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Niños en el viento

Drama Un par de chiquillos, hermanos, se pelean a menudo entre sí por ver quién de los dos lleva la comida a su padre al trabajo... Se hallan totalmente integrados en una pandilla de niños de su edad. Pero su mundo feliz e inocente se derrumba cuando el padre es acusado de malversación de fondos por un vecino y es enviado a la cárcel... (FILMAFFINITY)
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
24 de septiembre de 2009
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kaze no naka no kodomo (Niños en el viento) es un paso adelante en la carrera de Shimizu, una sensible -que no sensiblera- mirada al universo de la infancia que logra capturar hasta el más mínimo detalle de verdad de sus personajes y facturar, con ello, una obra minúscula y, sin embargo, grandiosamente humana.

De nuevo se trata el tema de la marginación del individuo, enfrentado a una serie de acontecimientos que ponen en entredicho su rectitud moral, cuando lo que se está haciendo realmente es desnudar la hipocresía y la ingratitud de los que no saben ver más allá de las apariencias. Una historia sencilla y dolorosa a pesar de lo anecdótico de su planteamiento, en la que sobresale la enorme sensación de veracidad de esos chavales condenados a una injusta ausencia paterna.

En el proceso, Shimizu depura su estilo y lo refina, reduciéndolo a lo esencial: el fluir del relato a base de gestos mínimos descubre que la elegancia de la sencillez es el camino más rápido hacia la máxima pureza expresiva. Esta pureza, grabada en fotogramas de una plácida belleza, es lo que hace del cine del japonés una experiencia tan gratificante y nutritiva.

Tan necesaria.
nachete
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4 de enero de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hiroshi Shimizu fue un prolífico director japonés –sólo en 1937, año de producción de esta peli, dirigió otras tres- uno de cuyos temas favoritos era el mundo de los niños, habitualmente expuesto sin moralinas adultas, como si compartiese sus secretos mundos de fantasía y crueldad, surrealismo y sensibilidad desbordadas. Sampei es un niño impulsivo pero sensible, muy diferente a su hermano, más comedido y serio, a los que un supuesto fraude del padre en el trabajo introduce en una realidad completamente diferente. Historia de rasgos dickensianos, rodada con sencilla, parca, casi ascética sensibilidad en la que Shimizu muestra, a través de toda una serie de microescenas unidas mediante fundidos, este mundo infantil de querellas sin rencor, discusiones, sueños, pequeños dramas e incontenible alegría, inmune al desánimo. Para Shimizu los niños son seres más fuertes que los adultos y mucho más complejos que ellos, mezcla de misterio e irreverencia. Shimizu es igualmente capaz de mostrar con extremada brillantez el tiempo lento de la infancia, donde la soledad y la ausencia también tienen lugar y me gustan mucho las escenas nocturnas en la casa familiar donde el mundo de los adultos está separado del de los niños por una cortina casi trasparente, metáfora de estos dos mundos, el de los adultos y el de los niños, manejados por reglas y rituales diferentes. Excelente película.
Gould
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27 de mayo de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida se compone de una serie de hechos, dichosos o trágicos y desagradables, que debemos afrontar para seguir evolucionando como seres humanos...
Sin embargo, ¿cómo se enfrenta a ellos un niño?, ¿cómo se perciben a través de unos ojos todavía inmersos en la inocencia y la incomprensión de un mundo aún demasiado complicado y oscuro?

A pesar de la censura y las presiones nacionalistas, Japón es el mayor productor mundial de cine, aunque sus obras rara vez se exhiben fuera del país; la Nikkatsu y la Shochiku controlan la distribución y producen films de temática tradicional y crónicas contemporáneas. Muchos directores son reacios a plegarse a los dictados del Gobierno y constituyen una asociación para preservar su libertad de expresión, pero la oficialización de la guerra con China en 1.937 aumenta el control sobre la industria, pues se generaliza el concepto de arte nacional y se le exige al pueblo rechazar cuanto proceda de Occidente...
En esta época, junto a nombres como Gosho y Kinugasa, se empiezan a considerar a Mizoguchi, Naruse, Ozu y Shimizu los más importantes de su generación; no obstante éste último, pese a haber contribuido a enaltecer (y engrandecer) el cine japonés, nunca sería tan recordado como algunos de sus colegas de profesión, y menos aún con la llegada de los modernos (Kurosawa, Ichikawa, Kobayashi...). Con una carrera a sus espaldas de más de diez años y más de cien títulos en su haber, Shizimu, basándose en la novela "Kaze no Naka no Kodomo" de Joji Tsubota (de quien adaptaría varias a la gran pantalla), daría vida a uno de sus más aplaudidos y conocidos trabajos.

No es un secreto para aquellos que ya conozcan algo de su filmografía que si por algo se caracterizaba era por tratar la vida desde el punto de vista de la infancia, y ese será, por supuesto, el elemento fundamental de esta historia, donde nada más comenzar se nos presenta a los protagonistas de la misma, Zenta y su hermano Sampei, dos hermanos que viven su día a día con las preocupaciones propias de los niños de su edad. Rápidamente se establecen las diferencias entre ellos: el primero es responsable y estudioso, mientras que el segundo es un amante de la rebeldía y la libertad (prefiere leer "Tarzán" a "Robinson Crusoe").
Cada uno es el directo opuesto del otro, lo que provoca el recelo del pequeño, a quien su madre siempre regaña, aunque ambos se complementan a la perfección; pareciera, como sucederá en "Los Niños de la Colmena", que el director desea centrarse expresamente en esa comunidad formada por los chicos del pueblo donde residen los protagonistas, cuyo líder es Sampei, obviando toda intromisión por parte de los adultos, pero nada más lejos de la realidad, ya que la vida de los protagonistas da un giro inesperado cuando su padre es acusado por un vecino de cometer desfalco, lo que le conducirá a la cárcel...y su mundo de felicidad se derrumba irremisiblemente.

