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Ida

Drama Polonia, 1960. Anna (Agata Trzebuchowska), una novicia huérfana que está a punto de hacerse monja, descubre que tiene un pariente vivo: una hermana de su madre que no quiso hacerse cargo de ella de niña. La madre superiora obliga a Anna a visitarla antes de tomar los hábitos. La tía, una juez desencantada y alcohólica, cuenta a su sobrina que su verdadero nombre es Ida Lebenstein, que es judía y que el trágico destino de su familia se ... [+]
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Críticas 163
Críticas ordenadas por utilidad
28 de marzo de 2014
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El pasado, lo sabe bien Paul Thomas Anderson, es una especie de fantasma. Un monstruo que, de algún modo u otro, siempre está al acecho. ''Puede que nosotros hayamos terminado con él... pero seguro que él no ha terminado con nosotros''. Sin previo aviso y de forma despiadada, su peso cae (mejor dicho, se ceba) sobre el individuo, normalmente cuando éste menos se lo espera. Quizás porque no contaba con ello; quizás porque había sido lo suficientemente iluso como para creer, precisamente, que había terminado con él. La tragedia puede producirse tanto en plural como singular. Por ejemplo, no son pocas las naciones que, en un ejercicio de enfermedad mental colectiva, han decidido arrancar (o peor, reescribir) algunas páginas de su propio libro de historia, para así enterrar unos traumas (sufridos o infligidos) que, supuestamente, nada ayudarían a la hora de afrontar un futuro mucho más brillante y esperanzador.

Dicho escenario, a pesar de ser mucho más frecuente de lo que podamos llegar a imaginar, es, por supuesto, falso, ya que sólo puede sustentarte por la asunción de una mentira, esto es, el que el mencionado monstruo no atacará nunca... sencillamente porque no existe. Pero como ya sabemos todos, los fantasmas del pasado siempre regresan... o siempre aparecen por ''primera vez''. Yendo al plano más estrictamente íntimo (que como veremos más tarde, y como casi siempre, va a llevarnos al colectivo), nos topamos, en un convento de la Polonia de 1962, con una joven novicia que, literalmente, no tiene pasado... o esto, obviamente, es lo que cree. La hermana Anna, que así se llama la muchacha, recibe noticias, por ''primera vez'', al menos desde que tiene memoria, de una tía suya, que resulta ser el único familiar que le queda con vida. Una vez se haya encontrada con ella, Anna descubrirá que en realidad su nombre es Ida... y que en realidad es judía.

Contextualizada en el lugar y la época, la bomba que acaba que caer sobre la protagonista ha ganado muchos más megatones de los que en un principio cabía esperar. Quizás porque las noticias, todas de un carácter sísmico más o menos pronunciado, son en realidad las réplicas de un(os) terremoto(s) mucho más intenso(s). Hablamos (y se nos habla) del día después, por así llamarlo, del infierno del nazismo... así como de su posterior y traumática cura, por así llamarla también. 'Ida', de Pawel Pawlikowski, aparte de ser una de las sorpresas cinematográficas más -incómodamente- agradables de la temporada, es también, con toda seguridad, uno de los mejores documentos sobre el holocausto (y como se ha dicho, sobre lo que vino a continuación) jamás filmados, a pesar (o no) de que su acción tenga lugar en el más estricto a posteriori.

Al fin y al cabo, no hay nada mejor que la perspectiva Histórica para acercarse a temas que, incluso a día de hoy, siguen siendo de lo más peliagudos (véase la faraónica filmografía de Claude Lanzmann, a riesgo de entrar en comparaciones con las que el propio Pawlikowski ya se ha mostrado en desacuerdo). En el año 62, en la Polonia soviética, del mismo modo en que sucede ahora, quedaban todavía muchas tumbas por encontrar, muchos árboles genealógicos por reconstruir... en definitiva, muchos asuntos por zanjar. Las facturas del pasado, desgraciadamente, suelen ser kilométricas. La hermana Anna, quien en realidad es Ida Lebenstein, va a darse cuenta de esto... y a experimentarlo en sus propias carnes. De forma repentina y con una intensidad desmesurada (reflejado esto último en el rostro pétreo, y aun así ultra-expresivo de una fantástica Agata Trzebuchowska), como mandan los cánones de la adolescencia por la que está pasando la protagonista.

