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Orgullo de estirpe

Aventuras A Uraz (Omar Sharif), el hijo del mejor jinete de Afganistán, su padre (Jack Palance) le regala un extraordinario ejemplar de caballo; pero si quiere conservarlo, deberá ganar un torneo de buzhashi, una de las competiciones más difíciles del mundo, en la que los participantes, además de superar durísimas pruebas, deben convivir según las reglas de un estricto código de honor. En esta competición la victoria es mucho más que un premio: ... [+]
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
8 de mayo de 2015
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
El bozkachi (bouzkashi en francés o buzkashi en inglés), palabra que viene del persa boz: cabra y kachi: tirar (Juego de atrapar la cabra), es una competencia ecuestre que se práctica en algunos países de El medio oriente y el Asia central, y que hace parte de las más profundas tradiciones de Afganistán, al punto de que es considerado su deporte nacional. No siempre es una cabra (puede ser una oveja, un cerdo o un becerro) cuyo cuerpo, decapitado, se coloca en el círculo que forman los jinetes… y a la señal, los equipos deberán atraparlo y será gol para el chapendaz (jinete) que lo lleve hasta un objetivo ubicado a una distancia de unos dos kilómetros y luego lo regrese hasta el lugar de la partida. Cada chapendaz dispone de un látigo para fustigar a quien porte el animal, y como puede suponerse, deben ser jinetes muy diestros, de gran fuerza y con excelentes caballos, los que participan en semejante competencia.

El mejor recordado triunfador en el bozkachi, El gran Tursen, espera ahora que su hijo Uraz repita su proeza y para tal empresa le tiene dispuesto un majestuoso caballo blanco llamado Jahil, el cual le promete regalárselo si gana la competencia. Gran reto para Uraz, quien cree que las cosas son ahora mucho más complicadas que en tiempos de su padre.

Tras el violento y descarnado arranque (con explotación y maltrato de los animales), pareciera que, “ORGULLO DE ESTIRPE”, va a ser un filme que da solo cuenta del atraso y la insensibilidad que aún se preserva en ciertas culturas, y es posible que, heridas ciertas susceptibilidades, no falte quien se apresure a abandonar esta magnífica historia que, seguidamente, contrapone un magnífico estudio de caracteres, donde podremos oír profundas y muy sabias reflexiones, y apreciaremos comportamientos de sin igual trascendencia que, muy pocos occidentales, han conseguido comprender.

No es gratuito, ni de escasa significación que, el guión haya sido escrito nada menos que por Dalton Trumbo en quien, el director John Frankenheimer (con quien ya había hecho la magistral “El hombre de Kiev”) tenía depositada su absoluta confianza y aprecio. Entre ellos -y ese fue el acuerdo inicial con el productor-, estaba planeada una majestuosa historia que duraría cerca de tres horas, donde el poder interior de los seres humanos y la sabiduría oriental, tendrían un gran lustre y trascendencia.

Pero, el difícil clima del territorio afgano donde se rodaba, los sobrecostos… y el particular sentir del productor, le llevaron a restringir severamente los iniciales propósitos y Trumbo se vió abocado a reducir y restructurar el guión, al tiempo que Frankenheimer tuvo que modificar y recortar sus planes de producción. Por fortuna, eran dos grandes talentos, y el resultado aún sigue siendo bastante encomiable, con un gran argumento, esplendorosa fotografía de Claude Renoir y una potente banda sonora de Georges Delerue.

Omar Shariff consigue, como Uraz, uno de los personajes más admirables de su carrera. Jack Palance, se aviene con gran ímpetu en la figura de El gran Tursen. Leigh Taylor-Young (la inolvidable chica de “The big bounce”), impone de nuevo su singular carácter, belleza y sensualidad. Y Peter Jeffrey, inolvidable como el apostador Hayatal, cuya lección de fe la tomará en cuenta Uraz… y también podría ser considerada por todos los discapacitados del mundo.

Cine para aprender a vivir.

