Una película modélica, con un guión de hierro, un montaje ágil pero no desenfrenado, unas interpretaciones ajustadísimas, tanto de veteranos como de debutantes, un tratamiento alejado de cualquier intención moralizante, que sólo pretende plasmar unos hechos: unos individuos quieren ganar dinero con el tráfico de drogas, y otros se lo han de impedir. Nada más. Si la película fuera norteamericana, a los pocos segundos nos enteraríamos de lo malvados que son los camellos; además, la película se terminaría enseguida, porque los policías dispararían a matar y la persecución se daría por concluida. Daniel Monzón, tras su estimulante Celda 211, parece empeñado en sentar las bases del Castizo Spanish Thriller, el nuevo género que ya ha aportado obras del calibre de Grupo 7 o No habrá paz para los malvados. Es una cinta destinada a arrasar, aquí y allende las fronteras, porque trasciende los estereotipos y puede ser entendida y degustada por todo tipo de nacionalidades. Es un placer asistir a una historia que te deja clavado en la butaca durante 130 minutos y no quieres que acabe. La demostración más preclara de que en España se puede hacer buen cine, comercial y de calidad al mismo tiempo. Espero que supere la taquilla de esa estúpida insensatez titulada Ocho apellidos vascos.