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El visitante (The Plumber)

Intriga. Thriller Jill, la esposa de doctor Brian Cowper, está en casa trabajando en la tesis que le permitirá licenciarse en Antropología. Inesperadamente, recibe la visita de Max, el fontanero que se encarga de las labores de mantenimiento del sistema de tuberías de la casa. A Jill el comportamiento de Max le resulta algo extraño, pero a su marido y a sus amigos les parece completamente normal. Una reparación en el cuarto de baño obliga a Jill y a Max ... [+]
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
7 de agosto de 2011
15 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta historia puede parecer absurda para todo aquel que no haya tenido que sortear los servicios de un plomero o, peor aún, tener que debatir o defender ante su mujer la impericia, osadía o improvisación de estos profesionales. La mía le tiene una especial animadversión a Tato, mi plomero de confianza, y siempre me pide que llamemos a otro; le revienta que lo solicitemos por una cosa, el goteo de un grifo por ejemplo, y el sujeto acabe desmontando el lavabo, las llaves o haciendo un recambio de todo el aparataje del inodoro. El plomero siempre se excusa diciendo que las tuberías son viejas, que la presión es muy fuerte o que los repuestos no son como las de antes. Yo trato de entenderlo un poco, pero no puedo decir lo mismo de mi compañera de vida.
De una premisa tan trivial como esta parte The Plumber, un film sin merodeos, que de entrada se adhiere a los códigos del suspense (música de ritmo monótono, primeros planos insinuantes, un personaje de corte siniestro: guantes de cuero negro, chaqueta, pantalones raídos) y, que asumiendo una óptica adecuada y necesariamente femenina, transmite el agobio, indefensión y asombro que la irrupción de un inesperado e indeseado extraño produce en el hogar. Además en un hogar pequeño burgués. Y aquí quizás esté la clave de la película. El sujeto es un atorrante, arribista, tosco y, por si fuera poco, pésimo como fontanero (en un par de días destroza el minúsculo baño). Si su interlocutora fuese un ama de casa de una zona popular no habría historia: el tipo hubiese sido insultado y golpeado el primer día y ya, a otro lado con sus herramientas y su cháchara. Pero la protagonista es una académica en plan hogareño, tratando de adaptarse al papel de esposa casera mientras da término a su tesis.
El gran mérito de Weir radica en lograr una pieza de humor negro, donde para el espectador común todo parece rozar el absurdo, sin embargo hay una historia interna acerca de los miedos femeninos al abuso masculino y, dentro de este, el desconocimiento de los códigos de expresión y de comunicación entre gente de clases distintas, un enfrentamiento que termina por sacar a relucir lo peor de una protagonista que transcurre toda la historia como víctima y termina convertida en insensible victimaria. El resumen podría ser: "el sueño de la razón produce monstruos" o "no somos todo lo buenos que podemos ser mientras seamos capaces de temer a tanto".
Película breve, de discurso efectivo y fluido, donde se aprecian bien las preocupaciones narrativas y estilísticas de Weir, atraído por el substantivo de las acciones, por los personajes comunes pero de potencia vital y por los escenarios cotidianos donde asistimos, con frecuencia, a lo excepcional.
Fritz Bang
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29 de diciembre de 2008
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Realizada poco después de la magistral "La Última Ola" y con alusiones a este film por su protagonista en cuanto a su relación con el estudio sobre los aborígenes, Peter Weir nos plantea una absurda situación límite en un bloque de apartamentos en que una pareja de profesores residentes tienen que vérselas con un fontanero insoportable y propenso a la locura, de actitudes acosadoras pero sin acercarse a la pesadilla propia de los thrillers del género. Convertir lo irreal en cotidiano fue la premisa del autor de "El Show de Truman", en su Australia natal, para crear historias o situaciones tan realistas como esta, ya escenificadas en "Picnic en Hanging Rock", y que , de hecho, "The Plumber" iba destinada a la televisión antes de recibir una cordial acogida en diferentes festivales europeos.
Natxo Borràs
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2 de mayo de 2009
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quién dijo que la realidad es aburrida?? La realidad y lo cotidiano puede encerrar situaciones que caminen entre lo absurdo y la más absoluta inquietud, perturbando las vidas de cualquiera de nosotros. Cuál es el vehículo que utiliza el Sr. Weir para mostrarnos ésto?? Un simple fontanero. Uno nunca sabe a quién esta permitiendo entrar en su casa, y puede que el visionado de esta película se lo haga pensar a más de uno (y una).
Buen ejemplo de como partiendo de una situación de lo más cotidiana ó anodina, se puede llegar a provocar cierta inquietud, claustrofobia y angustia en el espectador. En mi opinión, es una lástima el desenlace creado por Weir, quizás se podría haber exprimido un poco más la naranja y haber sacado algo más de zumo, eso penaliza en gran medida mi nota.
Dicho esto, es una película que se deja ver, beneficiada por su corto metraje. Como toda la época australiana del Sr. Weir, película a recomendar y descubrir.
derek
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20 de julio de 2013
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Plumber, o conocida en español como el visitante, es una película más que interesante realizada por el director australiano Peter Weir, el hombre que posteriormente llegaría a Hollywood para realizar películas como Master and Commander (2003) o la célebre Show de Truman (1998).

