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En la casa

Drama. Comedia. Intriga Un profesor de literatura francesa, desalentado y hastiado por las insulsas y torpes redacciones de sus nuevos alumnos, descubre entusiasmado que, por el contrario, el chico que se sienta al fondo de la clase, muestra en sus trabajos un agudo y sutil sentido de la observación. Este chico, que se siente extrañamente fascinado por la familia de uno de sus compañeros, escribirá, animado por el profesor, una especie de novela sobre esa ... [+]
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Críticas 169
Críticas ordenadas por utilidad
18 de agosto de 2013
46 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pues sí, ingeniosa y original, la película arranca con una interesante propuesta que, al menos a mí, consigue atraparme. Ante cada “continuará…” mi avidez de espectadora responde silenciosamente con un “sí, por favor, que continúe, que quiero más”. Mi atención está completamente centrada en la pantalla, yo también me siento dentro de esa casa. Pero lo cierto es que la cinta acaba por perder fuelle y llega a su conclusión con mucha menos energía, intensidad y verosimilitud de lo que había mostrado al principio. El último tercio augura, no diré que el derrumbamiento de lo hasta el momento construido, pero sí un remate que no está a la altura de las expectativas generadas. Va de más a menos, por tanto, generando una sensación global de que merece la pena y el aplauso, aun consciente de que falló en su conclusión.

Ahora siento unas terribles ganas de leer la obra Mayorga.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Angie Banshee
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8 de octubre de 2013
40 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca debisteis confiar en mí. No, no os culpéis; es comprensible que lo hicierais. Os engañaron mis blandos modales, mi aspecto angelical, mi tímida sonrisa de niño desamparado y necesitado de afecto. Os vencí sin apenas luchar. Así lo había planeado. Sois tan fáciles, tan previsibles. Leo en vosotros como en un libro abierto. No necesito sino ir pasando las páginas, dejaros hablar, que vuestra inútil y condescendiente palabrería os haga sentir superiores. Nada hay que temer, ¿no es cierto?, de un torpe e inofensivo adolescente con mucho que aprender. Hablad, hablad, y fingid que escucháis. Con eso tengo bastante para entrar en vuestra casa.

Todo cuanto deseo es robaros, despojaros de todo cuanto es vuestro. No os alarméis, no seáis ridículos, no llaméis aún a la policía. No hablo de vuestros estúpidos televisores de plasma. No me interesan las vulgares reproducciones de Klee que comprasteis a juego con la pintura de vuestro salón. No me llevaré, querido profesor, ninguno de esos libros que le hacen añorar una vida que nunca se ha atrevido a llevar, que nunca ha sido capaz de vivir. Lo que yo quiero no está en los libros. Está en el aire que respiráis, en el inconfundible olor de vuestros deseos y frustraciones. En el cuarto de baño que no se construirá. En la estrella del baloncesto que nunca llegará a jugar con los Grizzlies. En la novela, querido profesor, que ya jamás verá la luz. En todo lo que, de no ser por mí, nunca nadie podría saber. Ahora, todo se sabrá.

Y si, por algún motivo, se cierra algún día la puerta, nada podría importarme menos. Es tarde para volver atrás. Ya he estado en la casa. Tengo cuanto quería. He explorado la pobre cáscara sin fruto a la que llamáis vuestra vida. El triste decorado que habéis robado de alguna revista de decoración. Las insípidas conversaciones de sobremesa que adornan vuestra vida en familia. Vuestros delirios de tinta seca y látex roñoso. Vuestras camas frías. Vuestros huesos enfermos. Sé quiénes sois. Sé qué queréis ser. Sé lo que nunca seréis. Lo que antes era vuestro es ya mío y sólo mío. Podéis cerrar la puerta, sí, y huir a China si así os sentís más seguros, pero es inútil. Palabra a palabra os voy borrando, trazo a trazo os hago míos. Os desnudaré, os despojaré de todo, saquearé vuestras casas a mi antojo. Bailareis en mis manos mientras quiera daros cuerda. Y cuando llegue el final, desapareceréis sin dejar rastro.

¿No ve, querido profesor, todas esas ventanas abiertas? Qué hermosas son, ¿verdad? Ahí están, llamándome, esperándome, como un día lo esperaron a usted. ¿Lo recuerda aún? En todas ellas hay una historia, vidas que suplen a la vida, que no se marchitan ni pierden brillo, que no se tuercen contra nuestra voluntad, que merecen algo más que esa jaula que llamamos casa. Vidas que dicen mi nombre, que piden a gritos que las robe. Y eso haré. En cuanto haya encontrado un final para usted.

