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España España · Oviedo
Voto de Gould:
6
Drama A Patsy Gargan, un antiguo criminal, sus corruptos compinches políticos le pagan sus servicios nombrándolo inspector de un reformatorio. Al principio no muestra ningún interés por la escuela, pero la simpatía que siente por los niños que son víctimas de abusos y maltrato por parte del despiadado director y sus matones, lo empuja a aceptar el trabajo. (FILMAFFINITY)
4 de enero de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En los años 30 Hollywood y en especial la productora Warner pusieron en escena un amplio número de películas con relatos protagonizados por delincuentes -llegó a ser conocida como el “ganster studio”- en filmes de denuncia, ágiles y directos, que iban al grano, en muchos casos sin mayor preocupación estética que la de entretener reflexionando al desprevenido espectador y de la que salieron, sin embargo, un importante número de obras maestras que resultaría ocioso citar aquí. “Major of hell” dirigida por el gran artesano Archie Mayo no es, desde luego, una de ellas aunque se atisbe el origen de la mucho más prestigiosa y trágica “Dead end” (1937) de William Wyler. James Cagney se pasea con su irrepetible cara de “no me busques las vueltas” para protagonizar esta fábula de mafioso redimido a través de su trabajo en un reformatorio, aunque los verdaderos protagonistas de la función sean los jovenzuelos pandilleros liderados por la intensa interpretación de Frankie Darro como el joven rebelde Jimmy Smith. La primera parte del film parece corroborar el modelo de película señalado antes, con una exposición muy inteligente, realista e intensa a un tiempo de los entornos familiares de los muchachos –así, la escena del tribunal de menores modélicamente relatada-. Sin embargo la película va decayendo en su segunda parte al instalarse en el discurso moralizante y voluntarista, afectado de buenos sentimientos, que afea irremediablemente la habilidad narrativa demostrada hasta ese momento. Por suerte la película consigue recobrar nuevos bríos en la magnífica escena de la revuelta del reformatorio y termina por cerrar con dignidad un buen producto. El simpático Allen Jenkins con su nasalizada dicción y la bellísima Madge Evans acompañan a un Cagney menos protagonista de lo habitual.
Gould
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