Producida por, entre otros, los mexicanos Guillermo Arriaga y Michel Franco, el debut del director venezolano es una película que contiene a pequeñas dosis algo del cine de esos cineastas y de Pablo Larraín, de quien toma prestado a su actor fetiche, el chileno Alfredo Castro.

Narra la historia de Armando (Castro), un serio y solitario hombre que ronda los 50 años y con una, al parecer, complicada relación con su padre, que trabaja realizando dentaduras postizas y que gusta contratar jovencitos para satisfacer sus fantasías sexuales mientras les observa desnudos.

Un día conoce a Elder (Luis Silva), un joven conflictivo y violento con el que establecerá una relación, primero bastante complicada y que será basada en el poder económico que tiene sobre él, hasta que la relación va mutando al ganarse su confianza y volverse para el chico una figura paterna.

Desde su puesta en escena, el debut de Vigas es un cine seco, sobrio y perturbador, con algunos rasgos en común con Larraín desde lo visual, como algunos planos secuencia y ciertos desenfoques, pero con menores dosis de crueldad, por lo menos visible.

Si bien la mirada de Vigas para con sus personajes no llega a ser cruel y mucho menos miserabilista, si recurre en algunos momentos a un cierto tono shockeante algo disimulado, al forzar esa relación improbable entre estos seres marginales y carentes de afecto.

Inquietante y desgarradora, la ópera prima de Lorenzo Vigas revela a un cineasta que no parece un primerizo y que logra indagar profundo en sus personajes, aunque de una manera un tanto fría y distante.

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