Pero aún Weir estaba en el panorama australiano cuando dirigió esta película en el 1979. De hecho acababa de rodar la última ola (1977) una película que deja un profundo sello en el visitante. En realidad el visitante se puede relacionar también perfectamente con la película de Haneke Funny games (1997). Las dos comparten un argumento bastante parecido, una familia de clase alta (si bien en el visitante el director no añade hijo a la familia, por temas básicamente argumentales) recibirá la intrusión de un elemento perturbador, que desequilibrará por completo el sistema de vida de la familia. Aunque si en Funny Games la película tomaba unos derroteros (con además una clara autoconsciencia) que la llevaban a elaborar un juego metacinematográfico, dejando la crítica social en un segundo plano (pero ahí estaba, no lo olvidemos), el visitante se guía más por instinto y por una vía de thriller más convencional, aunque con unos resultados sorprendentes (el final revela que no estamos ante un thriller de sobremesa más ni mucho menos) que demuestran el ímpetu del entonces joven director Peter Weir.


Y es que Weir se encarga de recrearse en una de las pesadillas favoritas del burgués de clase alta. Imaginad una obra (de construcción) inacabable en una de aquellas casas situadas en complejos de alto standing. Ni más ni menos es lo que pretende el argumento, cuando un misterioso fontanero se introduce en la apacible vida de la protagonista principal, con tal de una realizar una revisión que aparentemente resulta rutinaria. Evidentemente no será así, y todo acabará en una vorágine que en principio parece absurdo (si lo pensamos fríamente sólo es un fontanero tratando de arreglar el lavabo de un piso) pero de la que se sirve el director australiano para elaborar unas interesantes metáforas. Esta casa era una ruina pero versión australiana.

Aparentemente, sino nos fijásemos en los detalles, veríamos que Weir realiza un thriller más. El sospechoso fontanero parece ser un personaje oscuro y maligno que realiza todas las obras con tal de fastidiar (y malograr) a su propietaria. El director no releva nunca las intenciones de su personaje misterioso, y eso hace que el público se sienta perdido, porque no sabe exactamente cuáles son los objetivos del personaje. ¿El robo? No parece el caso. Sólo un absurdo deseo de perturbado podría ser el justificante que nos explicara las motivaciones del personaje de Ivor Kants, es decir, que fuera un maníaco o un psicópata más, porque ¿Qué saca de provecho el personaje de Kants con todo aquel lío que se monta en la casa?

