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Voto de Vivoleyendo:
7
Comedia. Drama En mayo de 1536, justo después de la ejecución de su segunda esposa, Ana Bolena (Merle Oberon), Enrique VIII (Charles Laughton) se casa con Jane Seymour (Wendy Barrie), que muere 18 meses después. A continuación desposa a la princesa alemana Anne de Cleves (Elsa Lanchester), pero el matrimonio acaba en divorcio. Su quinta esposa, la bella y ambiciosa Katherine Howard (Binnie Barnes), se enamora del cortesano Thomas Culpeper (Robert ... [+]
2 de julio de 2010
14 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con la etapa muda recién enterrada y el ascenso al estrellato de aquel genial actor inglés que fue Charles Laughton, el húngaro Alexander Korda dirigió su foco al rey más controvertido de Gran Bretaña: Henry VIII Tudor. Se labró una merecida leyenda como “Barba Azul”, debido a la nada envidiable suerte que corrieron sus numerosas esposas, dos de ellas ejecutadas por alta traición (Anne Boleyn y Catherine Howard), una repudiada y enviada al olvido (Catalina de Aragón), y otra fallecida al dar a luz (Jane Seymour). Las dos más favorecidas fueron Ana de Clèves (mujer astuta que supo librarse de un matrimonio indeseado, quedar bien con el rey y obtener riquezas que le permitirían vivir holgadamente a su aire), y Catherine Parr (la última, bondadosa y maternal, que dio cariño y educación a los hijos del rey, Mary, Elizabeth y Edward).
La agitada vida amorosa del monarca no perdía puntada tampoco con las damas de la corte, y se conocían sus numerosas aventuras ocasionales.
Laughton una vez más se apropia del personaje y modela un perfil irónico, burlesco y amargo. Korda prefirió un tono tirando a sarcástico, en el que se desdramatizan las situaciones más graves. En las ejecuciones, el público se comporta con ligereza y frivolidad, como si fueran a presenciar un espectáculo de divertimento (y para la masa habituada a tales exhibiciones macabras sería en verdad una distracción más). Anne Boleyn bromea melancólicamente sobre su muerte a las puertas del cadalso. La mayoría de las damas de honor y doncellas cotorrean sobre la condenada sin el menor atisbo de lástima. El rey se burla un poco de sí mismo y de todo, cada vez más ahogado en sus mezquindades y dolores, algo más desilusionado con cada nueva decepción o pérdida.
El mujeriego Henry, que había llegado tan lejos en sus pasiones por el sexo femenino como para romper con la Iglesia Católica y proclamarse pontífice de una nueva religión cristiana, la anglicana (en la que estaba permitido el divorcio, puesto que él mismo, figura de máxima potestad, era el que podía deshacer el matrimonio sin depender del anticuado e inflexible Papa de Roma), no era precisamente un mirlo blanco. No hay mucho que envidiar a las seis esposas que hubieron de compartir vida diaria y lecho (exceptuando a la lista Ana de Clèves, quien se libró rápidamente de sus obligaciones) con aquel hombre que según los retratos tanto pictóricos como biográficos no debió de ser agraciado, ni físicamente ni de espíritu.
Con el aguijón del ansia por dejar heredero varón a la corona, su obsesión apenas se vio satisfecha, hecho que había contribuido fundamentalmente a que Henry repudiara a Catalina de Aragón y Anne Boleyn. Tan sólo Jane Seymour le dio un varón antes de morir de parto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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