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Voto de Baxter:
8
6,8
25.731
Comedia. Romance
Invierno de 1931. Fernando decide desertar del ejército y se refugia en una casa de campo, donde es bien acogido por Manolo, un pintor excéntrico que vive retirado debido a sus ideas políticas. El chico mantiene sucesivamente relaciones con las cuatro hijas de su protector (Rocío, Violeta, Clara y Luz), sin saber muy bien de cuál de ellas está enamorado. (FILMAFFINITY)
15 de enero de 2008
78 de 97 usuarios han encontrado esta crítica útil
Belle époque es más que una simple e ingeniosa comedia. El mismo Fernando Trueba la calificó como “un estado de ánimo en época de vacaciones”. El director deseó en todo momento transmitir al espectador la vivencia de la libertad de acción y opinión existentes en tiempos del inicio de la Segunda República Española, en contraposición con el oscuro, cruel, intolerante y despótico panorama político-social que se instauró en España pocos años después; Trueba refleja el clima de un sosegado remanso en medio de la opresión política y social, el tono abierto, cordial y respetuoso de unos personajes librepensadores en un momento de clara incertidumbre. Por encima de estas referencias, Trueba acierta al incluir rasgos artísticos de otros grandes directores y sus obras, como de Jean Renoir en su magistral Une partie de campagne, o de Erich Rohmer en sus personalísimas Pauline en la Playa o Le rayon vert; en todas ellas se exalta el amor a la vida, a la sensación de libertad, la importancia de los sentidos y del sexo sin ambages, o la influencia del entorno y la naturaleza en los sentimientos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Fernando Trueba siempre quiso hacer una película que remitiese, aunque fuese de forma lejana, a nostálgicas experiencias autobiográficas de su juventud. En Belle époque el ambiente se hace reparadoramente bucólico para relativizar el contexto político y otras consideraciones dogmáticas más o menos intransigentes, un entorno en donde quedan abolidas, como un deseo ancestral del director, las más severas normas sociales, prejuicios morales y cantos de sirena ideológicos; un lugar idílico en donde pueden potenciarse y aflorar de forma natural esos sentidos e instintos innatos, en beneficio de la magia de una educación sentimental sin escollos morales o culturales. La Segunda República, etapa histórica en donde se ambienta la película, también representó esa promesa idílica que pronto se desvanecería.
Belle époque trata de temas sencillos, elementales y vitales desde el principio de la especie humana: el amor, como parte fundamental de nuestra existencia, el deseo sexual como parte consustancial de la calidad humana, la dificultad de elegir a la persona amada, la amistad, las excelencias de la cocina como efímero aunque intenso placer terrenal, lo espontáneo que todos llevamos dentro a pesar de nuestra condición o circunstancias, sobre nuestra capacidad de ofrecernos a otro ser, como un instinto primitivo alejado de toda concepción moral o religiosa, trata de las peripecias de un amante del amor carnal, como así también lo ilustró Françoise Truffaut en su manifiesto sentimental y otrora escandalosa cinta El hombre que amó a las mujeres, aunque en el caso de Fernando éste amor al sexo débil y la inclinación obsesiva hacia el matrimonio no es más que una respuesta conservadora y moralmente engañosa hacia su talante promiscuo y espíritu vividor.
La película comienza y termina con dos episodios luctuosos: arranca con la muerte de dos guardias civiles y concluye con el suicidio del cura (Agustín González) y la suspensión obligatoria de la boda, un símbolo de la claudicación de Fernando hacia lo socialmente correcto. Esas dos escenas funcionan como dos rupturas dramáticas que marcan el paréntesis idílico que vive el protagonista y todos los espectadores. Si la película comienza con un prólogo más cercano al humor negro, concluye con un triste epílogo que acumula una triple tragedia: el suicidio del sacerdote, la renuncia de Fernando y la soledad de Manolo, donde no hay lugar para el humor. No es precisamente un final feliz, el plano de Manolo alejándose en el coche de caballos aparece teñido de contagiosa melancolía, de una intensa abulia, como si el autor, los personajes y el paisaje cayeran en la cuenta que la tristeza no tiene fin… aunque la felicidad sí. Un final que invita a la reflexión sobre nuestro concepto de la vida.
Belle époque trata de temas sencillos, elementales y vitales desde el principio de la especie humana: el amor, como parte fundamental de nuestra existencia, el deseo sexual como parte consustancial de la calidad humana, la dificultad de elegir a la persona amada, la amistad, las excelencias de la cocina como efímero aunque intenso placer terrenal, lo espontáneo que todos llevamos dentro a pesar de nuestra condición o circunstancias, sobre nuestra capacidad de ofrecernos a otro ser, como un instinto primitivo alejado de toda concepción moral o religiosa, trata de las peripecias de un amante del amor carnal, como así también lo ilustró Françoise Truffaut en su manifiesto sentimental y otrora escandalosa cinta El hombre que amó a las mujeres, aunque en el caso de Fernando éste amor al sexo débil y la inclinación obsesiva hacia el matrimonio no es más que una respuesta conservadora y moralmente engañosa hacia su talante promiscuo y espíritu vividor.
La película comienza y termina con dos episodios luctuosos: arranca con la muerte de dos guardias civiles y concluye con el suicidio del cura (Agustín González) y la suspensión obligatoria de la boda, un símbolo de la claudicación de Fernando hacia lo socialmente correcto. Esas dos escenas funcionan como dos rupturas dramáticas que marcan el paréntesis idílico que vive el protagonista y todos los espectadores. Si la película comienza con un prólogo más cercano al humor negro, concluye con un triste epílogo que acumula una triple tragedia: el suicidio del sacerdote, la renuncia de Fernando y la soledad de Manolo, donde no hay lugar para el humor. No es precisamente un final feliz, el plano de Manolo alejándose en el coche de caballos aparece teñido de contagiosa melancolía, de una intensa abulia, como si el autor, los personajes y el paisaje cayeran en la cuenta que la tristeza no tiene fin… aunque la felicidad sí. Un final que invita a la reflexión sobre nuestro concepto de la vida.