El mundo que viene

Espeluznante. Una serie B con vocación de serie Z. Comete la osadía de emplear el buen nombre de H.G. Wells y el título de la novela que él mismo adaptó en el guión del clásico "La Vida Futura"(1936), para ofrecernos un bodrio cutre cutre, una historia lamentable que nada tiene que ver con el original, con unos diálogos patéticos y unas situaciones ridículas. Apenas hay extras. Un film triste.

Jack Palance, como el visir Iznogoud, quiere ser emperador de una humanidad post-apocalíptica, pero a su vez quiere exterminarlos a todos y para ello usa a unos robots tan penosos y horribles que hacen a los cybermen y a los daleks del Doctor Who de la primera época auténticos ejemplos de diseño de vanguardia. ¡Si hasta el robot de "Supersonic man" resulta más creíble que estos robots ,que son una mezcla de una papelera con brazos de tubo de aspiradora !

La base lunar (bautizada como Nuevo Washington) es realmente un crucero de lujo y la base del villano una instalación eléctrica.

La película pretendió aprovechar el tirón de la sci-fi que produjo "La Guerra de las Galaxias" dos años antes, con uno de los actores de la primera temporada de la serie de TV "Espacio 1999". Aún es más triste la comparación cuando en la TV en aquella época teníamos al mejor Doctor Who de la historia, el 4º, Tom Baker y emitían la serie "Galáctica". Así, mientras en TV la sci-fi vivía un momento dulce, se produjo este bodrio fílmico, sin medios ni ideas. Lamentable.

Y luego hablan del pobre Ed Wood Jr., y de Jesús Franco, y de Al Adamson... Con las joyas que andan sueltas... Esta perla, de origen canadiense, no sale ni en el Halliwell. Ni en la Enciclopedia Aurum. No os lo voy a contar, porque el resumen de FA es suficiente, pero es de una tal iniquidad que, incluso ahora, me estremezco al recordarla. El guión es infecto, los F/X dan grima, con el agravante de que la estética pretende copiar en todo momento a La guerra de las galaxias. Cuanto daño hizo Lucas... Los decorados son de hermandad fallera, aunque los he visto mejores en algunas fallas, el fotógrafo no da pie con bola, y los actores... Ay, los actores. Está Barry Morse, el teniente Gerard de la serie El fugitivo, que merece el Razzie a perpetuidad: qué estulticia, qué ojos en blanco, qué ridículo tan homérico... Jack Palancas, cómo no, no desaprovecha la oportunidad de arrastrarse por el lodo entre muecas y sonrisitas sardónicas. La parejita protagonista es, simplemente, de bofetada. John Ireland asoma la jeta, despistado, unos momentos, ve lo que hay, y sale zumbando. No perdonaré jamás el trato infligido a la hermosa Carol Lynley, pequeño mito erótico de los 60, tan delicada ella, tan vaporosa ella, tan devorable ella, relegada aquí a un papelón de juzgado de guardia. El tiempo, inmisericorde, no perdona. Mención especial al tal Paul Hoffert, conocido en su casa a las horas de comer, que nos ofrece una tabarra "galáctica" que en un país como, digamos, Corea del Norte, le valdría la ejecución sumaria sin más preámbulos. Y los robots... Y los niños camuflados... Si alguna vez os topáis con este prodigio, no lo dudéis: el suicidio es la mejor alternativa.