Tremenda. Una película que maravilla, que emociona y que espanta. Grotesca y desagradable como pocas, y como pocas bella y trágica. Decir que he llorado, no causará sorpresa; es imposible mantener la equidistancia ante semejante espectáculo de sensibilidad.

Partiendo de un personaje y unos hechos reales, Lynch nos ofrece una historia muy creativa con un precioso blanco y negro, casi como muestra de respeto a las deformaciones de Merrick: ¿cómo sería verle en color? A John Hurt puede que no se le distingan los rasgos, pero sí sus emociones, sus movimientos, su voz, su forma de respirar, su mirada y su corazón. Anthony Hopkins vuelve a estar espléndido, porque no puede hacer otra cosa, porque es la elegancia y el saber estar en persona. Vaya tándem inolvidable. En especial un John Merrick que es absolutamente encantador, demasiado bueno, inocente y noble como para que no despierte nuestra total simpatía al mismo tiempo que aprendemos de él.

Además, «El hombre elefante» está repleta de valores verdaderamente humanos; valores que nos hacen Hombres y no bestias; valores que dan sentido a la vida e incluso a la muerte, como el amor, la dignidad, la fe o la esperanza. Por fortuna, Lynch se toma en serio lo que está contando y profundiza en el alma y en la psicología humana de manera implacable. Parece, con todo, que algo se nos escapa de ese mundo onírico paralelo que construye, con una constante e inquietante presencia de esas máquinas con las que es imposible razonar.

Buena, interesante y hermosa película con la que muy pocos no disfrutarán, porque es todo un ejemplo de Cine. Increíble injusticia que la Academia no le diera ningún Oscar. ¿Alguien se lo puede creer? Yo sí.