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Los comulgantes

Drama Thomas, un pastor protestante que celebra los oficios religiosos con la iglesia casi vacía, es un hombre solitario que sufre una profunda crisis espiritual y cuya vida carece de sentido. Incluso el amor que le profesa la maestra Marta se ha vuelto para él una carga insoportable. Su situación se agrava al verse incapaz de ofrecer ayuda alguna a una pareja de campesinos que acuden a él para pedirle consejo. (FILMAFFINITY)
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Críticas 53
Críticas ordenadas por utilidad
16 de septiembre de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El suicidio del personaje de Max Von Sydow, angustiado por el hecho de que la China comunista esté a punto de conseguir la bomba atómica (las primeras pruebas nucleares chinas se producirían poco después, en 1964) añade aún más drama al reverendo interpretado por Gunnar Björnstrand, envuelto en el silencio de Dios, en un silencio que es una crisis espiritual y personal absoluta. Bergman conjuga varios temas interesantes: la incapacidad de amar; el fracaso de la religión; el miedo ante la carrera de armamentos; y el papel de Dios, la religión y la iglesia en una sociedad moderna. Pero todo eso se explica en ese silencio de Dios, en la ausencia de Dios, en la horrible soledad del ser humano.

"Los comulgantes" es un film religioso y, a la vez, tremendamente moderno, en el que el drama alcanza una intensidad tan grande que es difícil no sentirse sobrecogido, como espectador, por lo que pasa en la acción que se nos muestra, a lo largo de unas pocas horas.
Pedro Triguero_Lizana
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6 de agosto de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los comulgantes (1963) de Ingmar Bergman es un drama psicológico sobre las dudas de fe que un pastor protestante tiene en un momento delicado de su vida. Dirigida con un ritmo lento y con el estilo propio e íntimo del director, es una obra reflexiva que tiene como base la religión y las consecuencias que se derivan de la indecisión que esta supone para el religioso en un momento dado, desencadenando en la culpabilidad y la desesperación de volver a encontrar su camino. Realizada de forma excelente tiene un resultado que evidencia de modo notable la incertidumbre sobre las creencias y miedos del propio director.
La fotografía en blanco y negro está repleta de detalles alusivos y tiene una terminación exquisita en el buen uso de imágenes que te transportan. La música eclesiástica ocupa gran parte del film por las misas, usándose también con mucho acierto los sonidos de relojes que ralentizan el tiempo y asfixian al protagonista en su propia angustia. Los planos y movimientos de cámara completan un soberbio trabajo técnico que se centra en las expresiones de los actores a través del uso de primeros y primerísimos planos, detalles, avanti y retroceso.
Las actuaciones están cargadas de tensión dramática. Como principales Gunnar Björnstrand hila un deslumbrante papel con hundimiento psicológico, Ingrid Thulin señalada en su labor emocional y Max von Sydow contundente en su depresión aunque poco hablador, siendo convincentes las interpretaciones de Gunnel Lindblom, Allan Edwall y Köldjorn Knudsen entre otros. La dirección artística emplea para estos unos vestuarios y caracterizaciones formales además de evocadores según el personaje, al igual que los oportunos decorados.
El guion, escrito por el director, es implacable e incitador al recalcar con una trama penetrante y a través de un pastor las propias dudas y miedos del director, llevándolo a cabo con un tono pesimista que perturba al público en un excelso trabajo muy en la línea habitual de Bergman. Esto es llevado a cabo con una narrativa sombría y desmoralizadora por parte del principal que es equilibrada en una impoluta labor lingüística y, en alguna escena, mirando a la cámara para explicar al público las impresiones mismas sobre el religioso por parte de la maestra.
Concluyendo, la considero una obra esencial e indeleble del género y por supuesto del director, por tener una trama provocadora que pone a prueba la fe y la religión en el peor momento personal de un pastor que no es capaz de salvar la vida de uno de sus fieles y se pierde aún más en su desdicha. Recomendable por su dirección, guion, actuaciones, fotografía, planos, movimientos de cámara, vestuarios y narrativa que vuelven a Los comulgantes, una de las cintas más destacables del director que gustará a todos sus seguidores y a los cinéfilos que busquen cintas profundas típicas del cineasta sueco.
Elcinederamon
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6 de noviembre de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es un film tan existencialista como Unamuno, Sartre o Heidegger... Mucha gente acude al séptimo arte para matar el tiempo y otros pocos lo hacen para preguntarse el porqué se nos acaba el tiempo y nos morimos. La muerte quita todo sentido a la vida, escribió Sartre. Y por si fuera poco, Dios está muerto o ausente, y el sufrimiento y el caos imperan en el mundo.

