Dallas Buyers Club

Una buena película. El protagonista actúa como no podría ocurrírseme quien pudiera hacerlo mejor. La historia está bien contada y todo tiene su sentido. Pronto se descubre que todo trata sobre el negocio de sustancia prohibidas. Es el espectador el que debe discernir entre el bien y el mal. En realidad, entre quién prefiere que se quede el dinero.

Que Mattew McConaughey sea uno de los tres mejores actores del universo cinematográfico actual es no decir casi nada de las películas que interpreta. En este caso, se dice más bien todo, porque el trabajo de su director, aunque no es torpe, está muy deshilvanado y deja trazos sin tejer. Son las dos interpretaciones masculinas principales las que elevan la película hasta el sobresaliente, y de ahí que sea recordable. Porque no es uno más de los descenso a los infiernos de un hombre raído por las drogas y la enfermedad. Es la lucha contra una enfermedad que aún no tiene cura definitiva; y ahí también se luce su guión, que resalta los interrogantes ante las empresas farmaceúticas y su negocio. Y ese subtema es el más importante de la película, además de la soberbia interpretación de sus dos actores.

Jean-Marc Vallée nos ofrece una interesante historia basada en hechos reales (creo que eso es lo de menos), sobre un electricista "cowboy" que se contagia de lo que se conoce como sida.

La denuncia a las farmacéuticas es patente en toda la obra, como durante años estuvieron ganando miles de millones de dólares vendiendo productos a medio ensayar a seres humanos que parecían padecer la enfermedad.

Por otro lado, muy bien gestionada la visión tejana de la época del "boom" de la enfermedad, centrándose en la asociación del sida con homosexual vicioso, generando un clima de animadversión hacia las personas contagiadas.

Y también destacar todas las interpretaciones del elenco, en especial las de Matthew McConaughey y Jared Leto, ambos enormes en la pantalla.

Sin embago, la historia no alcanza el clímax necesario, seguramente porque el señor Vallée no quiso pasarse de pasteloso o bien, porque no supo conseguirlo, la verdad es que la trama va de más a menos, y, eso, en un drama, es algo imperdonable como para superar el 7.

Veo "Dallas Buyers Club", la pelicula biográfica (el guionista antes de redactar 10 borradores diferentes se entrevistó con Ron Woodroof para preparar la historia) que permitió que Matthew McConaughey y Jared Leto se llevaran sendos premios Oscar por sus esforzados trabajos (uno llegó a adelgazar 23 kilos y el otro 15) al protagonizar la historia de un vaquero homófobo que, enfermo de sida, se enfrenta al sistema médico de salud y a las farmacéuticas a fin de defender una cura alternativa y experimental en el año 1985. A la acertada ambientación, contribuyen tanto el pitido constante que se oye para reflejar el que debe de sentir el personaje en las crisis de su enfermedad, como las estupendas caracterizaciones y los correctos flash back. Nada de exageración, nada de efectos digitales extraños (sólo una sala llena de mariposas) nada de sentimentalismo, una curiosa simbología de torear al toro, una sola cámara y tomas de 15 minutos, hacen de este film una obra notable, de 8.

Desde el 92 en que fallece el auténtico Ron Woodrof el proyecto iba dando vueltas por ahí con distintos protagonistas, Pitt, Goslin, Harrelson, incluso a Leto le llegó el guión que ni siquiera leyó.
Jean-Marc Vallée viene demostrando en sus cuatro títulos de carrera que puede tocar todos los palos con nota, si además le toca el gordo, o mejor dicho los " flacos" de estos dos actores en estado de gracia pues la cosa acaba con un rosario de premios que han disparado la carrera americana de Vallée.
El pretendido biopic, se toma todas las licencias que le viene en gana para que el melodrama y la lucha social hagan de la terrible plaga un producto más llevadero. Woodrof tenia una hermana y un hijo y el personaje de Leto, como tal, nunca existió. Pero todo ello carece de importancia ante el recital de McConaughey, que lleva un tiempo destapando el tarro de las esencias gracias a su talento y a un nuevo representante que ha sabido orientar su carrera mucho más allá del guapo y musculoso madelman que venía interpretando. Nos alegramos por ello.
El cowboy prototipo de machista recalcitrante, drogadicto y bravucón, descubre la vida cuando el sida hace tabla rasa de todos sus prejuicios y comienza una lucha personal que acabará dándole objetivos sociales y destapando las miserias de gobernantes y gobernados. De aquellos que reaccionan tarde y mal ante los desastres, presionados por quienes realmente se lucran a costa de lo que sea con las desgracias humanas como las poderosas farmacéuticas cuyas cuentas de resultados no entienden de nombres y apellidos de las personas sino del poder adquisitivo de las mismas. El propio Woodrof, al menos en la ficción, también cae en ello y no es hasta que le roza en lo personal cuando rectifica su actitud.
Ahora que el Ébola nos anda rondando en nuestra propia casa no viene mal acordarnos que el VIH sigue causando estragos en los más desfavorecidos. Y que la historia está condenada a repetirse.