La secuela de la película que hace un par de años protagonizó Daniel Radcliffe desaprovecha la mayoría de los logros conseguidos por el director James Watkins, que supo sacar provecho del generoso espacio de la mansión Eel Marsh, generando tensión y una atmosfera realmente inquietante, logrando una película además exitosa.

Ahora, la historia se ubica 40 años después de su predecesora, en medio de la Segunda Guerra Mundial donde un grupo de niños en su mayoría huérfanos o con padres en pleno combate, deben ser llevados a la vieja mansión para ser resguardados de los bombardeos bajo la supervisión de una enérgica mujer (Helen McCrory) y la ayuda de la joven Eve (Phoebe Fox).

A diferencia de la entrega anterior, Tom Harper, el director que entró en relevo para este filme, abusa de las escenas que suceden en la oscuridad y de golpes de efectos con su respectivo efecto sonoro para provocar el sobresalto en la butaca, prescindiendo de esas escenas largas llenas de tensión en los pasillos de la vieja casa, como lo hacía Watkins.

A pesar de contar con apenas un par de escenas efectivas que sacan provecho del tenebroso lugar, la mayoría de los recursos usados para provocar miedo son demasiado parecidos a otros tantos visto en infinidad de películas recientes que no llegar a inquietar como lo lograba la primera arte.

Una película no del todo lograda, con un guión que mete con calzador una historia romántica, que no utiliza dramáticamente la guerra que sucede como telón de fondo y que pierde bastante tiempo explicando la historia de la Dama de negro de manera inútil, y que, sobre todo, desaprovecha todos los elementos que hicieron una película efectiva a su predecesora.