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Candilejas

Drama. Romance Un viejo payaso (Charles Chaplin), después de evitar el suicidio de una joven bailarina (Claire Bloom), no sólo la cuida, sino que, además, se ocupa de enseñarle todo lo que sabe sobre el mundo del teatro para hacerla triunfar. Último y melancólico film americano de Chaplin. (FILMAFFINITY)
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Críticas 95
Críticas ordenadas por utilidad
10 de marzo de 2007
32 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con su última película en Estados Unidos, Chaplin quiso hacer, casi a modo de despedida, un homenaje a todos los artistas, a todas aquellas personas que con su pasión y su talento han coloreado y musicado un mundo cruel y despiadado, gente que ha dedicado su vida a divertir, emocionar y divulgar valores tan humanos como la vida, la muerte, el amor, la libertad, la esperanza. Artistas, conocidos o anónimos, que han entregado su vida por mejorar la de los demás.

En plena madurez vital y artística, Chaplin firma otra grandísima película, una parábola sobre el paso efímero del éxito y sus consecuencias, sobre el paso del tiempo y la búsqueda de la felicidad. Una película pletórica de vida, radiante de amor, llena de tristeza y de amargura, pero sobretodo rebosante de nostalgia por un mundo que se desvanece, por un modo de vida que da paso a uno nuevo, una vida que sustituye a otra.

Una obra que sirve para entender un poco mejor la monumental obra de Chaplin, un testamento artístico que resume en 2 horas todo el amor que profesaba Chaplin por la vida y por el cine. Una absoluta joya.

Señoras y señores, sobran las palabras: CHARLES CHAPLIN
TheJoseTree
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22 de abril de 2008
31 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Noveno y antepenúltimo largometraje de Chaplin. Escrito por él, el guión se inspira, en parte, en hechos de la vida de sus padres y en referencias autobiográficas. Se rueda íntegramente en los RKO-Pathé Studios (Culver City, CA). Obtiene un Oscar (banda sonora) y un Nardo d'Argento (film extranjero). Producido por Chaplin para la UA, se proyecta por primera vez en público el 16-X-1952 (Londres).

La acción tiene lugar en Londres, entre abril y diciembre de 1914. Calvero (Chaplin) es un payaso entrado en años, que echa de menos sus antiguos triunfos y sus años de esplendor. Dedica su tiempo a enseñar a una joven bailarina, Teresa (Bloom), su experiencia y su filosofía de la vida.

El film suma los géneros de comedia, drama y romance. Cansado de las polémicas que rodearon a algunos de sus films anteriores ("El gran dictador", "Monsieur Verdoux"...), Chaplin escribe un guión no problemático: una historia de amor.

La obra presenta una sosegada reflexión sobre la vejez, las relaciones de ésta con la juventud y el relevo generacional. Explica la filosofía de la vida del realizador: apuesta por el amor verdadero, la alegría de vivir, la ayuda de los mayores a los jóvenes, la aceptación del declive físico y profesional asociado a la edad, etc. Critica las modas pasajeras en cine. Rinde un sentido homenaje a una época pasada de la vida, del cine y de los actores. Los breves planos que Chaplin comparte con Keaton tienen una fuerza que va más allá de las imágenes. No prescinde del todo de Charlot, el pequeño vagabundo que le dio fama y reconocimiento. El modo de vestir de Calvero es una variante del de Charlot.

La obra está impregnada de sentido autobiográfico. Intervienen 4 de sus hijos (Sydney, Geraldine y otros 2), un hermanastro y su esposa Oona O'Neill. Sitúa la acción en 1914, el año en que inició su carrera profesional. La historia de Terry, con una hermana dedicada a la prostitución, recuerda la de su madre. La relación de un hombre maduro con una mujer joven se relaciona con su matrimonio con Oona y otras relaciones de pareja anteriores. El alcoholismo de Calvero coincide con el de su padre. Las opiniones que expone tienen mucho que ver con las propias. Los sentimientos del protagonista coinciden en gran medida con los del autor durante la producción.

Son escenas destacadas el salto de la pulga (tomada de un film anterior de Chaplin), el ejercicio de la mendicidad, el último baile y otras. Producido cuando Chaplin tenía 63 años, es su último film americano. En Europa rueda otras dos cintas.

La música, de Chaplin, aporta una partitura original con un tema central, lírico y melancólico, de gran fuerza. La fotografía, de Karl Struss ("El gran dictador", 1940), en B/N, desarrolla un notable trabajo de cámara, con abundantes primeros planos, planos picados a gran altura, giros, movimientos de grúa y elocuentes travellings. Incluye efectos visuales con imágenes de proyección posterior. Film muy notable.
Miquel
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17 de septiembre de 2007
31 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando una historia sale de las entrañas, puede ser que acabe pareciéndose a algo como “Candilejas”. Cuando una historia surge de las cosas que se quieren contar o de dramas internos que nos abaten mientras caminamos a lo mejor nos sale algo similar a lo que Charles Chaplin nos contó con “Candilejas”.