El pastor luterano relata que fue en Lisboa donde comenzó a perder la fe, debido al impacto brutal que le produjo la Guerra Civil española. Nada nos cuenta sin embargo de la vergonzante neutralidad de Suecia durante la 2ª Guerra Mundial, que en realidad fue sumisión o simpatía a la Alemania nazi, causante de una guerra monstruosa, la más sangrienta de la historia de la Humanidad.

Otro episodio chocante que nos cuenta es el horror que le lleva a la locura a Max Von Sidow por el peligro atómico chino. Recordemos que en los años del rodaje de este film se padecía la Guerra Fría en la que la amenaza verdadera para Europa era la URSS.

Impecable en todo lo demás esta obra de Bergman. Lo mismo en su técnica cinematográfica que en su argumentario de interrogación metafísica y, por lo tanto, teológica. El silencio de Dios, su ausencia, su abandono del mundo que creó para el hombre (el único ser que tiene capacidad para interrogarse sobre su existencia) y el dolor al que la angustia conduce a los humanos es el argumento. El pastor, su novia, los feligreses y los ayudantes del pastor, todos sin fe ya en Dios, piensan y viven un mundo en el que la desaparición de Dios ha anidado en la Tierra el desconsuelo.
Dice la Thulin: "Ojalá nos sintiéramos protegidos. Ojalá existiera una verdad en la que creer y ojalá pudiéramos hacerlo".

Y el espectador que paga por ver cine y que no quiera quemar neuronas con este tipo de problemáticas... pues ya sabe: al Padrino 1, 2 y 3 y a Tarantino, que ahí las muertes son de mentirijillas... y nada de Malick.
das man
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27 de febrero de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se oficia la misa en una humilde capilla de un pueblo cualquiera en las tierras de Suecia. El sacerdote pronuncia las sagradas palabras sin sentimiento alguno y los pocos feligreses que allí se disponen las reciben indiferentes.
Afuera hace frío, la nieve y las nubes lo cubren todo, todo...

Con la realización de "Como en un Espejo" a comienzos de los '60, el director Ingmar Bergman se propuso iniciar una nueva etapa en su cine siguiendo unas directrices y temas, tanto en forma como en estilo, que se habrían de convertir en seña de identidad de toda su obra posterior; sí, realizaría comedias, pero pasarían inadvertidas frente a los densos e íntimos dramas de carga existencialista a los que se dedicaría en cuerpo y alma. Inspirado por la delicada situación que había vivido un sacerdote conocido suyo tras haber perdido a uno de sus fieles cometiendo suicidio, el director proseguiría con la idea fundamental que invadía la estructura su anterior film: el silencio de Dios.
Más tarde, esta concatenación de reflexiones daría pie a hablar de una trilogía (la Trilogía del Silencio) iniciada en "Como en un Espejo" y completada con "El Silencio" y la que nos ocupa, en cuyo guión participaría el propio padre del cineasta, Erik Bergman, inflexible y autoritario como pastor luterano pero aún más como progenitor, de quien su hijo guardaría sobre todo dolorosos recuerdos. "Los Comulgantes", también concebida en tres actos como una obra de cámara, arranca en plena misa en la que el padre Tomas Ericsson habla a unos pocos fieles, en cuyos ojos se puede fácilmente atisbar la presencia de una angustia interior que a cada uno consume irremisiblemente.

