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La ley del mercado

Drama Después de 20 meses en el paro, Thierry, un hombre de 51 años, encuentra un nuevo trabajo, pero pronto tendrá que enfrentarse a un dilema moral: ¿puede aceptar cualquier cosa con tal de conservar su trabajo? (FILMAFFINITY)
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Críticas 27
Críticas ordenadas por utilidad
30 de noviembre de 2015
26 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cineasta Stéphane Brizé y el actor Vincent Lindon vuelven a colaborar en La ley del mercado, una personal exploración de la Francia del paro y de la crisis económica. El film se construye a modo de escenas independientes, momentos a priori inconexos en la vida de un hombre de cincuenta años que busca trabajo entre la desesperación y la frustración. Brizé toma distancia de su historia, aunque ello no le aleja del epicentro de su problemática social: la película invita a la reflexión y al mismo tiempo permite al espectador experimentar la soledad absoluta, el dolor contenido, el desamparo del desempleo.

La tesis del film podría remitir a la recurrida frase de 'el trabajo dignifica a las personas', pero el segundo tramo de la película desmonta esa afirmación al ofrecernos una descripción descarnada de las nuevas dinámicas laborales en un contexto de recortes y capitalismo. Por ello, el magnífico plano final puede interpretarse como una huida al abismo, un intento por recuperar la dignidad perdida o una metáfora de la insignificancia del trabajador en tiempos de canibalismo laboral. Sea como sea, queda claro que la ley del título es implacable, atañe y afecta a todos, y se ceba muy especialmente con la clase obrera.

Por todo lo dicho, el estilo aparentemente frío del film es, aunque pueda parecer lo contrario, su principal acierto: si el personaje no puede tomar las riendas de su destino por imperativos del sistema, tampoco puede hacerse con el control de la narración, por lo que su apuesta formal se sitúa en las antípodas de la cámara en mano y la subjetividad de cierto cine análogo. De ahí que la interpretación de Lindon resulte especialmente brillante, ya que desaparece del plano aun siendo el eje de cada fotograma. Pocas veces fondo y forma habían estado tan equilibrados en un cine social que suele tender a la parcialidad y a la reivindicación fútil. Una gran película y, sobre todo, una radiografía precisa de nuestros tiempos.

@Xavicinoscar, Cinoscar & Rarities
Xavier Vidal
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10 de octubre de 2015
23 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Debido a la grave crisis económica que vive Europa en la actualidad, se han hecho muchas peliculas para denunciar la situación de miles de familias que no tienen recursos suficientes para poder vivir dignamente. El año pasado en Cannes se presentaron dos películas que trataban este tema; la belga Dos días y una noche, de los hermanos Dardenne y protagonizada por Marion Cotillard – papel que le valió para llevarse el premio a mejor actriz en dicho festival y una nominación a los oscars -, y la española Hermosa juventud. La primera tocaba algo tan delicado como es el despido y la segunda hacía una reflexión sobre la juventud actual que no tiene estudios y es incapaz de adentrarse en el mundo laboral. Las tres películas dan una visión de estos problemas desde una perspectiva cuasi documental.

El director pone la cámara al hombro de Vincent Lindon y se encarga de probarle una y otra vez para ver si tiene la resistencia necesaria que requiere el mundo actual. Así, tendrá que vivir humillaciones en entrevistas de trabajo, ver cómo le critican en una práctica de un curso que no vale para nada, aguantar discusiones sobre el precio de una pequeña casa de verano que puso a la venta pero que los interesados no quieren ofrecerle mas de un cantidad irrisoria, etc. Además, y para ponerle más obstáculos en su vida, tiene un hijo discapacitado que requiere de muchas atenciones, pero, justamente, será él y su mujer los que le den la fuerza suficiente para seguir luchando en busca de un trabajo.

Tras una pequeña elipsis, nos encontramos a Vicent Lindon trabajando como encargado de seguridad en un gran almacén y en ese momento se dará un giro completamente. Será él quien tenga que humillar, por motivos laborales, a las personas que pilla robando. Entonces aquí se encuentra con el dilema moralque plantea la película: ¿Tiene que realizar actos que están encontra de sus principios para mantener el trabajo?

Stéphane Brizé propone un estilo realista, rozando el documental, con actores no profesionales salvo el portagonista. Con cámara en mano y sin banda sonora, siempre estamos pegados a Vincent para que veamos todo como si fuéramos él. Entra pronto en las escenas y sale tarde de ellas, y es en estos momentos donde más se muestra la sensación de realidad.

