Aunque en “Reservoir dogs” tito Quentin ya hizo gala de su portentosa habilidad para zarandear retinas y coordenadas mentales, en “Pulp Fiction” un ajustadísimo cuarto de vuelta (de tuerca) culmina un trabajo, no tan sólo brillante, sino definitivo y definidor de su particular y controvertido microcosmos cinematográfico.

Quentin, como apóstol del populacho cinéfilo, proclama su ideario a través de un puzzle expresivo que, a día de hoy, constituye la punta de lanza del tan cacareado cine moderno. Resulta curioso, no obstante, que con la perspectiva que nos otorgan esos 13 años transcurridos, la peli de Tarantino se haya convertido, muy a su pesar, en todo un clásico respecto al manierismo decadente de “Kill Bill” y a los desvaríos autocomplacientes de “Death Proof”.

“Pulp Fiction” es convulsa, irreverente, innovadora y primigenia, atributos más que suficientes para replicar a todo aquel que la tache de sobrevalorada, zafia, violenta o folletinesca. De todas maneras, puede ser que la peli no sea ni una cosa ni la otra, sino todo lo contrario. No sé si me explico… El problema es que Tarantino parió su obra maestra prematuramente. Sólo eso la separa del 10. Una cuestión de recorrido, de matices… de sedimento. Porque aunque me divirtieron algo más los dos volúmenes de “Kill Bill”, “Pulp Fiction” está mucho mejor resuelta. No por su acojonante BSO, ni por su constelación de estrellas en nómina, ni por sus frases ya míticas ni por su genuína dialéctica fílmica… tal vez únicamente porque solo un visionario como el de Tennesse tendría capacidad para democratizar una verdadera obra de arte.