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Voto de Una Crítica Diferente:
7
6,0
9.248
Drama
Película sobre la ex primera dama estadounidense Jacqueline Kennedy (Portman), centrada en los días inmediatamente posteriores al asesinato de su marido John F. Kennedy en Dallas, el 22 de noviembre del año 1963. (FILMAFFINITY)
20 de febrero de 2017
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Dios está en todas partes; también en aquella bala”, le dice el sacerdote a Jackie Kennedy.
Y nosotros, que estamos tan pegados al rostro de ella como la sangre del magnicidio a la tela de su vestido rosa, nosotros, espectadores situados al filo del precipicio emocional al que nos ha conducido la cámara del director chileno Pablo Larraín, nosotros, por fin, comprendemos hacia dónde nos arrastra este viaje de 99 minutos, hacia el secreto de las pequeñas cosas.
Y nosotros, que estamos tan pegados al rostro de ella como la sangre del magnicidio a la tela de su vestido rosa, nosotros, espectadores situados al filo del precipicio emocional al que nos ha conducido la cámara del director chileno Pablo Larraín, nosotros, por fin, comprendemos hacia dónde nos arrastra este viaje de 99 minutos, hacia el secreto de las pequeñas cosas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
“¿Era un ’38? El calibre… Parecía más grande”, le comenta Jackie a uno de los guardaespaldas.
Trata de dibujar el contorno de la bala, de hacerla real. ¿Cómo es posible que algo tan pequeño haya causado tanto dolor? Hace unas horas, era una bala más. Ahora, en cambio, ese objeto lo es todo para ella. Incluso la imagen de Dios. Su vida es, desde ese momento, un espacio oscuro, una región vacía en la que se adentra en busca de algo parecido a la resignación.
Desde esa oscuridad, con el eco del sonido de la bala todavía en los oídos, ella vuelve la vista atrás y se pregunta quién es.
Este es uno de los grandes aciertos de la película. Este punto de giro entre pasado y futuro. Este presente continúo que no acaba de llegar pero que tampoco se marcha, donde todas las Jackie Kennedy que fue se abren ahora a un futuro solitario, un porvenir que sólo le pertenece a ella. Es una retrato psicológico visceral, un esfuerzo de introspección revelador, una crítica a la conciencia agónica: el valor de preguntarse en qué te has convertido.
También, y no menos importante, es el momento de afrontar la verdad, de crecer.
“Necesito que seas una niña grande”, termina diciéndole Jackie a su hija de cinco años. Es una escena íntima, familiar, descorazonadora. Una escena donde ella ha intentado comunicarle la peor de las noticias posibles. Descubre que no puede mentirle, no ahora, no a su pequeña hija, no a sí misma.
El tortuoso guion de Noah Oppenheim sale indemne gracias a sólidos anclajes temporales. Se apoya con agilidad y acierto en distintos instantes ocurridos durante la semana posterior a aquel fatídico 22 de noviembre de 1963. No necesita mucho más. Tan sólo pinceladas cortas pero efectivas en torno a la grabación por parte de la CBS, un año y medio antes, del programa especial de televisión “A tour of the White House”.
En definitiva, un desarrollo arriesgado, por vertientes escabrosas, nada complaciente, y que se aleja del biopic para el gran público. El riesgo hace que uno pase por alto aquellos momentos donde la mezcla temporal no encaja bien y termina rozando. Es cierto, hay pasos en falsos. Nada insalvable.
Además, está una Natalie Portman en caída libre hacia su personaje. Arrebatadora. Hipnótica. La actriz logra ir más allá de su papel y encarna una época, refleja una sociedad que tenía los ojos puestos en la imagen icónica de aquella primera dama.
“¡Somos ridículos!”, se lamenta Bobby Kennedy delante de ella, “¡Mírate!”.
Y es que ese objeto llamado Jackie Kennedy, elaborado para ser luego fabricado en el inconsciente de millones de mujeres estadounidenses, ese maniquí de escaparte enfundado en un elegante vestido, ese objeto delicado y hermoso, ella, se va también desarmando, desnudando, desdibujando.
El consumo elevado de tranquilizantes, el lado frío de la cama matrimonial, la admiración irresistible por JFK, la abnegación católica de tantas infidelidades, la sonrisa forzada, tantas veces forzada, el compromiso con la perfección, el terror a la imperfección y, por fin, los delgados hilos de la política, del establishment, haciendo mover la marioneta –el maniquí en este caso– colocado ahí, en el escaparte, enfundado en un elegante vestido rosa de corte Chanel, ahora limpio, el tweed como nuevo, sin rastro de la sangre del magnicidio.
