Déjate llevar por una vorágine de torrenciales actuaciones que gozan de una excelsa dirección de actores, por un guión que fluye de una manera tan previsible como seductora, por una falsa realidad, una artificiosidad bien llevada, como si de Tarantino se tratara, como si la estilización de lo “molongui” a cámara lenta nos resaltara que lo que estamos viendo está hecho “para molar” y que de hecho, mola.

Piérdete en una historia cuyos personajes encandilan por su carisma, que te interpelan y se mueven como si Scorsese fuera el titiritero que mueve sus hilos. Sumérgete en una historia real que de real no tiene nada, que es estilizada, trucada, maquillada, mejorada por la magia del cine.

No es una película perfecta, no es la mejor película del año, pero sí la que me ha hipnotizado sabiendo jugar muy bien sus cartas, siendo consciente de lo que es, siendo consecuente con su objetivo, yendo con la honestidad por delante, buscando la complicidad del público.

Los premios, los tenga o no (que seguramente sí), son lo de menos.