Se aleja del sentimentalismo barato aunque toma decisiones que pueden tambalear esta visión naturalista. La enfermedad del hijo y el suicidio de una compañera de trabajo torpedean un poco este trabajo honesto sobre una realidad que viven muchos trabajores.

https://cinedeautorblog.wordpress.com/2015/10/10/la-loi-du-marche/
cinedeautor
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23 de enero de 2016
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película gira en torno a algunas de las problemáticas económicas y sociales a las que se enfrenta gran parte de la clase obrera francesa en la actualidad. La trama y el conflicto principal quedan fragmentados y poco definidos, lo que acompañado de un ritmo y una dirección que va perdiendo fuerza a medida que avanza la película, hace que en ocasiones se pierda también el interés en la historia. Además, el guión de algunas escenas está sobrecargado de información a través de diálogos que, a pesar de evidenciar el mensaje que quieren dar, termina saturando la idea y empobreciendo los recursos audiovisuales. El movimiento de cámara y el desenfoque de la imagen me parecen un acierto ya que trasmiten el agobio del protagonista. Por su parte, la carencia de música ayuda a crear una atmósfera más cruda.

En definitiva, a pesar de contar con un guión y un ritmo flojos, me parece una película interesante ya que trata un tema necesario (incluso con una trama que no termina de convencer) y cuenta con puntos fuertes como la recreación de algunas buenas escenas con una gran crítica social y una muy buena actuación por parte de Vincent Lindon.
Caturla
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12 de febrero de 2016
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si el trabajo dignifica, el despido nos rebaja y nos humilla. El paro, después, no mejora la experiencia de vivir. Cobrar la prestación por desempleo, al menos, hace del ser algo más tolerable. Sobre todo gracias a las televisiones de plasma y eso.

Stéphane Brizé vuelve al cine tras Quelques heures de printemps y por un momento he pensado que iba a ver a Philippe Lioret. Lo dejo como dato sólo, porque al final no. El caso es que Brizé dirige una vez más a Vincent Lindon y lo hace en un drama sobre el mundo del empleo con el que el actor podría, fácilmente, haber tocado todos los palos posibles del cine social en su carrera. Un hombre cuyo rostro impasible deja cuando quiere grandes e inesperadas muestras de tristeza o de emoción (de todo tipo). La ley del mercado es un vehículo para su lucimiento personal, pero también es una cinta que, por lo que trata y por cómo lo hace, puede deprimir o exasperar al más pintado (en tanto a situaciones como a la manera en que estas son contadas).

Hay algo que no se valora demasiado en el cine, y es que la gente que aparezca en pantalla hable como hablamos los mortales, que se corten cuando hablan, que se traben o equivoquen, y que se cabreen por no poder hablar y tengan muletillas todo el rato. Esto los franceses lo saben hacer bien, no cabe duda; se nota que les gusta escucharse. Pero más allá de todo eso, La ley del mercado es una sucesión de circunstancias y momentos en los que seguimos al personaje protagonista y conocemos su vida. Vemos lo que busca, vemos con quién vive, lo que hace en su tiempo libre, lo que necesita y a lo que se dedica en general: buscar trabajo y hacer cursos que le ayudan a encontrarlo (sí, sí).

Así, llegamos a la depresión vital del espectador más terrenal, pero con el tiempo también a su agotamiento mental. La cámara al hombro, interesante porque nos implica mucho más en lo que ocurre, también hace patente lo coñazo que resulta ser humano en el trabajo. Buscarse la vida es deprimente por lo que te encuentras por ahí, por todo lo que tienes que tener en cuenta y valorar para que los demás te valoren y contraten, y sobre todo por la cantidad de gente que rodea y que mantiene esta bonita forma de ser en conjunto, todos juntos. Si algo se descubre con la edad, es que debemos transigir y transigir para obtener lo que queremos, una contradicción digna de las mentes más inteligentes.

Porque la ley del mercado consiste en satisfacer la demanda creando oferta, porque sin oferta no hay demanda y con oferta se hace más demanda todavía (necesidades que no necesitas), y, en contra de lo que nos dicen los periódicos e Infojobs con sus ofertas de empleo, en realidad nosotros somos el trabajo, la oferta de trabajo, y sin embargo nuestra oferta laboral no genera más empleos (que demandan las empresas). Esto nos convierte en unos miserables y perdemos el futuro y el presente, salvo que sepamos adaptarnos. No somos nadie o somos lo que tenemos que ser, y de eso va esta cinta.

