Navegando, navegando en el «Reina del África», un hombre y una mujer se encuentran, se pelean, se admiran y se enamoran. El Reina y la reina son estupendos, pero ¿qué pasa con el rey?

Katharine Hepburn y Humphrey Bogart protagonizan una película al más puro espíritu Huston: aventura, el África inexplorada, exótica y colonial; peligros, indígenas, villanos que hasta son simpáticos y mucha, mucha pasión por la vida. Porque «La reina de África» es, a fin de cuentas, un canto a la vida; vida que explota llena de colores, de matices, de deseos y de miedos, pero vida maravillosamente vivida, a golpe de remo, superando obstáculos, esperando milagros y dejándose transportar por la suave corriente.

Así, gusta de ver y de sentir. Porque yo también me enamoro del extrovertido, práctico, cariñoso y aventurero Charlie, el rey de todas las reinas; y aplaudo a la valiente Rose, ejemplo de lo que debe ser y de cómo debe comportarse una mujer. ¿Y cómo es eso? Pues con elegancia, firmeza, dignidad y respeto a una misma aunque tu autoestima esté por los suelos y el corazón lo tengas roto; con cerebro y corazón a partes iguales, y dispuesta a entregarse por entero a quien de verdad lo merezca y le de pruebas de su amor. Por eso esta pareja resulta tan encantadora: porque se complementan a la perfección y cada uno hace lo que tiene que hacer en cada momento. Entrañables las espontáneas declaraciones de amor por parte de Charlie, así como las miradas de enamorada perdida de Rose. Quizá, no estoy segura, empiezan su relación demasiado pronto, ya que mantener los nervios y la tensión sexual de un hombre y una mujer en un espacio tan reducido y en una situación tan al límite podría haber dado, no sé, más de sí.

Respecto a la acción, pues a pesar de los discretos medios técnicos, bien conseguida, ya que interesa más la actitud de ellos que la propia espectacularidad del río. Ahora bien, la parte que se lleva la palma en cuanto a dramatismo e inquietud no requiere de grandes escenarios ni de rudimentarios efectos, y quizá por eso Huston se luce: toda la travesía por la ciénaga es soberbia. Ese momento en el que Bogart mira a Hepburn y vuelve a meterse en el río, sabiendo lo que ellos saben y lo que nosotros sabemos, me parece asombroso.

Oscar justo para Humphrey Bogart, que demuestra una gran inspiración para la comedia, por desgracia desaprovechada en su filmografía. Y es que te lo crees haga de lo que haga y esas expresiones que pone, con los ojos muy abiertos, son simpatiquísimas.

Un clásico divertido y vital, y además para todos los públicos. Gracias, reyes.