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Voto de Servadac:
6
8,2
148.113
Drama
Walt Kowalski (Clint Eastwood), un veterano de la guerra de Corea (1950-1953), es un obrero jubilado del sector del automóvil que ha enviudado recientemente. Su máxima pasión es cuidar de su más preciado tesoro: un coche Gran Torino de 1972. Es un hombre inflexible y cascarrabias, al que le cuesta trabajo asimilar los cambios que se producen a su alrededor, especialmente la llegada de multitud de inmigrantes asiáticos a su barrio. Sin ... [+]
8 de mayo de 2010
133 de 157 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tres son los pilares de la sociedad EEUU: patria, familia y religión.
‘Dios bendiga América’, entonan todos a una en el sofá frente a la tele. Así reza el cliché del perfecto ciudadano.
Clint Eastwood conoce a su público al dedillo, sabe a quién se dirige y lo que quiere. Utiliza una figura que es emblema (un veterano de guerra retirado) para tumbar los tres pilares USA desde dentro.
Patria: ahí tenemos la bandera inmensa presidiendo el porche… pero el barrio está plagado de inmigrantes.
Familia: la de Kowalski es sólo una caricatura… pero los orientales sí que saben compartir.
Religión: el cura es un imberbe inocentón; carece de experiencia… pero el santón amarillo sí que lee en lo profundo de los corazones.
‘Dios bendiga América’, entonan todos a una en el sofá frente a la tele. Así reza el cliché del perfecto ciudadano.
Clint Eastwood conoce a su público al dedillo, sabe a quién se dirige y lo que quiere. Utiliza una figura que es emblema (un veterano de guerra retirado) para tumbar los tres pilares USA desde dentro.
Patria: ahí tenemos la bandera inmensa presidiendo el porche… pero el barrio está plagado de inmigrantes.
Familia: la de Kowalski es sólo una caricatura… pero los orientales sí que saben compartir.
Religión: el cura es un imberbe inocentón; carece de experiencia… pero el santón amarillo sí que lee en lo profundo de los corazones.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Critica la guerra en una frase memorable: “Lo peor no es lo que te mandan hacer, sino lo que no te mandan hacer”.
Critica el vacío de la religión, en una confesión irrelevante, que concluye con la consabida receta rutinaria. Una padrenuestro, dos avemarías…
Critica con ensañamiento las relaciones familiares, en las que prima el interés y el egoísmo desmedidos. El diseño de los hijos, nietos y demás parientes es exageradamente burdo.
La verdadera guerra de Kowalski es evitar la guerra al joven Thao. La verdadera confesión (haber asesinado a sangre fría y recibir por ello una medalla) se la hace al chico coreano. La verdadera familia es la amistad con el chaval y con Sue Lor.
Una amistad que no se para en razas, credos, edades ni banderas.
La película es simple, no sencilla. Las intenciones claras, no profundas. Todo está debidamente balizado y subrayado. Los diálogos a quemarropa encantarán a la parroquia de Clint Eastwood aunque, en ocasiones (en la barbería o en la entrevista con el capataz de la obra), rozan lo ridículo.
El final, a lo Sansón (“Muera yo junto a los filisteos”) es justo y necesario y efectista.
Clint Eastwood desmonta un mito norteamericano y crea otro. Pasa de ser Yahvé (el dios judío y vengador del Antiguo Testamento) a ser el Cristo (crucificado) del Nuevo Testamento: de Harry el sucio a Walt Kowalski en una cinta triste con sabor a testamento personal –de hecho acaba con el testamento del protagonista.
Al final, el alma de Kowalski, el Gran Torino del 72, es para Thao. El mismo chico que intentó robarlo en un principio. Antes de que lo foráneo robe el alma a la leyenda, la leyenda se la entrega con un gesto legendario.
Algo está pasando en los United States, cuando el héroe nacional pasa de justiciero a ajusticiado. De ángel exterminador a chivo expiatorio. De filo de cuchillo a cuello de carnero.
Clint Eastwood pasa de vengar a redimir, ¿no estará dando ya su guerra por perdida?
Critica el vacío de la religión, en una confesión irrelevante, que concluye con la consabida receta rutinaria. Una padrenuestro, dos avemarías…
Critica con ensañamiento las relaciones familiares, en las que prima el interés y el egoísmo desmedidos. El diseño de los hijos, nietos y demás parientes es exageradamente burdo.
La verdadera guerra de Kowalski es evitar la guerra al joven Thao. La verdadera confesión (haber asesinado a sangre fría y recibir por ello una medalla) se la hace al chico coreano. La verdadera familia es la amistad con el chaval y con Sue Lor.
Una amistad que no se para en razas, credos, edades ni banderas.
La película es simple, no sencilla. Las intenciones claras, no profundas. Todo está debidamente balizado y subrayado. Los diálogos a quemarropa encantarán a la parroquia de Clint Eastwood aunque, en ocasiones (en la barbería o en la entrevista con el capataz de la obra), rozan lo ridículo.
El final, a lo Sansón (“Muera yo junto a los filisteos”) es justo y necesario y efectista.
Clint Eastwood desmonta un mito norteamericano y crea otro. Pasa de ser Yahvé (el dios judío y vengador del Antiguo Testamento) a ser el Cristo (crucificado) del Nuevo Testamento: de Harry el sucio a Walt Kowalski en una cinta triste con sabor a testamento personal –de hecho acaba con el testamento del protagonista.
Al final, el alma de Kowalski, el Gran Torino del 72, es para Thao. El mismo chico que intentó robarlo en un principio. Antes de que lo foráneo robe el alma a la leyenda, la leyenda se la entrega con un gesto legendario.
Algo está pasando en los United States, cuando el héroe nacional pasa de justiciero a ajusticiado. De ángel exterminador a chivo expiatorio. De filo de cuchillo a cuello de carnero.
Clint Eastwood pasa de vengar a redimir, ¿no estará dando ya su guerra por perdida?