Al fin y al cabo, siempre hay una forma de entrar en una casa.

(continuará)
Normelvis Bates
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11 de noviembre de 2012
28 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Por qué era Tom Sawyer amigo inseparable de Huckleberry Finn? ¿Porqu compartían la devoción aventurera? ¿Porqu tenían la misma capacidad para atraer toda clase de problemas? ¿Porque en definitiva eran almas gemelas? Desde luego. Pero al principio de todo, ¿por qué decidió Tom Sawyer acercarse a Huckleberry Finn? Fácil, porque su tía le había prohibido terminantemente que tuviera relación alguna con él. Mark Twain lo sabía: para un crío, no existe en este mundo un imán tan potente como una prohibición. Si ésta viene de la autoridad, la que sea, mucho mayor es el poder de atracción. No falla. Para los niños se trata de algo así como una regla dorada... para los adultos, también.

El razonamiento tiene su lógica, y no es tan contradictorio como pudiera parecer en un principio. Al fin y al cabo, si se nos prohíbe una actitud, o una sustancia, o tocar determinado utensilio, es precisamente porque el objeto normativamente fuera de nuestro alcance nos afectará de alguna manera. Presuntamente repercutirá en nosotros de forma negativa, de ahí la prohibición, claro está... o no tanto. ¿Y si el que prohíbe no es más que un egoísta que no quiere que nos fijemos en un tesoro al que nadie parece hacerle caso? ¿Y si, de alguna manera, podemos evitar que caiga sobre nosotros la maldición que se nos ha vaticinado? ¿Y si...? Ya estamos perdidos. François Ozon, muy consciente del poder que tiene sobre cualquier ser humano aquello que le ha sido denegado, estableció a partir de este punto los pilares para construir la que sería la gran triunfadora de una de las ediciones más lustrosas en la historia del Festival de San Sebastián.

Basada en la obra de Juan Mayorga, 'En la casa' habla precisamente de lo comentado hasta ahora... y de mucho más. Planteada como una simple anécdota (un profesor se queda sorprendido por la redacción de uno de sus jóvenes alumnos, y le pide a continuación a éste que siga escribiendo para él), la trama va evolucionando rápidamente en un juego cada vez más maligno y del que es imposible salir (adicción patrocinada de nuevo por el encanto de lo prohibido). El mero apunte a pie de página se va ramificando a ritmo endiablado y toca cada vez más y más temas, gozando todos ellos de un trato excepcional, incisivo y por encima de todo, estimulante. La violación de la intimidad, el filtro por el que toda realidad pasa antes de convertirse en obra de arte, la(s) mentira(s) sistemática(s) en cada narración, la relación entre el espectador y la obra, el efecto adictivo de lo morboso (más cuando éste parece ser real), -una vez más- lo seductor de lo prohibido...

En estas mil y una noches perversamente contemporáneas y que potencian al máximo el factor adictivo, cada actor, del más joven al más adulto (de Fabrice Luchini a Kristin Scott Thomas pasando por la revelación Ernst Umhauer), se luce, dando más poso emocional y dramático a un relato que en este sentido ya se valía por sí mismo. Pero si una luz brilla con más fuerza que ninguna otra, ésta es sin duda la del imprevisible Ozon, que en esta ocasión se supera a sí mismo (incluso se rehace de sus propios errores, como el de un final un tanto precipitado... pero excelentemente maquillado por un epílogo hitchcockiano perfecto para cerrar su relato), exponiendo con incontestable clarividencia un discurso enfocado a mirar al espectador a los ojos y, a ser posible, a hacerle sentir partícipe.

