Todo pareciera ser sosegado en un encuadre abierto que toma a la juventud ajena a la localidad y extraviada en lo que refiere a metas, jóvenes inmigrantes de Europa del Este, que a la búsqueda de algo que llevarse a la boca adoptan roles sí de víctimas del sistema, pero también de un contrario irrefrenable sobre quienes moran las grandes urbes. Por otro lado, Campillo deja entrever en Daniel a un hombre maduro, de timidez absoluta, en la búsqueda de mitigar en primera instancia el deseo y que sin aterrizarlo del todo, también a alguien que llene los huecos de su sofisticado apartamento.

El director junta dos perspectivas opuestas al que irá amoldando de tal forma que los silencios iniciales y las conductas inexplicables, se resuelvan. Todo depende del cristal con que se mire, así es como las víctimas llevarán el caos a lo que tentativa y de inicio será el victimario, mas toda situación evoluciona para dar paso a sentires más profundos de lo que momentáneamente es satisfacción.

La temática se deslinda por completo del tópico de señalamientos, lo cual le da un valor agregado y prefiere ahondar más sobre aspectos sociales, de individualidad e incluso de pareja. Inesperadamente el conocimiento de las circunstancias vuelcan la concepción de la compañía de paga, por afecto instaurado por la costumbre y el compartimiento de espacio y tiempos. El envoltorio de la dicha no siempre es el relumbroso que por costumbre se encuentra en los anaqueles holliwoodenses, éste es muestra de lo que se puede encontrar cercado por la trivialidad y el desorden.

Buenas actuaciones, fotografía, edición, locaciones, pero sobre todo del trabajo hecho en el argumento.