Será esta modesta capilla el lugar esencial en el que se desarrolle todo un primer acto de unos tres cuartos de hora proponiéndose Bergman condensar aún más el escenario de lo que ya hiciera en su película previa, atrapándonos en un ambiente hermético, inaccesible, claustrofóbico y tan apático como los personajes que lo habitan con su enferma e indiferente casi fantasmagórica presencia. La figura central de la trama es Ericsson, de quien poco después descubriremos el abrasivo tormento que embarga a su alma, perdida en un sendero de tinieblas.
Éste, al igual que los demás, será filmado por una cámara de enfoque íntimo y cercano que no obstante lo presentará desde una distancia inalcanzable a ojos del espectador. Nada o casi nada hace pensar que este cura pueda hallar en esa atmósfera tísica, fría y cargada de pesimistas y decadentes emociones y pensamientos, una mínima salvación, pues es en el fondo un hombre cuya esperanza le ha sido arrancada desde hace tiempo, desde que en sus propias carnes pudo comprobar los horrores de la condición humana en tiempos de guerra, desde que la única persona en la que depositaba la poca fe que aún residía en él, su esposa, se marchó a los brazos de Dios.

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

La suave y elegante fotografía de Sven Nykvist contrasta a la perfección con la abrumadoramente tensa y austera atmósfera del film, que Bergman dispone en pocos escenarios interiores y exteriores sin más música (pues el silencio domina en cada recoveco del espacio) que la producida por la naturaleza, la del órgano de la iglesia y la de los diálogos de unos personajes con los que es imposible empatizar, donde hallamos la soberbia y no menos desoladora interpretación de un Gunnar Björnstrand al que por fin el director concede el papel protagonista que se merece, acompañado por habituales de éste: Max Von Sydow, Ingrid Thulin, Allan Edwall y Gunnel Lindblom, todos ellos muy comedidos.
Elaborada y fascinante desde el interior, desnuda de artificios y construida sobre un simple y angustioso escenario exterior, "Los Comulgantes" pasa por ser la obra más sobria y densa del maestro sueco, un puente de grave reflexión entre los dos títulos con que inician y terminan la Trilogía del Silencio, de algún modo más "impactantes" y elaborados que éste. Todo ello observado por la triste mirada de un Jesucristo crucificado consciente de su inútil sacrificio por una Humanidad envuelta en temor y sombras y rematado con una significtiva conexión entre él y Tomas.

