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El Gran Hotel Budapest

Comedia. Aventuras Gustave H. (Ralph Fiennes), un legendario conserje de un famoso hotel europeo de entreguerras, entabla amistad con Zero Moustafa (Tony Revolori), un joven empleado al que convierte en su protegido. La historia trata sobre el robo y la recuperación de una pintura renacentista de valor incalculable y sobre la batalla que enfrenta a los miembros de una familia por una inmensa fortuna. Como telón de fondo, los levantamientos que ... [+]
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Críticas 283
Críticas ordenadas por utilidad
27 de febrero de 2017
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Está en el ambiente todo el rato, durante toda la película flotan la nostalgia, la decadencia, y los valores de una Europa que se disolvió furiosamente por los totalitarismos y la II guerra mundial, y justamente al final aparece la dedicatoria a Stefan Zweig y entonces terminamos de entenderlo todo.
exiliado
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10 de abril de 2017
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La primera escena en la que aparece Monsieur Gustave abre con él de espaldas a la cámara. Gustave observa un paisaje helado desde el balcón, que inunda en sombras al personaje. Detrás suya una habitación del Gran Hotel Budapest con las paredes inundadas de rosa pastel. Apenas tiene unos segundos, pero tiene una extraña quietud.

A partir de aquí la película se convierte en un tour de force de personajes estrafalarios que entran y salen, decisiones espontáneas, persecuciones y situaciones inverosímiles, todo con una sensación de “apelotonamiento”, en las que apenas hay tiempo para profundizar mucho en los personajes. Aunque esta descarada simpleza y sinceridad se convierte en una pista para que el espectador encuentre por sí mismo una segunda capa en estos extraños personajes.

Vemos que Monsieur Gustave es humanista, atento con sus amigos, alguien que ha aprendido a vivir en la época que le ha tocado, saber relacionarse con todo el mundo, siempre visible para cualquiera. Amigo de sus amigos. Esto es lo que se nos muestra más claramente. Pero también vemos que todas las noches cena sólo. Que tiene gustos y aficiones propios de alguien que sueña con épocas pasadas.

De la vida de Monsieur Gustave anterior al hotel sabemos muy poco, algunos datos que deja caer en momentos de debilidad y que no hacen sino dar más halo de misterio a su vida interior. Pero sorprendentemente Wes Anderson utiliza estos huecos de manera que sean significativos para comprender que de Monsieur Gustave sólo conocemos la fachada.

Este alejamiento sobre el personaje principal refuerza toda la esencia de la trama. Una historia que lee una joven, escrita por un viejo al que se lo contó otro viejo. Un laberinto que bien podría ser el que decía Borges sobre Ciudadano Kane: “la investigación del alma secreta de un hombre, a través de las obras que ha construido, de las palabras que ha pronunciado, de los muchos destinos que ha roto la investigación del alma secreta de un hombre […] el héroe observa que nada es tan aterrador como un laberinto sin centro. Este film es exactamente ese laberinto.” Y en el centro del laberinto el alma de Monsieur Gustave. Alrededor el Gran Hotel Budapest, todo lo que le rodea. Lo que vemos de él está deformado por toda la parafernalia.

Pero hay un segundo factor que hace que no podamos ver la imagen completa de Monsieur Gustave, y es la propia forma del relato de la película. Gran Hotel Budapest es la historia que cuenta un viejo, que escribe otro viejo, que lee una niña y que vemos nosotros como espectadores. Esto justifica todos los huecos, las subtramas, los momentos absurdos y da coherencia a una estructura que, bajo otros parámetros, quizá sería inverosímil o forzado, pero que aquí encaja perfectamente.