De la mano de Pawel Pawlikowski, el despertar adulto y el fin de la inocencia, en todos los sentidos, adoptan magnitudes microscópicas y a la vez gigantescas. Con un excelente gusto por los encuadres y un magistral aprovechamiento del blanco y negro, los personajes se mueven por escenarios en los que quedan empequeñecidos... pero en los que, no obstante, tienen cosas a decir. Sea cual sea el ángulo de la cámara, ésta nos muestra una realidad gélida, a simple vista impenetrable, pero con una capa de hielo protectora de lo más endeble, lista para resquebrajarse en cualquier momento y dejar al descubierto un mar de aguas volcánicas. Una realidad que se cae literalmente a trozos por el insoportable hedor a putrefacción que proviene directamente de un pasado feroz mal sepultado que, como no podía ser de otra manera, pervive para hacer lo que mejor se le da: acechar para poco después atacar a sus víctimas.

La bomba, el (post)terremoto, y sobre todo los zarpazos del maldito pasado desembocan en una road movie con toque marcada y reivindicativamente femenino, técnicamente impecable, espiritualmente despiadada; certera. De una belleza siniestra. Cristalina en la formulación y exposición de sus tesis, pero para nada obvia y/o acomodada. Histórica, también, aunque de una vigencia espeluznante, seguramente porque nos habla de unas cuentas pendientes que jamás llegarán a ser saldadas. Víctimas, testigos, jueces y verdugos juegan a un angustioso juego de las sillas en el que nadie está a salvo, pero en el que también puede encontrarse algo parecido a la salvación. Sí, Pawlikowski nos deja con el amargo "¿Y ahora qué?", al igual que con la certeza de que no hay manera humana de acabar con el pasado, si acaso de empezar con él (y gracias a Dios por la posibilidad...). Pero por el camino, y no es poco consuelo, encuentra la esperanza de que la verdad nos hará libres (del peor encierro de todos, se entiende, el de la ignorancia)... o al menos nos dará los instrumentos para serlo.
reporter
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21 de febrero de 2014
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay autores cinematográficos que escriben su película a través del guión. Obvio, dirán. Los hay que dibujan su estilo a través de la cámara y las habilidades de composición psicotécnica de esta. Los hay que otorgan mayor importancia al silencio que a las palabras y los hay que se rigen por la lógica espacial más que por la verbal. En el caso de Pawel Pawlikowski, sus esbozos dramáticos están dibujados a través de los encuadres y de la reflexión que los precede. Maestro de la observación distante del entorno social, la puesta en cuadro del polaco siempre es minuciosa y preconcebida con absoluta capacidad sintética. Por sus películas fluye eso que el cinéfilo avezado llama el ‘sentir europeo’. Quien lo sabe, lo sabe.

La dirección de fotografía constituye un elemento de vital, casi diría total, importancia en sus obras. No por capricho, el gran Ryszard Lenczewski ha sido el encargado de dicho departamento en toda la filmografía reciente de Pawlikowski. La evidente compenetración mutua que han gestado entre ambos les permite obtener unos resultados formales que pueden ser difíciles de digerir para el público medio, pues ambos apuestan por un lenguaje visual muy rupturista y hermético. El autor que ya realizara anteriormente La vecina del quinto continúa poniendo en práctica la náusea de los personajes anónimos y perdidos que se trasladan para encontrar su identidad arrebatada. Con ellos, se erige el viacrucis personal y el apocalipsis colectivo de las gentes y de una sociedad casi inexistente, microcosmos donde anidan la abstracción y el ostracismo propio y ajeno.

Una película como Ida no puede sino interpretarse desde la abstracción más pura, desde el arraigo solemne de una ausencia en el vacío que camina hacia el horizonte sin un rumbo precocinado. A rastras entre la incomprensión del mundo y la esclavitud mental religiosa. Lenczewski nos señala en cada plano que los personajes carecen de valor en el espacio. Nunca son el centro de atención del relato. Las salas y los lugares engullen a las personas que quieren pertenecer a él, las doblegan a una esquina y a una sensación de no pertenencia a ellos. Recurso de jerarquía mayor ante la necesidad de Pawlikowski, como digo, de enclaustrar a sus caracteres en un ambiente devastado que imposibilita la identificación. Polonia es radiografiada por la desolación de la guerra, tanto bélica como interna. Los ecos a la ocupación nazi son un suplemento que el director abona a su causa de contemplación analítica en busca de la verdad de unas personas perdidas en el espacio y el tiempo. Un intento de responder al ‘quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos’ desde el enigma de la crisis religiosa.