Candilejas es una línea de luces que nos alumbra lo esencial del escenario. Chaplin crea una historia formada por un guión maravilloso, lleno de enormes decepciones y muchísimo optimismo. Su guión, es una línea de luces con la que crea un autorretrato intimista. La historia está envuelta en unas actuaciones maravillosas embriagadas en una enorme banda sonora.

Chaplin nos da una lección de humanidad, y sobre todo, su gran afán de superación. De hacer lo que tu corazón quiera sin rendir cuentas a nadie y sin que los obstáculos que en muchas ocasiones nos auto-imponemos nos impidan llegar a nuestro objetivo.

El objetivo de Chaplin, siempre fue el hacernos reír, aunque particularmente, a mí casi siempre me hace llorar. Benditas las lágrimas que caen si su causa se llama Charles Chaplin.
Chagolate con churros
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23 de diciembre de 2008
48 de 70 usuarios han encontrado esta crítica útil
El arquetipo o ideal de Candilejas se encuentra entre las páginas de un cómic: Watchmen, cuyo guión es de Alan Moore. Basta con cambiar el nombre del payaso y...

Un hombre va al médico. Le cuenta que está deprimido. Le dice que la vida le parece dura y cruel. Dice que se siente muy solo en este mundo lleno de amenazas donde lo que nos espera es vago e incierto. El doctor le responde:

- El tratamiento es sencillo. El gran payaso Charles Chaplin actúa por la noche en la ciudad. Vaya a verlo. Eso le animará.

El hombre se echa a llorar y dice:

- Pero, doctor... yo soy Chaplin.

===

Una escena: El dúo final con Buster Keaton

Una frase: "El hambre no tiene conciencia"

Una pega: De todos los estilos teatrales, ¿por qué escoger el melodrama?

Una reflexión: La vida es infinitamente más dura con los cómicos gastados que el director de Candilejas (Charles Chaplin) con Calvero (Charles Chaplin). La complacencia de la cámara con el personaje principal y las miradas arrobadas de Claire Bloom ofrecen un autorretrato maquillado de Calvero. Y eso es trampa. Sobre todo si, como repite el comediante en varias ocasiones, lo que se desea es la verdad.
Servadac
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2 de diciembre de 2008
28 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entró en el teatro observando las paredes agrietadas, las sillas plegables y el olor a viejo que desprendían las cortinas de la entrada; ocupó su asiento a regañadientes -cómo era posible que el periódico lo enviara allí para escribir sobre ese espectáculo- y extrajo del bolsillo de la chaqueta la pluma estilográfica con la que tantas críticas había firmado; abrió el cuaderno y escribió en la parte superior de la hoja: “Teatro Decadencia. Hora: 20:30. Actuación de dos viejos payasos (o dos payasos viejos). Por los rasgos de los clowns seguramente lo de siempre: humor desfasado, caídas previsibles, gags impotentes”.



Se atusó el bigote y resopló por segunda vez en la escena que daba inicio a la representación. A su izquierda un grupo de niños acompañados de sus padres reían, sin parar. Fijó su atención en el chico rubio que señalaba la cara apenada de uno de los actores y por primera vez sonrió. Decidió hacer sus primeras anotaciones en la libreta: “Coreografía correcta, payasos bailarines con adecuada compenetración, emoción mejorable. Una sonrisa, cero carcajadas”.



Al acabar la función se atusó de nuevo el bigote y frunció el ceño, se había equivocado; apuntó: “Sonrisas amargas: incontables. Carcajadas: cero”. Por la forma acelerada de los movimientos y el fascinante poder del número supo, finalmente, que aquella actuación era otra cosa, que la risa iba en otra dirección, que había presenciado algo grande y diferente, indefinible; lo primero que le vino a la mente fue magia y lo escribió: “Sin aviso apareció la magia en el escenario. Desaparecida durante tanto tiempo, hoy, ha renacido”, para posteriormente añadir: “Lágrimas evaporadas, melancolía pura y sin fisuras”; y guardó la pluma tras tachar alguno de los comentarios anteriores correspondientes al comienzo de la obra.



Mientras recogía el abrigo contempló los ojos llorosos de uno de los intérpretes; tras la vista nublada se intuía un adiós, un punto y final a un personaje, a una vida.



Adiós, y él también se despidió.
Dromedario
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