El hombre sin edad

Lo que veo en esta película es cómo, tras atravesar una situación extrema (representada por el rayo que le cae al protagonista), la persona se desdobla y nace en él un "yo" más joven que sabe cosas que normalmente no podría saber, sin dejar de ser el anciano que era.

Las rosas, que no me parecen especialmente relevantes, pero tienen su jugo, simbolizan para mí esa parte de nosotros que no se cree lo que pasa, cree que las rosas son imaginaciones suyas. En parte lo son, sin embargo siguen ahí cuando él muere.

El personaje muere el mismo año que había nacido, como sucede con toda nuestra historia, que a pesar de la experiencia acaba por volver a repetirse como si nunca hubiera pasado o fuera un ciclo que vuelve al punto de partida.

Al principio de la película los nazis le buscan, no sólo por sus investigaciones sobre la comunicación humana, sino porque extrañamente el rayo no le mató como a la mayoría, sino que le hizo más fuerte, como ocurre la menor parte de las veces.
Esto le impide hablar con nadie ya que no sabe quién es un espía que intenta capturarle.

La mujer, a quien también le cae un rayo, retrocede aún más en el tiempo, contribuyendo al estudio del protagonista al mostrarle el lenguaje de otras épocas. Cuando ella llega a épocas menos conocidas, habla un idioma cada vez más desconocido, lo que nuevamente les dificulta la tarea de hablar. (Al igual que en la realidad, las cosas son difíciles de explicar mientras aún nos afectan, tanto como cuando ya no nos afectan y dejan de ser accesibles)

La mujer (los dos personajes que encarna la actriz) muestra cómo el progreso nos separa del amor, como si nos cayera un rayo, al mismo tiempo que nuestra ilusión (que no deja de ser una forma de amor) se rompe si lo rechazásemos. En los dos tiempos, el primero en que ella le deja porque él ama demasiado su investigación, y el segundo en que a ella también le cae el rayo y le ayuda a investigar, ambos caminos llevan a un éxito junto a un corazón roto. Habría que decir que no a algo que deseamos para tener lo otro, tanto de una forma como de la contraria.

Es una de esas películas que, si quisiera analizar a fondo, no terminaría nunca, ni serviría de nada, pues quien lo ve ya lo ve, y quien no se aburriría leyendo, así que aquí lo dejo. Para quien no la haya disfrutado no será muy útil, pero bastará para quien también haya visto en ella una gran película, y quiera contrastar opiniones.

Pero no todo es execrable, la enmarañada historia (originalmente una novela del lingüista rumano Mircea Eliade) arranca con interés, con un hombre afligido física y emocionalmente a quien el golpe de un rayo le devolverá la juventud, para embarcarse con ello en su odisea personal, una segunda oportunidad de recuperar el amor y el conocimiento, menguados por el paso de ese asesino implacable llamado tiempo.

Si obviamos el extenso intermedio (desesperante, autocomplaciente, inefable) Los dos extremos del filme, el inicio y la conclusión, puede que sean los que lo salven de naufragar, haciendo eco de tragedias románticas y existenciales como “El retrato de Jennie” (William Dieterle, 1942), “Vertigo” (Alfred Hitchcock, 1958), o Fausto (F. W. Murnau, 1926).

Otras bazas a favor son los dos intérpretes principales: Tim Roth, un actor capaz de encarnar de forma sutil y sensitiva tanto el desconsuelo como la afabilidad de los aludidos Joseph Cotten y James Stewart (así de bien lo había hecho antes en la fábula de Giuseppe Tornatore “la leyenda del pianista en el océano” ); y Alexandra Maria Lara, que en el fugaz ir y venir de su endeble personaje, aporta ternura, una piel tersa, y unos grandes y ensoñadores ojos que no cesan de inspirar al que escribe.

Mención aparte a la labor musical del argentino Osvaldo Golijov, una partitura sencillamente sublime.

Francis, aprovecha bien tus siguientes oportunidades, yo sé que puedes, recuerda que hay más talento en tu dedo meñique que en la cabezota de tu sobre valorada hija, Sofia.