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Inland Empire

Intriga. Drama La percepción de la realidad de una actriz (Laura Dern) se va distorsionando cada vez más. Al mismo tiempo descubre que, quizá, se está enamorando de su partenaire (Justin Theroux) en un remake polaco inconcluso y supuestamente maldito. (FILMAFFINITY)
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Críticas 200
Críticas ordenadas por utilidad
25 de febrero de 2007
144 de 224 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo siento David, me he cansado con tu última película. Aunque tiene momentos brillantes resulta muy reiterativa y abundan los clichés de las anteriores. No me gusta el formato que has utilizado, me aburre, yo voy al cine a ver películas hechas con cámaras de cine. No me gusta la textura, ni la fotografía de la cámara digital y menos en tu cine. He bostezado unas 10 veces mientras veía tu film inconexo y excesivo y no pienso comerme la bola para desvelar tu "paja mental"; esta vez exagerada. Enhorabuena por tus cojones: realizar esta película, hacer lo que te da la gana, demuestras valentía o ¿acaso temeridad?. David me ha parecido regular, pudiera poner pasable pero ese voto me lo reservo para las películas liniales y coherentemente argumentadas, dudé en poner interesante pero lo siento creo que esta vez has perdido un poco los papeles. Lo siento por ti porque puedes arruinar tu carrera si sigues así aunque mansiones, mujeres y manjares excelsos ni te faltan ni faltaran y lo siento por mi ya que me gusta tu universo y esta vez me has decepcionado. Siempre nos quedará terciopelo azul.
racsovito
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7 de abril de 2007
81 de 110 usuarios han encontrado esta crítica útil
INLAND EMPIRE es un laberinto. De pasillos, habitaciones, decorados de estudio, calles, puertas. Y la sala en la que se proyecta, en la que estás sentado, forma parte de ese laberinto. INLAND EMPIRE no se ve, en INLAND EMPIRE se entra (o no se entra). Se experimenta, se vive, se recorre. Puede resultar complicado entrar, pero una vez conseguido se me antoja imposible poder salir.

INLAND EMPIRE es como ese disco de vinilo que abre la película. No avanza en línea recta desde un principio hasta un final, sino "en círculos" desde fuera hacia dentro. En profundidad, como dijo Tomine en su magnífica crítica. Y ahí te quedas. Y al igual que ese disco, y al igual que el mejor cine esculpido, no es un divertimento de usar y tirar. Su disfrute no está limitado a un primer visionado, sino que tanto o más se disfruta el segundo, y el tercero, y el décimo (vale, este último supuesto es actualmente sólo teórico teniendo en cuenta que no la he visto 10 veces).

INLAND EMPIRE no es un final. No es la última entrega de una trilogía formada por Carretera perdida, Mulholland Drive y ella misma. INLAND EMPIRE es un principio. Una forma diferente de entender y hacer el cine. Elementos y resultados (en cuanto a sensaciones producidas en el espectador) comunes a otras obras del artista, sí. Pero INLAND EMPIRE no se parece a nada. La primera vez que fui a verla iba pensando que me encontraría una "Mulholland Drive a lo bestia", pero no lo es. Es otra cosa.

Y hablando una vez más y para terminar del disco de vinilo, no del disco sino de cómo nos muestra David Lynch el disco, me parece el perfecto resumen de la grandeza de la obra en cuanto al gozo sensitivo que produce: algo real, normal, cotidiano, que visto a través del objetivo de la cámara digital del genio se torna oscuro, turbio, inquietante, misterioso, de una plasticidad casi aterradora y una onírica angustiosa.

Qué suerte la nuestra por ser contemporáneos de David Lynch y poder disfrutar sus estrenos en una sala de cine.
Gordon Cole
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27 de febrero de 2007
68 de 86 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes que nada, decir que soy un fan incondicional de Lynch, dato por el cual la objetividad queda en entredicho a la hora de hacer una crítica. Sin embrago, es importante hacer una valoración desapasionada, y es ahí en ese espacio donde sitúo mi comentario:

Lo que me ha gustado:

1) Lynch es un maestro innegable en cuanto a mantener el suspense, a veces el terror, con unos primeros planos increíbles y con un uso de la música como pocos pueden presumir de conseguir

2) Se nota que es una obra honesta, a corazón abierto. No pretende engañar a nadie

3) Las actuaciones son soberbias

4) Las escena de los créditos finales. Una pura delicia.


Lo que no me ha gustado (y que pesa bastante en mi valoración final):

30 minutos "coherentes" frente a 150 de "incoherencia-lynchiana" son demasiados para una digestión fácil. Personalmente, se me hicieron muy largos, aunque reconozco que la historia los merece, pues en ella nada sobra. Lo malo no es la duración, sino tal cantidad de imágenes deslabazadas, que uno acaba por perderse, no ya de lo que es el hilo argumental, sino de las suposiciones que se van intentando hilbanar.

Por todo ello, creo que la cinta baja del "Excelente" que podría merecer, a un simplemente "Buena".


Decir también que es la película de Lynch más dificil de entender de los últimos tiempos. He encontrado en internet una "explicación" de la trama que encaja bastante bien. No sé quién es su autor, así que si estás leyendo esto, vayan por delante mis disculpas por "copy-pastear" tu texto sin poder consultártelo antes:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
SINES
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12 de noviembre de 2012
64 de 79 usuarios han encontrado esta crítica útil
[Advertencia: aunque considero que el concepto de spoiler carece de sentido en esta cinta, sí desvelo varias escenas o impresiones clave.]

===

Me equivoqué.

