLA(=SHOOT): John Ford, verdadero artíficie de la extraordinaria aventura fílmica vivida.
Nunca un largometraje entre la palabra Acción y Corten mereció tanto la pena; tal vez no sea la Mejor Película de la Historia, pero se acerca...