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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
8
Bélico. Drama Durante la campaña del Pacífico, una heroica compañía americana lucha contra el avance de las fuerzas japonesas en Filipinas, perdiendo cada vez más terreno. Dos oficiales de lanchas torpederas, en contra de la opinión de sus superiores, intentarán frenar el avance utilizando las viejas embarcaciones contra los barcos nipones... (FILMAFFINITY)
31 de agosto de 2013
17 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
En septiembre de 1941, John Ford metió algo de ropa y unas pocas pertenencias en una pequeña maleta y le dijo a su mujer que partía hacia Washington en viaje de negocios y que estaría de vuelta en un par de días. Ford, sin embargo, no regresó a casa hasta 1945, tras el final de la Segunda Guerra Mundial y después de haber cumplido lo que él consideraba un inexcusable deber patriótico.

A lo largo de cuatro años, Ford, al servicio de la Armada, cambió los estudios y decorados de los que se había valido, hasta entonces, para recrear una imagen verosímil del mundo, por los escenarios reales donde se libraba el auténtico drama humano de su tiempo. Sobrevoló y fotografió, en misiones secretas, zonas de interés militar. Grabó bajo fuego enemigo la batalla de Midway y el desembarco de Normandía. Cubrió la Operación Antorcha en el norte de África y fue arrojado en paracaídas sobre la jungla birmana. Fue herido por la metralla japonesa y vio caer a muchos hombres, tanto soldados como de su unidad fotográfica, antes de regresar a su hogar.

“No eran imprescindibles”, la primera película que rodó nada más regresar a Hollywood, es el homenaje de Ford a los hombres que, como él, habían dejado atrás casa y familia sin saber a ciencia cierta si volverían a verlas. Libremente basada en hechos reales y deliberadamente ubicada en los primeros meses de la guerra del Pacífico, en un momento en que los japoneses estaban barriendo a los estadounidenses, la película de Ford no sigue, sin embargo, los patrones del cine bélico del momento.

Lejos de los enardecidos productos de exaltación y propaganda rodados en los años inmediatamente anteriores, “No eran imprescindibles” desplaza la acción bélica o la glorificación de las gestas personales a un segundo plano y examina, en cambio, el fenómeno íntimo de la guerra, la experiencia mortificante de la inacción, el sacrificio de toda ambición personal, la callada y rutinaria espera, en plena derrota, de una victoria todavía remota y del incierto regreso al hogar. A Ford no parecen interesarle tanto las batallas como sus escombros, ni el paseo triunfal de los héroes como las sombras de los caídos sin nombre.

El resultado es una de las películas bélicas más sobrias, melancólicas y plagada de claroscuros jamás filmadas, donde brillan con luz propia no pocos destellos de gracia fordiana. El baile de John Wayne y Donna Reed. El silencioso coro de gestos y miradas con que los soldados reciben en la cantina la noticia de la caída de Filipinas. La despedida en el porche del viejo propietario del astillero. El responso improvisado en el que, a falta de sacerdote y oraciones, se recitan los versos que Robert Louis Stevenson escribió a modo de epitafio (“los únicos que sé”, confiesa Wayne), aquellos en que, bien mirado, se cifra todo el sentido de la película y en los que el gran escritor escocés pedía ser enterrado bajo el inmenso y estrellado cielo, y descansar, por fin, allí donde él quería, de nuevo en casa, de vuelta del mar.
Normelvis Bates
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