El eco de su plegaria llega hasta las entrañas: "Dios...¿por qué me has abandonado?".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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11 de agosto de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los personajes de Bergman son bicéfalos. En la mayoría de sus encuadres aparecen dos actores, juntos, en primer plano. Como por lo general están vestidos de negro, se confunden y dan la impresión de un cuerpo con dos cabezas. Apelando a los recursos expresivos propios del lenguaje cinematográfico, de dos personas, Bergman hace una. No para indicar contrastes entre personalidades sino para decir que todos tenemos dos pensamientos que nos tiranizan, que nos hacen mirar en distintas direcciones con tal de no mirarnos en el otro (porque, tal vez, eso sea abismarnos en nosotros mismos). Dentro y fuera nuestro existe una convivencia donde el encuentro está siempre en discusión. Algo de esto dice el protagonista de “Esta tierra es mía” (Jean Renoir): “en todos nosotros hay dos personas”. Dos puntos de vista que proyectan horizontes diferentes y válidos. Dos pensamientos. Uno se pregunta dónde está Dios. El otro dice que Dios no está, que tal vez nunca estuvo. Bergman también era bicéfalo. Dirigía cine como si fuera teatro. Los actores debían hacer el movimiento preciso, decir la palabra en el tono justo, hacer el gesto al ritmo exacto. Para que su pesimismo sea bello, el peso de sus angustias descansaba en otros. El documental “Bergman gör en film” cuenta esto y se mete en el rodaje de esta obra. El cine bicéfalo de Bergman rondaba siempre dos temas, ambos reunidos en esta obra (también titulada "Los comulgantes"): la angustia existencial y la intimidad compartida. La pérdida de fe (algo que a muchos les pasa aunque a pocos les preocupe) encuentra un espejo desgarrador en la convivencia de una pareja. Juana de Arco estaba colmada de fe. Veía y escuchaba a Dios. Bergman estaba preocupado por el silencio de Dios y sencillamente decía: “Dios calla porque no existe”. Su director de fotografía, Sven Nikvist fue el mejor intérprete de sus angustias. Para palpar la oscuridad de un alma hay que saber tocar su luz. Nikvist sabía. Si un padre siente que no es buen padre, sus ojos se oscurecen al tiempo que su cuerpo enrojece. Si una pareja se siente cansada, sus canas enverdecen. Si una bestia acecha, las sombras azulan. Lo extraordinario es que todo sucede en blanco y negro. Aquí decidió filmar sin sol. No hay una sola imagen tomada a la luz del sol. Se rodó sólo en tiempo nublado o con niebla. La convención gráfica propone asimilar la vida con luz y la muerte con sombra. Rostros en los que no brilla el sol, representan vidas en suspenso. Tal vez puedan apagarse o iluminarse desde su interior. De ellas depende si vuelve o no a salir el sol. Aquí, el protagonista es un sacerdote que, debiendo ayudar, arruina las vidas de quienes buscan refugio en él. Como todos, está condenado a mentir. Por mal que se sienta, debe estar de humor para animar a su rebaño. Está obligado a decir misa aunque no tenga nada para dar. Algo de eso desarrolla Bergman (que de niño sintió la vocación sacerdotal) en su libro “Linterna mágica”. El protagonista, aturdido por el desencanto, sólo puede decir cosas absurdas. Tragedia. Lo que se espera de él falta a la cita con cualquier vida donde el protagonista sea otro. Ni la mujer que lo ama le puede enseñar a amar. Apenas le brinda torpes intentos de superar la falta de amor. Ella nunca creyó en la fe de él. Quien puede amar, puede no creer en Dios. Quien no ama, no puede. Pocas veces se ha llevado a la gran pantalla la crisis de fe con este ardor, con esta desnudez formal, con esta estética de grises sin soles. En “Sin Sol”, Chris Marker, hablaba de una lista de cosas que pasan por el corazón, lugar donde habitan los monstruos. Nada nos asegura que Dios exista. Nadie, con su fe, puede hacer que exista. Nadie logra, con su falta de fe, que Dios cese. Existir no es ser. Entender no es comprender. Libres de dudas, podemos dar cualquier respuesta a la pregunta por el sentido de la vida. Los Monthy Pyton, en “El sentido de la vida” dicen que sólo se trata de pasarla bien. Si Dios no existe, no tenemos fundamentos para seguir viviendo. Es decir: entonces, cualquier rumbo es bueno. “Si en verdad Dios no existe… ¿Qué más da? Es un alivio. La vida cobra sentido. La muerte se vuelve una extinción, una desintegración. La crueldad de los hombres, su soledad, su miedo, resultan obvios, transparentes. El sufrimiento no necesita explicación. Sin creador no hay finalidad.” Luego de esta revelación en la vida del protagonista, aparece Dios hecho luz. Es la estremecedora toma en solitario del minuto 41. Plano medio pecho. Primer plano. Luz que aumenta en el fondo. Primerísimo primer plano. “Señor, ¿por qué me has abandonado?”. Alejamiento a primer plano. Giro. Perfil. Ventana. Giro. Espalda. “Ahora soy libre. Por fin”.
Elbio
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