Título para Latinoamérica: “LOS CENTAUROS”
Luis Guillermo Cardona
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14 de septiembre de 2011
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
279/24(31/08/11) Fallida que no mala cinta de aventuras que no termina de atraparte, la frialdad de los personajes y su poca empatía es un muro insalvable. Tenía puestas muchas esperanzas en este film y es que si se sumaba la dirección del siempre bueno John Frankenheimer al guión de Dalton Trumbo (‘Vacaciones en Roma’, ‘Espartaco’ o ‘Johnny cogió su fusil’), que adapta una novela, ‘Les cavaliers (1968), del francés Joseph Kessel (‘Bella de día’, ‘La noche de los Generales’ o ‘El ejército de los hombres’), escrita tras un viaje por el país durante la década de los 60, protagonizada por Omar Shariff, con la música de Georges Delerue (‘Un hombre para la eternidad’, ‘Chacal’ o ‘Platoon’), los hermosos paisajes afganos, el resultado debería ser de bueno a excelente, pero mi gozo en un pozo. Gira en torno a Uraz (Buen Omar Shariff), gran jinete afgano e hijo del más grande jinete de la región, Tursen (Gran Jack Palance), que a su vez es el patriarca de las tribus de la zona, Tursen presta a Uraz su majestuoso caballo blanco, Halil, para que participe en la lejana Kabul en el deporte nacional, el salvaje Buzkashi, si gana se lo regalará, este cruento juego reúne en un estadio a varios equipos de jinetes, el objetivo es atrapar el cuerpo de un cordero sin cabeza y trasladarlo a un circulo, el equipo que lo consiga ganará, para ello podrán utilizar sus látigos del modo que crean necesario, este juego ancestral tiene su origen en los tiempos de Gengis Khan en los entrenamientos de las tropas, Uraz sufre un accidente y acaba en hospital con una pierna maltrecha, allí se entera que otro de su escuadra ha ganado con Halil, esto le supone para él un enorme trauma, una deshonra para el que parece tener una penitencia, volver a su tierra por el camino más corto pero con muchos peligros, lugares montañosos, inhóspitos, lo intentará con su caballo y un criado, este recorrido se convertirá en una odisea espiritual para Uraz que pondrá a prueba su Orgullo, su Soberbia y su Dignidad.
Continua en spoiler sin spoilers.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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14 de diciembre de 2020
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Orgullo de estirpe (The horseman), de John Frankenheimer, con guión de Dalton Trumbo, que adapta la novela Les cavaliers de Joseph Kessel (otra de cuyas novelas Jean Pierre Melville acababa de adaptar en la también magistral El ejército de las sombras, 1969), refleja la vertiente siniestra de la aventura, el negativo de las ínfulas de la virilidad, el reverso vacío de la afirmación en el desafío que comporta la vivencia del riesgo y el peligro, la pulsíón de muerte tras la apariencia de la propulsión vital de toda competición y confrontación. ¿Por qué necesita la bestia humana competir? ¿Por qué disfruta tanto con el espectáculo sangriento de un combate? En la excepcional Los temerarios del aire (1969), Frankenheimer rastreaba esos componentes en los saltadores en paracaídas de una atracción de feria ambulante, en concreto a través de la atracción de vacío y la pulsión de muerte del personaje de Burt Lancaster, en principio en contraste con la vida monótona, de concesiones y frustración disimuladas bajo la ritualizada normalidad de los habitantes del prototípico pueblo de la América profunda. El contraste se revela equiparación o reflejo. Se deja de saltar en la rutinaria vida de dieta de emociones y deseos que no de ja de ser un suicidio prolongado, a diferencia del 'precipitado', y manifiesto, suicidio que realiza el personaje de Burt Lancaster en su último salto. No abre su paracaídas, como muchos en el tedio de su vida sin aconteceres quedan presos de las cuerdas invisibles de su paracaídas. 'A tí y a mí nos atrae la muerte', le viene a decir el padre, Tursen (Jack Palance) a su hijo, Uraz (Omar Sharif), en Orgullo de estirpe. Es el reverso siniestro de la finalidad y realización de su vida, ser el jinete más poderoso. Tanto monta un pueblo de la América profunda como un poblado de Afganistan. Sustancialmente no varía el ser humano, varían los rituales (de vida ordinaria, de sublimación del riesgo), pero no dejan de ser rituales, varía el tipo de competición, pero no deja de ser una competición (en este caso, el Buzkashi, una variante del Polo). Incluso, pasan los siglos, pueden ser diferentes los modos de vida, pero sustancialmente el ser humano es lo que es (o lo que carece de ser): sutilmente sucinto es el contraste al inicio entre ese poblado en el que Tursen es un señor feudal (por lo que puede parecer que estamos siglos atrás) y el avión que cruza el cielo (y nos ubica en el tiempo).