Aquí volvemos al plano del que hablábamos. Un hombre mirando el paisaje, se puede sospechar que añora algo, aunque no se sabe muy bien el que. En la tranquilidad que le da ese momento de soledad , descansando de las apariencias y de la vida que ha tenido que construirse para sobrevivir, parece el único momento en que la historia reposa y estamos en “tiempo real”. Quizás el único momento que compartimos verdaderamente con Monsieur Gustave.
atomicdog
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29 de septiembre de 2017
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El escritor austriaco Stefan Zweig, nacido en la Viena de 1881, acabó suicidándose en tierras brasileñas, a donde le había llevado la deriva de un exilio obligado por el nazismo. Sus obras, dotadas de una exquisita sensibilidad, conforman un caleidoscopio de costumbres y comportamientos de las clases pudientes en la Europa de entreguerras. Hasta la fecha, solo Max Ophüls había captado la esencia de ese universo burgués para tamizarlo en una perfecta sublimación del (des)amor titulado Carta de una desconocida; el gran logro del director alemán consistió en transformar una historia de esencias folletinescas en paradigma del cine melodramático, con el mismo apasionamiento del cimiento literario.
Partiendo del espíritu social reflejado en la obra de Zweig, y de la sustancia de algunos de sus personajes que suelen coincidir en balnearios y hoteles de lujo, el director norteamericano afincado en París Wes Anderson realiza en su último trabajo, un singular acercamiento a una Europa delusoria que acabará devorándose a sí misma. Curiosamente, es como la personificación en la gran pantalla de aquel extinto imperio austrohúngaro (modernizado a base de oropeles) al que hacía referencia el maestro Berlanga en cada una de sus películas.
Gran Hotel Budapest sitúa la acción en una imaginaria república situada en el corazón del Viejo Continente. Un hotel en decadencia al final de su existencia, que nos narra su propia vida medio siglo atrás, durante los años treinta del siglo pasado, cuando aglutina la crema y la nata de una sociedad inconsciente de que se halla en los estertores de su propia indolencia. Para transportarnos de época el director utiliza el recurso de cambiar el formato de pantalla, pasando del cinemascope a las dimensiones casi cuadradas del tamaño clásico, sin desdeñar el blanco y negro para colorear alguna secuencia determinada anclada al pasado. Como señas de identidad presentes en toda la obra de Anderson, también aquí encontraremos zooms resueltos, planos cenitales y barridos de cámara que tanto definen el estilo de su autor, y que, por otra parte es la marca de una personalidad narrativa efectiva pero algo vacua, como si se tratara de una luminaria de fuegos artificiales. La gran cuestión es dilucidar si nos encontramos frente al reflejo de una modernidad cautivadora o más bien se trata de una artificiosidad huera; cuestión que cada espectador deberá resolver de forma individual, a tenor de sus propios impulsos y emociones.
Entrar en este mundo de personajes y coloridos impactantes supone acceder a un viaje imprevisible de la mano del conserje del hotel, sorprendentemente asumido por una simpar Ave Fénix con los rasgos de Ralph Fiennes, el verdadero artífice de la función, para bien y para mal, en el sentido de que la historia del Gran Hotel Budapest parece totalmente supeditada a los personajes (y no al revés). Con todo, lo mejor de la película es el torbellino visual de unas aventuras trepidantes servidas mediante unos recursos estéticos a mitad de camino entre los tebeos en colores (chillones) y los episodios surrealistas (o directamente irreales), apoyados en unos diálogos tan parcos como efectivos, y divertidos a ratos. Estamos ante una película diferente, una comedia imaginativa en los recurso estéticos y desenfrenada en el aspecto descriptivo, que nos acerca a una interminable galería de figurantes singularizados en unos trazos caricaturescos pero simpáticos, determinados por un elenco de actores irrepetible, entre los que, por citar solo algunos, podemos recordar (entre tanta gloria veterana) a F. Murray Abraham, Adrien Brody, Willem Dafoe, Jeff Goldblum, Harvey Keytel, Jude Law, Bill Murray, Edward Norton, Lea Seydoux, Owen Wilson… En fin, una nómina inacabable de estrellas que al parecer disfrutaron más trabajando en la película que los propios espectadores al visionarla.
Pepe Alfaro
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13 de diciembre de 2017
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Maravillosa película que merece pasar a la historia del cine como un clásico de la fantasía, el humor y la imaginación. En mi opinión, la mejor película de Wes Anderson.

Surrealismo? Realidad mágica? El estilo de este director es único, como únicas son sus películas. Perfeccionista como pocos, Wes Anderson crea un universo propio que atrapa y divierte desde el comienzo. De la mano de un Ralph Fiennes en estado de gracia, la película arranca veloz y va tomando fuerza centrífuga hasta un final desbordante.

El Gran hotel Budapest es un también un gran circo donde los sueños se hacen realidad, una obra con multitud de guiños a la historia contemporánea, al cine de Hitchcock o las aventuras de Tintín. De hecho, tiene recursos para hacer no una película, sino tres.

Algunos la tachan de artificial, cursi o pretenciosa. Para mi es una trepidante obra de fantasía con ternura, humor e inteligencia a partes iguales.
Jordi B
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18 de febrero de 2018
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La música, la fotografía, las actuaciones, el vestuario, la trágica-exagerada-cómica historia, la particular manera de contarla, todo en esta peli es perfecto. Ríes a morir. Te emocionas. Es genial.
Luisat
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