Del director de El Último Exorcismo (2010), algo que puede tirar para atrás, es la frase con la que se vende 13 Sins. Daniel Stamm es este tipo, el encargado de poner en imagen el remake de 13 Beloved, película tailandesa de 2005 que no he visto. El reparto: Mark Webber -nada que ver con el piloto de F1-, Devon Graye, Tom Bower, Rutina Wesley y dos caras más conocidas, Ron Perlman y Pruitt Taylor Vince en papeles más secundarios.

El protagonista es un tal Elliot (Webber), a punto de ser padre de familia, despedido del trabajo y lleno de deudas hasta el cuello, recibe una llamada que puede hacerle millonario. Lo ofrecen realizar trece pruebas, tras las cuales le será transferida en la cuenta bancaria grandes cantidades de dinero. Las primeras pruebas, como es obvio, son sencillas, después la cosa se complica más. Éstas últimas harán que un inspector de policía (Perlman) se ponga tras su pista.

Que 13 Sins guste depende de lo fácil que se entré en el juego que ofrece; noventa minutos, trece pruebas, un concursante. Yo he entrado con facilidad en ellas, las pruebas son lo bastante divertidas para mantener el interés la escasa hora y media que dura, no es de estas pelis en las cuales tras tres pruebas te cansas y te pasas el resto de metraje contando las que quedan para que se acabe el despropósito -por ejemplo, 12 Trampas, con John Cena-.

Para meter en situación, las pruebas son de una violencia gráfica y una aparatosa violencia que debiera convencer a los fans de Saw, llevadas con un humor bastante negro que le da un tono simpaticote -adjetivo que no existe- a lo que se está viendo. ¿Ejemplos de prueba? Mejor no revelar las mejores cartas de 13 Sins, pero me ha parecido muy curiosa una que sucede con un fiambre, y que me ha traído a la mente los mejores momentos de Este Muerto Está muy Vivo (1989).

Un defecto, bueno, posiblemente más, pero solo uno que me haya dejado mal sabor de boca. 13 Sins no es una película de guion, pero esperaba encontrar un leitmotiv por parte de los villanos algo más cuidado y conciso.