Maravillosa poesía fílmica capaz de convertir lo crudo o escatológico en arte. Un autodiálogo extremadamente lúcido ante una realidad surrealista y que, en el más perfecto de los lenguajes, va arrastrándonos desde los rincones más miserables de Montreal hasta cumbres geniales de la fantasía del protagonista.
La primera vez vi esta película en un curso de guion de cine, y desde entonces siempre me hace recordar el llamado "spleen et ideal" de Baudelaire (no me llameis cursi), de lo más bajo a lo más excelso en un mismo concepto. Porque así es Léolo.
Para mí supuso el descubrimiento de algo más que una gran película, fue además comprender que porque soñamos, muchos, no estamos locos.