Incluso cuando tenemos un contrato y el dinero, nos movemos por los propios intereses laborales, y eso lo hacemos así por salud mental. Porque nos han aleccionado tanto y tan bien sobre el trabajo y el dinero, pero tan poco y tan mal sobre el esfuerzo y los principios, que ahora todos somos unos pusilánimes, o, al contrario, unos arrogantes. Pocos quedan íntegros, se confunde con la lógica. La moral no forma parte de ninguno de nosotros, y los que quedan con ella a saber dónde trabajan. La realidad contada en la ficción, por eso, no es ninguna broma, porque si se hace bien resulta ser un claro reflejo de lo que somos, menos deformada de lo que creemos. En La ley del mercado no se hace mal y la actuación principal la eleva, pero en su corta duración uno termina extenuado de experiencias.

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Este mensaje va dirigido a los estudiantes y trabajadores de Recursos Humanos: dejad de hacer preguntas que son respondidas ya en internet, que son respondidas en asignaturas, cursos especializados o masters; dejad de preguntar qué animal nos gustaría ser, que ya se sabe que es el pato; dejad de preguntar qué nos gusta hacer, porque nos gustaría hacer el trabajo al que aspiramos, básicamente; dejad de guiaros por nuestra expresión corporal, porque podemos estar nerviosos o sabernos vuestras reglas y significados (y de nada sirven para esto). A lo mejor resulta que somos buena gente. Pero sobre todo, dejad vuestro trabajo e id en busca de otro nuevo, para que otro trabajador de Recursos Humanos os entreviste, y así ver si el mundo colapsa, y con él todo el sistema económico mundial (de nuevo, claro), debido al alto conocimiento sobre preguntas, respuestas y ademanes que ambos demostraréis. Sería una lucha épica, la de los capitales humanos.

Y es que luego dirán que el dinero no da la felicidad, pero sin él no quedan más salidas. Por eso ahora la gente ya da gracias al fomento del emprendimiento en forma de autónomos con cuotas mensuales de 265 euros, al fomento del empleo precario, temporal y mal pagado, al abaratamiento del despido… Gracias a todo ello (y al SAP), pues ahora nadie va a tener que robar a nadie para salvar la vida, para salvar su estilo de vida.
Fendor
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14 de noviembre de 2015
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Le loi du marché es una película que en efecto deja una sensación de desaliento y abulia al abandonar la sala. Saber desde los primeros momentos, incluso si su argumento no se conoce previamente, que al protagonista (que gana casi de inmediato la empatía del espectador) le espera una sucesión de desengaños y humillaciones predispone ya bastante al espectador. Parece claro que la intencionalidad de la película a nivel argumental es testar la capacidad de aguante del personaje (que Lindon borda con mesura y sin estridencias, mientras que los secundarios dan un paso atrás para encarnar meramente su entorno, y funcionan a la perfección), perdido en una deriva laboral desde hace ya casi dos años, y ver hasta que punto la desesperación por conseguir un trabajo estable y salir adelante será suficiente para soportar los desmanes del sistema.

Porque es precisamente el sistema el peor retratado de la película, mostrado como un ciclo perverso por cuyos estadios deambula el protagonista, en una espiral de decadencia que sobrelleva con cansancio y pesimismo, mientras el espectador asiste como mudo cirineo.

Se ha hablado mucho de la forma en la que Brizé utiliza la cámara, y he de decir que sorprendentemente ha sido para mal. Leo que Boyero, por ejemplo, desaprueba esa colocación de la cámara, reuniendo la cercanía en demasía y en muchas ocasiones como si se tratase de un tercero inmscuido al que a menudo se le veda la visión total de lo que está sucediendo, acercándose al documental. Las razones esgrimidas son la falta de emotividad en la que esto redunda, cuando precisamente a mí me ha parecido todo lo contrario. Puede que La loi du marché no estremezca a uno (probablemente no lo pretenda, y con toda seguridad no es una película lacrimógena), pero no va a alcanzar más intensidad emocional que con esta manera de contar las cosas, pues ese uso del espectador como mero elemento presencial y ajeno a los hechos aporta más realismo del que cualquier primerísimo primer plano pudiera dar, y probablemente sea incluso más honesto. Lo contrario mostraría desconfianza en la propia fuerza de la historia y resultaría incluso más forzado.
damnedthoughts
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