El hecho más significativo es que dicha situación será contemplada desde los ojos de Zenta y Sampei (de ahí que el espectador reciba tan poca información de lo ocurrido), rechazados ahora por sus compañeros de juegos. Haciendo gala de una abrumadora sencillez en la composición técnica y narrativa, Shimizu traza de manera sutil una línea divisoria que separará en todo momento el universo de los niños (enigmático y donde reina la inocencia y la despreocupación) y el de los adultos (colmado de traiciones, tristeza e injusticia), llegándose al cenit de esta incomunicación a raíz de que la tragedia se instaure en la familia.
Separación que se dará a menudo empleando elementos físicos (las cortinas y las puertas de las habitaciones) y otras veces el propio lenguaje cinematográfico, sugiriéndose la distancia de los seres aun en un plano compartido (la madre llora pero no es consolada por sus hijos; Sampei, preocupado por su padre tras la acusación, sólo recibe de éste ignorancia a sus preguntas). Un segundo acto vendrá marcado por una nueva tragedia: la ruptura familiar, donde Sampei marchará a casa de sus tíos viéndose obligado a adaptarse a ese nuevo ambiente lejos de su hermano y su madre.

Una vez más los niños, impotentes ante los giros del destino, sólo pueden contemplar los hechos con muda resignación y obediencia, en una sociedad demasiado severa para ellos donde los adultos pueden manejarlos a su antojo. Retornando a su punto de inicio, el argumento (algo hermético en cierto modo), ofrecerá una conclusión optimista y reparadora, sorprendentemente, para estar tratada desde el prisma del drama y el pesimismo; el círculo de la vida, atravesado de manera inesperada por la tragedia, se cierra, las aguas vuelven a su cauce y cada uno regresa por sí mismo al mundo al que pertenece: los adultos al de los adultos y los niños al de los niños...
Shimizu agarra su cámara y radiografía con total naturalidad los sucesos, reparando en los más ínfimos detalles y aprovechando al máximo los escenarios naturales (ríos, bosques, lagunas, montañas...) para transmitir grandes emociones mientras capta a los personajes al vuelo, quienes se mueven, observan y hablan como si no supieran que están siendo filmados. Amante de esta técnica, permite a sus actores reaccionar con libertad, fácil de apreciar en las interpretaciones de Mitsuko Yoshikawa, Takeshi Sakamoto, Fumiko Okamura y ante todo las de los niños, sobresaliendo esos geniales Jun Yokoyama y Masao Hayama. Actor fetiche de Ozu, Chishu Ryu tendrá una breve y muy curiosa aparición.

Aun no llegando a la categoría de obra maestra del cineasta (honor que se lleva la mencionada "Los Niños de la Colmena"), el realismo y la calidad que rebosa en cada plano y en cada línea de texto de "Niños en el Viento", indudablemente influenciada por el "Umarete wa Mita, keredo..." de Ozu, es indiscutible.
Tal fue el éxito del film que al año siguiente Shimizu recuperaría a los personajes para la adaptación de otra novela de Tsubota sobre el particular universo de Sampei: "Kodomo no Shiki".
Chris Jiménez
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5 de octubre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las múltiples distancias que se pueden enumerar no impiden que "Niños en el viento", vista por nosotros, vista hoy, conserve un mensaje universal que supera esas distancias para llegar fresca a nuestros ojos. Es un cine hecho en Japón hace más de ochenta años, así que a la diferencia cultural se suman varios saltos generacionales. Pese a ello, llegar al cine de Hiroshi Shimizu es un regalo, tan escondido detrás de los grandes nombres del cine clásico japonés que sólo una maniobra extraña del azar nos lo colocaría delante. A no ser que se busque bien, no se encuentra.

La mirada de los niños al mundo es la misma hoy que ayer, aquí que allí, sea donde sea que se haga esa descripción, los niños siempre ven igual la realidad que les rodea mientras los adultos se dedican a sus cosas. Hay detalles que nos diferencian, porque Sempei y Zenta juegan al sumo con su padre, uno de ellos se sube a un árbol mientras el otro se baña en el río con sus colegas en taparrabos. Pero la esencia es la misma, se desprende una nostalgia especial porque todos hemos sido niños, consigue volverse entrañable gracias al trabajo en la realización de Shimizu y todo ello sin caer en la sensiblería artificial.

Las consecuencias de los problemas de los adultos que padecen los niños, si se trata adecuadamente, si se hace con la sensibilidad adecuada, es un tema que garantiza el éxito. Hay que saber hacerlo, hay que saber elegir los momentos adecuados en la vida cotidiana de los niños y es por ello que Shimizu obviamente está a la altura. Cine de calidad, cine universal, a la altura de los grandes nombres propios más conocidos.
Luisito
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