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Voto de Luis Guillermo Cardona:
10
Drama. Romance Irlanda, 1916. Cuando Charles (Mitchum), un maestro rural viudo, vuelve de Dublín a su aldea natal, Rosy (Sarah Miles), una muchacha muy impulsiva, se encapricha con él y no parará hasta llevarlo al altar. Pero el matrimonio fracasa: Charles es un hombre maduro y sosegado mientras que su esposa es una joven muy apasionada y romántica que acaba enamorándose de un oficial inglés con el que se ve en secreto. (FILMAFFINITY)
14 de diciembre de 2013
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
He aquí, intacto, en su plenitud y en su sublime esencia romántica, a ese director al cual había empezado a tener en alta estima cuando vi sus filmes: “Breve encuentro”, “Grandes ilusiones” y “Oliver Twist”. David Lean está aquí en lo suyo, proverbial en su manera de recrear a la gente del común con sus contradicciones y falencias, pero capaz de extraer la grandeza y la sensibilidad que se oculta en cada uno. Basta ver esos breves pero eternos momentos, de Michael en el bote cuando ha recuperado, él solo, un montón de armas olvidadas; ese gesto de la tempestuosa Maureen Cassidy cuando recibe el beso del revolucionario que se siente feliz con su compromiso; o ese sacerdote apresurado por la playa en busca del profesor para llevarle su ropa… y ahí resplandece, entre cosas muy simples, la gran valía de nuestra esencia humana. Y Lean demuestra que sabe muy bien de todo esto, porque “LA HIJA DE RYAN” está tan colmada de preciosos detalles, que más que con los ojos, nos reclama verla con el alma plena.

¡Cómo no compenetrarse con los sentimientos de Rose cuando en la playa camina sobre las huellas del profesor! ¡Cómo no dolerse con el zapateo seguro del tonto del pueblo cuando el mayor Doryan se atormenta por su pierna amputada! ¡Cómo no condolerse con el profesor cuando visiona el recorrido de su esposa siguiendo las huellas de la playa! y ¡Cómo no compenetrarse con el sentimiento de Rose cuando ve a su padre atribulado mientras a ella se la acusa de lo que, él sabe, que no hizo!... De esta manera, cada personaje se hace nuestro. Podemos sentirlos y entenderlos, podemos saber lo que los demás no saben, y sentir lo que quienes están con ellos no sienten porque no comprenden.

De esta manera, lo que ha logrado Robert Bolt con su magnífico guión y David Lean con su brillante dirección, es concedernos la oportunidad de sentirnos como si fuéramos Dios, cuando al ver lo que se alberga dentro de cada espíritu, nos damos cuenta que se torna imposible juzgar o condenar a alguien. Nos queda aquí, claramente explicado, porqué es el Creador el único que no ve mal en ninguno de nosotros.

Ese magnífico cura, Hugo Collins, hace lo suyo con una sabiduría y con un compromiso por la causa del pueblo, que nos trae nostalgia por esa institución tan venida a menos. Y esa vigorosa escena del pueblo unido, en medio de la borrasca, para recuperar los recursos que les traerán la libertad, nos demuestra lo fácil que es unir a la gente cuando la causa es justa.

Estupendas, magníficas, adorables, resultaron las actuaciones de Sarah Miles, la joven que ansía experimentar la sensación de vuelo que produce el amor… y que con el profesor no alcanza; Trevor Howard, el sacerdote de alma comprometida; Leo McKern, el padre bueno y generoso, ideológicamente extraviado por los sobornos y las adulaciones; y muy especialmente, John Mills, quien se llevó un Oscar y un Globo de oro más que merecidos, con esa singular caracterización del hazmerreír del pueblo que también tiene su corazoncito. Y es imposible no exaltar las relucientes y pictóricas tomas exteriores, logradas por ese gran artista en que se había convertido el cinematografista Freddie Young.

“LA HIJA DE RYAN” me merece el más alto reconocimiento.
Luis Guillermo Cardona
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