Sí, llegan artistas de una especie en extinción, de un dominio del lenguaje y del gesto de extraordinario vigor. Corre la voz y prolifera el entusiasmo de todas las clases sociales.

Deambulábamos por un Londres de niebla, crimen y misterio de los años 30 con su dosis de miseria moral y callejera, con sus teatros clásicos y de variedades, sus ambientes de alto y bajo standing, cuando de pronto se acerca un duque bien emperifollado andando su tristeza y su agonía (admirable Colin Firth); detrás, un carruaje con su duquesa consorte dentro, esperando que aquel que ama desahogue tanta penuria; ella no tiene envaramiento de aristócrata, es una chica aparentemente corriente pero con una capacidad de amar de excepcionales características, y sobre su fuerza y esperanza recaerá la posibilidad de que el duque pueda superar su terrible tartamudeo (estupenda Helena Bonham-Carter; la encantadora esposa será quien le presente a un australiano con una personalidad arrebatadora: un cariñoso y divertido padre de familia que vive al borde de la pobreza, que fracasa una y otra vez en sus diversos empeños, pero que jamás pierde el respeto por sí mismo, la confianza en su propio criterio (excelente Geoffrey rush).

Con este material, una película fascinante, con una carga teatral perfectamente ideada y desarrolada en la que sus actores brillan con una luz intensa pero no cegadora, capaz de permitirnos cerrar los ojos y escucharles como si de una sinfonía se tratase.

En breves pero fascinantes apariciones: Michael Gambon, Derek Jacobi y Claire Bloom.