En las secuencias introductorias se presenta de modo preciso a padre e hijo, el referente generacional que es a su vez representación de una comunidad, y la personalidad en formación, que aún se ve emborronada por su padre, y un modelo (de virilidad). Y se introduce también, como ruido sordo, las ideas, o emociones, de deterioro y falta (dejar de ser y no lograr ser). Los primeros planos muestran el ya trabajoso proceso de integrarse cada mañana en el mundo que debe padecer Tursen: su cuerpo ya sufre las consecuencias del deterioro de la edad. Le cuesta incorporarse de la cama (en contraste con cómo arroja con ímpetu el cubrecama), cojea, y forcejea costosamente para poder ponerse las botas. Ya no existe el fulgor de la virilidad en su esplendor. Al hijo se le presenta como espectador (aun se siente así, tras las barreras, aún no protagonista), de un combate entre camellos. Estas lides entre animales son recurrentes (hay otras entre pájaros), reflejo de esa tendencia del necio disfrute del ser humano en los combates sangrientos entre otras criaturas (entre otras especies se puede dar rienda suelta al disfrute de la finalización del combate con la muerte de uno de los contendientes, lo que siglos atrás también se aceptaba entre humanos). La mirada de Uzar es sombría, como una brasa encendida, turbia, rabiosa, amarga (contrasta con la mirada lacrimosa, compasiva, con la que Sharif definía al personaje del doctor Zhivago en la extraordinaria homónima película de David Lean).

El protagonismo del escenario tiene lugar en la competición, en la violencia ejercida en la competición, la sublimación del riesgo y el peligro (dentro de unos límites: no se espera, o desea explícitamente, la muerte o herida, pero se asume como factible, aunque sea de modo accidental): El propósito en el Buzkashi es conseguir, entre los diversos jinetes contendientes, portar el carnero muerto hasta un determinado punto señalizado. En el proceso, los caballos corren, los humanos se fustigan y golpean, en una sucesión de movimientos que no dejan de asemejar a un bucle. Carreras y golpes, esa es la noción de realización, el que más golpea, el que más resiste los fustazos y golpes, y el que más corra, conseguirá la victoria. Uzar sufre una contrariedad cuando parece estar a punto de ganar: se rompe la pierna. Esto tendrá como consecuencia la perdida de dinero para su padre (por la apuesta) y la vergüenza de no conseguir el triunfo (se queda 'fuera' incluso dentro del escenario): como contraste se evoca una competición pretérita, ganada por el padre, Tursan, no en el cerco establecido de un recinto sino a campo abierto, en la que Tursan remarca su superioridad viril encaramado sobre una edificación de techo bajo desde la que fustiga con el carnero al resto de competidores. Ya en el presente, Tursen intentará reproducir aquel alarde físico pero ya las carencias de su deterioro determinará su fracaso cuando intenta infructuosamente encaramarse con su caballo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
cinedesolaris
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15 de noviembre de 2011
0 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película no es mala, pero es de esas historias en las que te preguntas, ¿y a mí qué? Quiero decir, que a nivel técnico es una buena película, con un legendario director y con unos actores no menos importantes, y todos ellos lo vuelven a demostrar en "The Horsemen". Sin embargo es de esos argumentos un poco particulares. La verdad es que las pocas películas ambientadas en Afganistán que conozco no son gran cosa, de Rambo III mejor no comentar nada. No es por despreciar a este país pero, ¿no tiene nada más atractivo que ofrecer para realizar una película que un juego salvaje de lucha por un carnero descabezado y carreras de caballos? Ya no se trata ni siquiera de una película exótica, sino de lo siguiente, de una rareza. Podríamos hablar de las muchas cintas ambientadas en la India colonial, verdaderamente exóticas, pero es que de Afganistán parece que no hay mucho más que mostrar, ni siquiera hay vegetación, es toda una tierra árida y llana, con algunas montañas enormes por el medio y habitada por nómadas (que ni siquiera por animales salvajes, excepto las dichosas cabras). La película tampoco aburre, pero repito que naufraga en su argumento, que se ve reflejado en un guión que no da para más (a pesar de ser un guión de Dalton Trumbo), pero cuando no hay de donde rascar... A pesar de todo ello insisto en que es una película interesante para los que gusten de las películas de aventuras, en lo que respecta al apartado técnico y a la ambientación, así como a las actuaciones de Palance y Omar Sharif, no se desmerece.
The Big Dipper
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29 de diciembre de 2007
4 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo único interesante que encontré en "Orgullo de estirpe" durante los primeros veinte minutos fue conocer la cultura afgana tradicional. Si lo más relevante es el torneo hípico con un pobre ternerito, o sea, la carrera de cuádrigas de "Ben-Hur" pero en plan salvaje y bárbaro, sólo puedo añadir que esta película fue un error en las trayectorias de Frankenheimer, Jack Palance y Omar Sharif.
Luis Miguel
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