Un vestido vacío del recuerdo, del pasado, del secreto de las pequeñas cosas.
“Dios está en todas partes”, le asegura el sacerdote (un John Hurt comprensivo, que nos emociona al verle por primera vez tras conocer su fallecimiento, ocurrido hace unas semanas), “También dentro de ti”.
Y Jackie Kennedy quiere creerlo. Y se adentra en la oscuridad que inunda ahora su vida. Y reza para que esa oscuridad no sea siempre tan pesada.
Más críticas diferentes en:
https://unacriticadiferente.wordpress.com/
Trata de dibujar el contorno de la bala, de hacerla real. ¿Cómo es posible que algo tan pequeño haya causado tanto dolor? Hace unas horas, era una bala más. Ahora, en cambio, ese objeto lo es todo para ella. Incluso la imagen de Dios. Su vida es, desde ese momento, un espacio oscuro, una región vacía en la que se adentra en busca de algo parecido a la resignación.
Desde esa oscuridad, con el eco del sonido de la bala todavía en los oídos, ella vuelve la vista atrás y se pregunta quién es.
Este es uno de los grandes aciertos de la película. Este punto de giro entre pasado y futuro. Este presente continúo que no acaba de llegar pero que tampoco se marcha, donde todas las Jackie Kennedy que fue se abren ahora a un futuro solitario, un porvenir que sólo le pertenece a ella. Es una retrato psicológico visceral, un esfuerzo de introspección revelador, una crítica a la conciencia agónica: el valor de preguntarse en qué te has convertido.
También, y no menos importante, es el momento de afrontar la verdad, de crecer.
“Necesito que seas una niña grande”, termina diciéndole Jackie a su hija de cinco años. Es una escena íntima, familiar, descorazonadora. Una escena donde ella ha intentado comunicarle la peor de las noticias posibles. Descubre que no puede mentirle, no ahora, no a su pequeña hija, no a sí misma.
El tortuoso guion de Noah Oppenheim sale indemne gracias a sólidos anclajes temporales. Se apoya con agilidad y acierto en distintos instantes ocurridos durante la semana posterior a aquel fatídico 22 de noviembre de 1963. No necesita mucho más. Tan sólo pinceladas cortas pero efectivas en torno a la grabación por parte de la CBS, un año y medio antes, del programa especial de televisión “A tour of the White House”.
En definitiva, un desarrollo arriesgado, por vertientes escabrosas, nada complaciente, y que se aleja del biopic para el gran público. El riesgo hace que uno pase por alto aquellos momentos donde la mezcla temporal no encaja bien y termina rozando. Es cierto, hay pasos en falsos. Nada insalvable.
Además, está una Natalie Portman en caída libre hacia su personaje. Arrebatadora. Hipnótica. La actriz logra ir más allá de su papel y encarna una época, refleja una sociedad que tenía los ojos puestos en la imagen icónica de aquella primera dama.
“¡Somos ridículos!”, se lamenta Bobby Kennedy delante de ella, “¡Mírate!”.
Y es que ese objeto llamado Jackie Kennedy, elaborado para ser luego fabricado en el inconsciente de millones de mujeres estadounidenses, ese maniquí de escaparte enfundado en un elegante vestido, ese objeto delicado y hermoso, ella, se va también desarmando, desnudando, desdibujando.
El consumo elevado de tranquilizantes, el lado frío de la cama matrimonial, la admiración irresistible por JFK, la abnegación católica de tantas infidelidades, la sonrisa forzada, tantas veces forzada, el compromiso con la perfección, el terror a la imperfección y, por fin, los delgados hilos de la política, del establishment, haciendo mover la marioneta –el maniquí en este caso– colocado ahí, en el escaparte, enfundado en un elegante vestido rosa de corte Chanel, ahora limpio, el tweed como nuevo, sin rastro de la sangre del magnicidio.
Un vestido vacío del recuerdo, del pasado, del secreto de las pequeñas cosas.
“Dios está en todas partes”, le asegura el sacerdote (un John Hurt comprensivo, que nos emociona al verle por primera vez tras conocer su fallecimiento, ocurrido hace unas semanas), “También dentro de ti”.
Y Jackie Kennedy quiere creerlo. Y se adentra en la oscuridad que inunda ahora su vida. Y reza para que esa oscuridad no sea siempre tan pesada.
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