Todo está calculado. No elige Weir por casualidad nada en la película. El fontanero, magníficamente interpretado Ivor Kants se antepone en todos los ámbitos a su némesis femenina, interpretada por Judy Morris. El director se sirve de los dos personajes principales para elaborar una insólita historia en la que los intereses sociales estarán muy presentes. Ivor Kants representa la clase más baja. De hecho para la civilización occidental el trabajo de fontanero está considerado como uno de los más bajos (repito que para la mentalidad de la sociedad occidental, no para la de un servidor). Además el director utiliza los diálogos y el pasado de Kants para elaborar un personaje que se contrapone socialmente a todo lo contrario que simboliza Judy Morris . Representativa es la secuencia en la que Kants se equivoca gramáticamente al elaborar una frase y el personaje femenino la corrige. En diversas ocasiones Kants ya había revelado que es un personaje que no ha podido estudiar y que no se enorgullece de esto.

Todo lo contrario que el personaje de Judy Morris. Al igual que su marido está especializada en el mundo de la investigación. Más en concreto de los aborígenes de Nueva Guinea (aquí vemos la relación cinematográfica con la que la que establece esta película con la anterior de Weir, La última ola, además de otros guiños bastante evidentes). Pero pese a que el personaje de Judy Morris sea la víctima en la película vemos que hay algunas piezas que no encajan. Evidentemente tiene que sufrir las constantes vejaciones del personaje de Ivor Kants, pero entre los dos no se establece un papel de víctima y agresor, sino unas relaciones más profundas.

El final es necesario. Sin él la película carecería de sentido. No me malinterpretéis, no significa que la película utilice una vuelta de tuerca final, no (la película es de finales de los setenta y esos recursos aún no se estilaban tanto como ahora) ni mucho menos. Pero el final es lo que hace que la película pase de ser un thriller cualquiera a convertirse en una película con una fuerza tremenda. Resuelve los problemas temáticos planteados a lo largo de la obra y da a la vuelta con lo que hasta ahora el espectador había considerado como lógico en unas pautas predecibles. El lobo con piel de cordero queda al descubierto y todo el discurso social que se había vertido a lo largo del metraje cambia ostensiblemente, parece que los malos ya no son tan malos ni los buenos tan buenos. Weir lo había querido plasmar durante toda la película pero es con el magnífico plano final con el que el director consigue desvelar sus intenciones.

http://neokunst.wordpress.com/2013/07/20/ciclo-peter-weir-el-visitante/
Kyrios
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1 de junio de 2022
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ella tiene el encanto fino que da la alta educación. Sin duda es una progre (¿bien pensada?) y probablemente se auto-perciba un poquitín de izquierdas. Le toca quedarse sola en la casa, y al tiempo que elabora su tesis antropológica (o algún rollo intelectual como ese), debe contratar un plomero para hacer un arreglo. El trabajador que acude resulta bastante confianzudo. Es un laburante sucio y desprolijo, atorrante y elocuente. Maneja el encanto chapucero y la astucia que da la calle. Trabaja de plomero, pero se auto-percibe cantautor en la línea de Bob Dylan. De narrar y señalar "verdades sociales".

El trabajo se estira, y la relación entre ellos tropieza cuando ambos, casi sin querer, impulsan los complejos sociales del otro. Ella está por encima en la escala social, y no quiere ni pensar en las diferencias. Él está por debajo en la escala social, y parece no poder pensar en otra cosa. Él quiere ser un "igual", y se ofrece chistoso, pero sus comentarios están demasiado al límite, y ponen nerviosa a la estudiante. Ella quiere ser un "igual", disimular que está arriba, pero su respeto hacia el plomero resulta demasiado condescendiente, y ofende la sensibilidad de éste.

El conflicto entre ambos crece en pequeños gestos y comentarios. Sutilezas que aumentan la tensión para el deleite del buen y morboso cinéfilo... hasta que, en determinado momento, la cosa explota.

Cine social sin discursos, donde todos tienen razón, y a la vez, todos están equivocados. Casi como la vida misma, pero condensada en 90 minutos de magistral lenguaje cinematográfico.
Repoman
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