Se habla de Pawlikowski, dentro del marco del cine europeo, como un director menor de filmografía menor. Esta afirmación puede llegar a ser un tanto subjetiva, sesgada e inmerecida si se analiza en profundidad su obra, que indiscutiblemente bebe, directa o indirectamente, de los grandes maestros polacos de su historia. Andrzej Wajda o Andrzej Munk son referentes espirituales que saltan inmediatamente al recuerdo mientras se contempla Ida. En sus creadores parece existir una pulsión similar: abandonar el confinamiento y la cerrazón, encontrar un sentido para vivir y un motivo por el que luchar. Búsqueda y asunción de una identidad a la que pertenecer, a la que sentir como propia. Todo ello expuesto a través de la negación implicadora y de la opacidad exhibicionista, que a su vez genera una indudable retroalimentación observacional. Obra, en todo caso, para puristas y degustadores de la exquisitez formal, que deben asumir una mínima base cultural para descifrar la antropología que habita tras las capas de cebolla que proponen sus creadores. Como ya dije anteriormente: quien lo sabe, lo sabe.

Crítica para www.cinemaldito.com
@WeisGuerrero @CineMaldito
Weis
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23 de septiembre de 2014
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
(...)

Fue con Under de Skin, cuando comentamos el asunto de las influencias en el cine. Cuando estas son demasiado evidentes, la película no suele funcionar. En Ida pasa algo parecido. No quiero otro Bresson, otro Bergman ni otro Dreyer. Ya existen, no necesitamos más. Lo que necesita el cine son nuevas ideas, nuevas propuestas estéticas, asumir riesgos formales y narrativos. Eso es lo que yo busco en el cine. Y creo que es lo que una disciplina artística reclama constantemente: renovación, búsqueda, desafío.

Ida es atractiva desde el punto de vista formal, pero no impacta, no emociona. Veo Los comulgantes, La pasión de Juana de Arco, Dies Irae, etc. Y ya las he visto.

(...)

Lo mejor de la cinta de Pawel Pawlikowski es su reflexión histórica. La búsqueda de los restos mortales de una familia de judíos asesinados en los albores de la II Guerra Mundial, sirve a Pawlikowski para investigar sobre la barbarie desde un punto de vista original. Los nazis no fueron los únicos culpables de aquella matanza. Tendemos a ver, de forma muy pueril y autoindulgente, que el Holocausto fue solo cosa de una decena de locos comandados por Hitler. Es lo más cómodo. Ellos eran la encarnación del diablo, y todos los demás solo fueron víctimas. Los que miraron para otro lado, los que se aprovecharon de la situación… Todos ellos fueron arrastrados por la barbarie. Nadie tuvo culpa de nada. ¿O no?

Situaciones críticas como las que se dieron durante la II Guerra Mundial saca lo peor de la naturaleza humana. Para sobrevivir el ser humano es capaz de muchas cosas. ¿Se puede justificar cualquier acción con tal de sobrevivir? No, no se puede.

Es con lo que nos quedamos de esta pequeña película llamada Ida, triunfadora el año pasado en diversos festivales europeos, incluyendo el galardón de mejor película en Gijón. Pero además de las influencias expuestas sin pudor, cuyo objetivo es, precisamente, contentar al espectador menos exigente y nostálgico (en este caso nostálgico de cine europeo clásico), la película no convence en la construcción de sus dos personajes principales. La monja y la fiscal. Las miro y no veo personas, sino personajes. Personajes creados para seducir al espectador. Cuando el truco es demasiado visible, la cosa no funciona.

Especialmente cansina resulta la fiscal bebedora, acumulación de tópicos un tanto aburridos. Tampoco la monja despierta mucho interés. Como decimos, es la infectada herida histórica, mostrada desde un prisma original, lo que eleva un poco la categoría de esta película. El desenlace, no obstante, es notable. Los dos personajes, se convierten en personas. Una se da por vencida (al estilo de uno de los personajes de La mejor juventud, aquella maravilla italiana de hace unos años) y la otra toma una decisión. “¿Y después?”, pregunta al saxofonista… No le convencen las respuestas. Prefiere buscarlas en otra parte…

Lo Mejor: la reflexión histórica. El final.

Lo Peor: las referencias formales y la construcción de los personajes principales.

[crítica publicada en alucine.es]
david
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1 de noviembre de 2014
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Ida” cuenta la historia de Anna, una joven huérfana que a escasos días de tomar sus votos como monja vivirá un viaje con su tía que le removerá algunos esquemas. Pawel Pawlikowski nos trae esta joya en blanco y negro ambientada en la Polonia de la posguerra, haciendo gala de una sensibilidad especial al tratar desde nuevas perspectivas los crímenes contra los judíos. “Ida” está disponible en Filmin.