Al ver Inland Empire en el cine, pensé que era tan sólo una película notable.

He vuelto a verla –tantas veces– tras comprármela en formato digital. Qué gusto descubrir en ella un nuevo continente. David Lynch ha hecho que me sienta (salvando las distancias) como Georges Méliès en la primera proyección de los Lumière.

A Méliès, el 28 de diciembre de 1895, lo deslumbró ese nacimiento legendario: trabajadores saliendo de la fábrica, el regador regado, el tren de la Ciotat pasando por encima del espectador –una vivencia genuina de terror y cine. Sombras saltando, desde la pantalla, hacia un público despavorido.

Ahora, en 2006, un nuevo tren nos pasa por encima. Un tren con trazas de experiencia terminal. Un tren de sombras en que el miedo es emoción profunda y cinematográfica.

Inland Empire no es puzle ni teorema. Su contenido me parece inseparable de su forma. Colores, gamas y texturas, cuadros estáticos o en movimiento. No es posible ir más allá con la iluminación. Las capas de la imagen y el sonido cristalizan dando vida sinfónica a todo un territorio sensorial extraordinario.

La distorsión de encuadres, rostros, luces. La distorsión también en lo auditivo. Gritos, rugidos y conversaciones inquietantes. Cabezas borradoras y borradas. Diálogos que no llegamos a entender cuando aguzamos el oído…

Qué insuficientes las palabras para hablar de esta película. Cómo explicar la orgía de sus mil detalles, la irreverencia frente al universo de las causas cartesianas –como en un cuadro expresionista abstracto, las manchas y elementos no cuentan una historia: son la historia misma; el trazo, el gesto, el fotograma, no actúan como intermediarios; la forma misma es fondo y sensación–. La vida no respeta lo preestablecido. Y el cine ha de ser vida. ¿O no es real aquello que experimentamos en la sala?

El Dios biógrafo modela biografías. Vista desde el fin, la vida es narración, un todo en que las piezas llevan a la desaparición final de la persona. La muerte, así, es resultado de un proceso creativo. El biógrafo recoge los fragmentos e impone una estructura, perfecta y armoniosa. Somete y selecciona a posteriori. Nos quiere hacer caer en el engaño de lo narrativo, del guión. Incluso cuando desordena los fragmentos, sentimos lo ‘lineal’ de su propuesta.

“Te estás muriendo, jovencita. Eso es todo.” Nos dice llanamente David Lynch. Y se nos pone un nido de alfileres en la tráquea.

Lo que más me asombra de esta cinta tiene algo que ver con la llegada del tren a la estación de la Ciotat: la abolición de la frontera entre lo que sucede en la pantalla y el espectador. Inland Empire llega aún más lejos: suprime la distancia entre la representación y lo representado. Lo que sucede no remite a nada. “Es” en estado puro. Tan real como un dolor de muelas o la Venus del espejo. Una emoción tan pura que comprendo a quienes huyen de la sala, como en el corto del tren entrando en la estación.

Lynch disloca el tiempo y el espacio. Nos muestra la frontera, el rectángulo de luz entre los mundos –una pantalla de cine, una televisión, la frontalidad teatral de la caja escénica del salón de la familia Rabbit–. Los saltos, más que espacio-temporales son saltos emotivos. La frontera se hace física y concreta y, sin embargo, al recorrer el laberinto de la cinta, Lynch nos conduce a la otra parte del espejo. Y llegamos. Entramos en la cinta. Vemos y escuchamos. Sentimos que, en el fondo, ambos lados configuran un solo imperio tierra adentro. El hilo puede ser el cerco de un cigarro en un visillo, un cambio de tonalidad o un joven gordezuelo salido de ‘El proceso’ de Franz Kafka. El hilo puede estar en la continua confusión de identidades o en una suma de escaleras. O puede no haber hilo.

Qué importa si la chica muere o no en Sunset Boulevard. Cuando la cámara entra en cuadro, no sabemos si es testigo o asesina. La actriz se alza y ni siquiera nos sentimos aliviados. Qué más dará que todo sea una película. Qué más dará que sea una persona o sea un personaje. Nikki, Sue, Lost Girl… Mientras haya un solo ser que habite Inland Empire, el cine estará a salvo.

Al final, David Lynch permite que Nikki Sue derrote al Minotauro y logre el exorcismo. Agradecemos la liberación que inunda el desenlace, la suave melodía.

Y es que en Arte “hasta la oscuridad es luz”.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Servadac
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3 de noviembre de 2008
81 de 117 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando el más grande de los genios de una disciplina artística alcanza el cénit de su carrera, comienza una nueva era, y todo lo inventado hasta ese momento parece servir sólo de documento histórico para comprender la manera de pensar de la humanidad en aquella época.

Cual Picasso en las artes pictóricas, Lynch inventa su propio cubismo y nos deslumbra con el descubrimiento de un indescriptible placer para los sentidos, concibiendo un nuevo amanecer en la historia del cine y en la industria audiovisual.

Lynch traspasa toda barrera material, y conecta directamente con el espíritu, provocando en el espectador una explosión de luz y éxtasis cuya comparación no existe en el mundo material y tendríamos que buscarla en el mundo de los deseos más imposibles.

Según avanzan los minutos y el director hace uso de su majestuosa habilidad para transportarnos a un nuevo estado espiritual, observas con incredulidad y gratitud, como vas abandonando todo lo material y perecedero que hay en ti, y alcanzas lo que debe de ser la perfecta lucidez de tu intelecto. La gloria absoluta. Aleluya

Eso si, ni se te ocurra ver esta puta mierda. Es radioactiva.
El Figura
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