A través de los olivos

¡Qué manera de hacer cine tan sencilla, tal real, tan natural, tan impresionantemente atrayente! Quizás se pase el director, un poquito, en lo de la repetición de la toma esa que hay que rodar tantísimas veces; pero sin duda responde a la situación y tensión del amor que está describiendo entre el muchacho a la ofensiva y la muchacha a la defensiva, es decir del enamoramiento en su vertiente del "no pero sí" que tantas veces suelen usar las mujeres de cualquier parte del mundo cuando saben que los hombres están colados hasta la médula de las hormonas por ellas. Y el final, genial, como sólo un director magistral sabe acabar su artística obra. Un final de poesía cinematográfica que quedará como prototipo de lo que es saber poner la guinda a un sabroso pastel cinematográfico.

Excelente, muy buena película, de las que se memorizan para siempre.

Fej Delvahe

Igual que sucede con Kieslowski o con Bergman, Kiarostami es de esos directores que tienen su propio estilo para contar la historia, y éste vuelve a ser cercano al minimalismo expresivo (al fin y al cabo, es el estilo, bien sea narrativo, en lo referente a la puesta en escena, o en ambas, lo que distingue al buen cineasta. Como decía Hitchcock: "Cuando digo que no me interesa el contenido es como si un pintor se preocupara por el sabor que tienen las manzanas que pinta, por si son dulces o amargas. ¿Qué más da? Es su estilo, su forma de pintarlas... De ahí es de donde surge la emoción"). El sello distintivo de este iraní consiste en lo tradicional, lo rural y, con ello, la gente en general. El cine de Kiarostami combina lo humano con lo paisagístico, de modo que se crea un equilibrio entre las fuerzas de consecuencia natural y las de consecuencia deliberada. El cine kiarostamiano es duro y algo árido, pero gratamente satisfactorio. Y el director demuestra en "A través de los olivos", nuevamente su especial dos para contar, de un modo que no se puede describir con palabras (hay que verlo para advertir su toque), las relaciones humanas y su adecuación en un contexto rural.

Mitad documental, mitad ficción sobre el rodaje de una comunidad que ha sido asolada por un terrible terremoto en en norte de Irán. Mitad soporífero, mitad cautivante, la primera mitad del filme es cansado y más aún si se repiten varias veces la misma toma, pero la segunda parte es de una belleza que emociona. Ver a Hossein, el muchacho analfabeto que no tiene posesiones, despreciado como paria por la familia de la mujer que ama, por ella misma e incluso por el equipo de filmación, rogando ya no por el amor, sino por la atención de la desdeñosa Tahereh, es un poema hecho celuloide y sólo por esos treinta minutos finales el filme se vuelve memorable.

Los pimientos. Recuerdo que de pequeño, nada más escuchar el nombre, mi paladar se amargaba, mi garganta cerraba compuertas, la saliva huía y se acababa cualquier señal de apetito. Era como beber un trago de absenta y después pretender comer un plato de puchero; sudar tinta es poco. Verdes, rojos, del piquillo, morrones, dulces, rellenos, asados…la modalidad era lo de menos, lo que causaba escalofríos era el propio nombre. Ahora los como. No es que me gusten mucho, pero me frío un huevo…y le echo unos pimientos rojos; aso un pollo…y le añado unos pimientos verdes; me ofrecen pimientos de Padrón…y abro mi boca y los engullo sin rechistar. Soy mayor, ya estoy preparado y quedar como un tiquismiquis culinario, delicaito y bastante hartible no me hace mucha ilusión.

¡Ah! Kiarostami. Pues es para mí como un pimiento. Llega un momento en la vida de un hombre que debe arriesgarse a conocer, a ver y a indagar en ese tipo de cine que, básicamente, está en las antípodas de lo que a uno le gusta y le apasiona. Y debo decir que esta primera experiencia no ha resultado para nada insatisfactoria y que en ningún momento sufrí atragantamiento o nauseas. Hablar de una conexión total con lo pretendido por el director sería mentir y convertirme en un pseudointelectual barato que reniega de la gabardina, el sombrero, el bourbon y la oficina para pasarse al lado oscuro. No haré esto, nunca lo haré.

Sin embargo, tengo que reconocer que “A Través de los Olivos” es una experiencia rural en el Irán más profundo que cuenta una historia de amor rara, inusual y en cierto modo intrigante desde nuestros viciosos ojos occidentales. El desarrollo es lento, pausado, acorde con el ritmo de vida que se debe llevar por esos lares, pero para nada aburrido. Y esto es un gran mérito. Lo demás es una preciosa música, imágenes que se quedan grabadas en la retina y un final inolvidable. Y es que uno, de vez en cuando, debe de probar esas cosas que sabe que normalmente no le van a gustar porque siempre puede aparecer el milagro, la magia cinematográfica, que te den el arma para defenderte de aquellos que te acusan de clásico y anticuado y así poder responder siempre aquello de “sí, el hombre clásico es una manojo de rutina, ideas y tradición…pero siempre con un ojo pendiente de lo moderno”. Habrá más citas con el director iraní.

Un director de cine, unos actores improvisados, una historia sencilla, unas cuantas gestiones para la buena marcha de la filmación, una conversación (que parece) insustancial. A veces, no sabemos si es película o reportaje. Todo lineal, una cosa detrás de otra, sin ninguna importancia, como la vida misma. De todo ello, ese maestro que se llama Kiarostami saca magia, vida, encuentro, pálpito. Es difícil hacer las críticas de estas películas. Color, luz, actores, guión, composición, diálogos...: es todo tan normal, tan cotidiano, tan "nuestro", que resulta complicado decir si están bien o mal. Simplemente, están.

Deberíamos aprender del iraní. Dogma 95 comenzó con ese propósito, y se ha vuelto algo demasiado pretencioso, como se demuestra en el Dogville de Lars Von Tiers. Se nota que va de cineasta de culto.

"A través de los olivos" forma parte de una trilogía ("¿dónde está la casa de mi amigo?" y "la vida continúa"). Para mí, ésta (que es la tercera) es la mejor.