Anna es joven y atractiva, y no ha visto nada más allá de su convento. Pero esos años de inmersión exhaustiva en la fe católica han hecho bien su trabajo, y se dispone a tomar sus votos para convertirse en monja. A raíz de un viaje a casa de su tía, su único familiar vivo, surgen las preguntas que tanto tiempo habían estado enterradas. ¿De dónde es? ¿Qué les pasó a sus padres? Los interrogantes la llevan a conocer su identidad judía y a emprender un viaje con su tía en busca de respuestas.

Y es que Anna no es Anna, es Ida. Y no es católica, es judía. A partir de estos descubrimientos, la decisión está entre el amor a la vida o el amor a Dios. Todo en “Ida” transcurre con avances mínimos pero con encanto en cada una de sus escenas. Pese a parecer que caerá en otros referentes de su estética, Pawlikowski ahonda en los detalles, en las expresiones, en las emociones contenidas hechas silencio. Nos llena lo que no nos cuenta, lo que nos sugieren los ojos vacíos pero incendiarios de Agata Kulesza. Y no es fácil tratar un tema tan removido como es el Holocausto, aunque solo suponga el background de “Ida”

“Ida” escapa de las convenciones estéticas, pero construye un relato con ritmo constante, ayudado por su corta duración – 80 minutos. Toda la película está rodada en blanco y negro, lo que le da ese aire de historia antigua que acompaña con un juego de luces y sombras muy interesante. La guinda de la originalidad estética de “Ida” la pone la pantalla de 4:3, que deja un marco negro a la imagen que acentúa aún más la sensación de lejanía de la historia. No sé si será la técnica, la estética, las interpretaciones, o una ingeniosa mezcla de todo, pero lo evidente es que “Ida” huye de la indiferencia y emociona. Transmite belleza y sensibilidad en todas y cada una de sus escenas, dejándote en alguna de ellas sin respiración. Simplemente brillante.

blogelcontraplano.wordpress.com
Mireia Mullor
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5 de enero de 2015
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Toda una revolución, firme candidata para hacerse con los premios a mejor película allí donde se presente, su director Pawel Pawlikowski está en el punto de mira de muchos y es que la controversia le anda rondando.

Poco a poco las expectativas crecen según Ida se va alzando premios y premios a mejor película, todo en torno a ella es bastante controvertido, la crítica especializada la defiende más y el público algo menos,por lo que es mejor verla para saber a que grupo hay que unirse.

Ida tiene un arranque decente , el blanco / negro le queda muy bien y eso exalta todo lo demás, una fotografía de infarto y una muy buena dirección,y hasta aquí todo es notable. La trama prosigue y nos parece que para su corta duración prepara durante demasiado tiempo su primer acto y nos deja latente en el subconsciente si podrá recuperar ese tiempo que tan necesario se le va a hacer en minutos posteriores. La trama avanza de una forma muy lenta, y vamos viendo que está llena de valores, la trama es interesante y su protagonista se va enfrentando a los hechos de una forma firme y sosegada , es decir, se toma su tiempo. Para cuando estamos en en epicentro del la película, la historia no adquiere fuerza, si no que nos muestra a su protagonista enfrentándose a la vida, experimentando una serie de acontecimientos a los que renunciará en un futuro y vemos las similitudes que van aflorando respecto a su tía , tía que por otro lado experimenta su propio clímax y soporta su propio infierno y en conjunto tía y sobrina removerán la tierra para poder descansar en paz.

Está claro los valores que tiene la película, las cosas que no dicen con palabras, las circunstancias que pasan y como lo hacen para sobrellevarlas también están claras y sus protagonistas hacen un trabajo aceptable, pero resulta insulsa, no tiene ritmo , está todo muy ralentizado, le falta fuerza y carácter , llega a aparentar simpleza. La evidencias que tiene no llega a convencer , como a la que une a Ida con el músico, esta demasiado preparado para resultar convincente; por lo que una vez que finaliza la sensación que deja es de frío, de no haber convencido , el de no haber resuelto la trama con algo más de fuerza, resulta demasiado ambigua dejando cierto aire de decepción en el cuerpo y con el pensamiento de si hubiera tenido color en vez de blanco y negro la crítica la hubiera alabado igual o no.

Como conclusión podemos decir que se trata de una película muy controvertida, y por ello recomiendo que sea vista, no apto para quienes el cine de autor no sea su fuente de alimentación.

Lo mejor: La fotografía, todo está al detalle.
Lo peor: La forma de plantearla.

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fauno21
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