Cuando se tiene una película con Simon Pegg como protagonista, el espectador más o menos espera un cierto tipo de humor británico como el que suele aparecer en sus películas, en las que se acompaña de Nick Frost, pero no es el caso de esta película.

Pegg da vida a un psiquiatra que se siente incapaz de aconsejar nada a sus pacientes respecto a la felicidad porque cree que el mismo cree no saber que es; viviendo en Londres con su ordenada novia (Rosamund Pike) quien cuida de él de manera exagerada, como si de un hijo se tratase, Héctor decide hacer un viaje con el objetivo de saber qué es lo que hace feliz a las personas.

Así viajará a China y África, donde cada personaje con el que el que se cruce representará un aprendizaje hasta llegar con una vieja amiga (Toni Collette) que vive en Los Angeles con su familia.

Como manual de autoayuda, la película describe momentos en los que Héctor irá descubriendo el sentido de la felicidad, con un montón frases hechas y siempre acompañado de una música machacante que subraya esos momentos y situaciones un tanto inverosímiles, ya que la película nunca se permite abandonar el tono realista y dar el brinco a la fantasía.

Y esto termina jugando en contra del relato, ya que las situaciones por las que atraviesa el personaje de Héctor son poco creíbles y fuera de la lógica establecida, y lo peor, la película, más allá de los primeros minutos, no consigue por lo menos, ser graciosa.

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