Se siente uno ciertamente incómodo (por intuirse en muchos casos que la pantalla no muestra, sino más bien refleja, y por alcanzar la empatía hacia los diversos personajes niveles vertiginosamente altos) viendo cómo el incauto profesor de literatura va siendo irremediablemente absorbido por una creación que él creía propia y plenamente controlada. En momentos como éste es cuando más se agradece estar en una sala de cine, ese lugar sagrado y que parece avocado a la extinción, pero que mientras exista, y mientras en él se proyecten películas como 'En la casa' se producirá algo de valor incalculable: que una obra de arte, al igual que las mejores clases, haga sentir, haga experimentar, haga dudar... haga pensar, todo esto sin que el receptor siquiera se dé cuenta. Magia.
reporter
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23 de noviembre de 2012
26 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quería verla. Como siempre lo único que se me ocurre es arreglar una cita para ir al cine. Trabaja en el centro. En el centro hay cines; en el cine hay silencio y penumbra. Me cuesta reprimir lo que siento por ella y sé que si fuéramos a un bar, por ejemplo, perdería el control y lo estropearía todo diciendo alguna tontería sobre mis sentimientos hacia ella.
Es de noche, es miércoles. En el cine ponen "En la casa". Le interesa esa película y a mí me parece bien. Al entrar, la sala está a medias y ella elije la última fila. Hay trece o catorce filas, no es una sala grande y ella me dice que prefiere no tener gente detrás porque no soporta sus comentarios. En el cine me siento seguro y la última fila es un pequeño salvavidas para mí; sé que enseguida comenzarán los anuncios y podré controlarme al no tener que seguir balbuceando tonterías sobre cine europeo de los años cincuenta, que sólo parece interesarle a medias, aunque sonríe y lo hace dulcemente mientras me escucha.
Se apagan las luces. Los últimos en llegar ocupan sus butacas aprovechando la luz que desprende la pantalla para encontrar su sitio mientras pasan los trailers de las distintas películas. Ella se recuesta sobre su butaca y me mira; las imágenes describen destellos continuos a través de sus ojos, fijos en mí. Intento no hacer ni decir cualquier tipo de estupidez, así que sonrío y me acomodo. Al hacerlo encuentro su mano en el reposabrazos, que instintivamente retira para atusarse el pelo.
Empieza la película. Se hace el silencio. Suspiro.
De pronto, ella se apoya en mi mano, que se apoya en el reposabrazos, y se desliza de su butaca: no puedo respirar. Comienza a rondarme y no sé qué hace ni qué hacer. Noto que todo el cine nos mira... ¿Lo hacen? Una cabeza a mi derecha se gira y clava sus ojos con desaprobación en los míos. Ella, de rodillas, continúa moviéndose con presura, por lo que intento quedarme quieto para disimular.

Continuará...(En el spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Serch
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14 de marzo de 2013
23 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película inequívocamente francesa. De poses, de clases y de snobs imitadores de lo selecto.

Es el personaje de Kristin Scott Thomas, perfecta bilingüe, el que me interesa. Lleva una galería de arte conocida como “El laberinto de minotauro” y a mano, en el momento oportuno, el “Viaje al fin de la noche” de Céline, crítica a la pederastia que quizás ella intuye en la relación entre su marido y el alumno y que el director deja asomar en algún momento de la película. Además expone cielos de Beijing no para presentarlos, sino representándolos.

Es cierto que el guión de “En la casa” pretende querer reírse de estos profesionales de la pose y la forma amantes del arte contemporáneo ridiculizando las exposiciones sobre la dictadura del sexo (muñecas hinchables con las caras de Hitler o Stalin) o de cuadros no pintados que se dibujan imaginariamente mediante la descripción del autor a través de los auriculares que cuelgan del lienzo en blanco.

Pero no consigue sin embargo alejarse de lo que es pura idiosincrasia francesa. Huele a clasismo. La primera redacción del chaval por el que se interesa su profesor de Literatura capta su atención cuando lee que según el chico, las mujeres de clase media tienen un olor característico.


Es lo que me repele de la película. Y lo primero que me llamó la atención, algo fuera de la historia que se nos narra. Otro made in france: el vouyerismo.

Claude se cuela en la casa de una familia “de clase media” para escudriñar en sus vidas hasta el mínimo detalle. Al tiempo, escribe su obra, bajo tutela del maestro y animado por él.

El montaje está logradísimo y su director nos mete en una historia dentro de otra, entre la ficción de la novela y la realidad de quién la escribe. Ambos líneas narrativas llegan a fundirse pero no a confundirse, lo cual, le hubiese sumado enteros. Esta técnica no es algo inventado por François Ozon, pero resulta siempre efectiva y es ahí donde reside el interés de la película.

Por lo demás, aunque el profesor insista en que una novela debe reservarse un final sorpresa que sorprenda al lector, el desenlace de la película no llega a alcanzar ese estado de gracia al que se refieren los críticos profesionales, porque sí, es previsible.

Esta crítica no es útil seguramente porque quizás yo he percibido aspectos de la película que no son capitales para el desarrollo del guión pero, que me han llamado la atención y que en mi opinión son su menoscabo.
Es lo que hay, juzguen ustedes mismos.
Valkiria
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