Luther (Serie de TV)

La inglesa BBC parece haberse querido apuntar al carro de las series policiales de moda con su propia aportación al género. Considerando las credenciales de esta productora, que si por algo destaca es por un cuidado exquisito en todos sus proyectos, cabía esperar cuanto menos una solidez incontestable y así ha sido. "Luther", además de aprobar con nota en el examen de cualquier expectativa, se une a la larga serie de desengañados y problemáticos detectives europeos de los últimos tiempos, aunando unas cualidades de deducción que rozan la genialidad con una intensa problemática vital: un hombre que puede averiguar cosas impensables de los demás y sin embargo no es capaz de deducir qué camino escoger para retomar de una vez las riendas de su propia vida.

La serie es un auténtico caramelo para los que disfruten de las historias de crímenes y policías que no deriven hacia los terrenos de la fantasía ("CSI", por ejemplo) ni tampoco se muestren en exceso realistas: este equilibrio crea un entretenimiento de categoría superior, que promete evasión y reflexión a partes iguales. Los diálogos, algo irreales pero soberbiamente escritos dan el último toque a una obra que madura y va adquiriendo su propio tono y consistencia a lo largo de los seis capítulos que la componen, de momento.

Los actores son otro lujo: al frente del reparto, un Idris Elba todo talento y vozarrón y una Ruth Wilson que se sale como su perturbadora antagonista. La relación entre ellos dos es única y está llena de intensa y maligna fascinación entre dos mentes privilegiadas enzarzadas en un ajedrez sangriento.

Desde el episodio piloto, "Luther" ya viene pisando fuerte, con un inicio de infarto y un desarrollo fascinante: tras unos capítulos interesantes, la traca final deja un inmejorable regusto y la promesa de una continuación que, permiso mediante, esperemos que llegue pronto.

Una enormísima actuación de Idris Elba, bien acompañado. Tramas sobresalientemente pensadas. Momentos adrenalínicos que ponen los pelos como escarpias. El ritmo idóneo. Perfección técnica. Inteligencia. Un estilo un tanto particular que mola. Guiones dotados de cierta profundidad que se sumergen en la psicología de los personajes, asesinos incluidos.

En definitiva, todos los requisitos que se le pueden exigir a un producto policiaco.

No es de extrañar que enganche. Y, joder, cómo engancha.

Seis capítulos. Si es posible respetar la relación cantidad-calidad, que vengan más. Incluso... Luther no desencajaría en la gran pantalla. Y triunfaría, justamente.

Luther no es honesto. No es inocente. No es un buen tipo.

Deja caer a los malvados al abrazo de la muerte, desampara las obligaciones de su placa, planta pruebas falsas para incriminar a los que sabe son culpables y su único apoyo leal es una psicópata. Sufre por una mujer que un dia fue la suya y ahora duerme con otro; su elevado intelecto no logra frenar la ira que le corroe como un veneno lento. El mundo de Luther es un abismo llamado Londres y el espejo le devuelve un rostro que siente ajeno. Sólo pesa el recuerdo de la iniquidad a la que día a día tiene que encarar.

Luther es frágil. Es corrupto. Es brillante.

Se deja matar por lo que considera justo, venga con clavos y martillos a los inocentes caídos. Ama en silencio y se aleja para dar una mejor vida a lo que más quiere en el mundo, lo que nunca podrá tener. Ya no sabe qué es la calma, qué es la bondad, qué vale la pena, y sigue bordeando el vacío con la tentación de apretar el cañón contra todas sus sienes. Sólo un monstruo puede cazar a otros monstruos.

Y a mí me encanta presenciar su cruzada, tan inútil, tan falible y tan humana como la de cualquiera de nosotros… ¿O no?

Luther es un policía inteligente, temperamental, sombrío, angustiado, lleno de oscuridad interna y a la vez de un impulso vital tan enérgico que te absorbe, te mete en la pantalla y en la trama. No respiras mientras ves la serie. Te reto a verla mientras comes: es imposible, puesto que tienes que prestarle toda tu atención y te olvidas hasta de que tenías hambre. Te olvidas de que te estabas haciendo pis; te olvidas de tu propia vida.

Son 6 capítulos, todos ellos con tramas distintas y con un hilo que las une. Ese hilo es la relación de Luther con la gente: con su ex esposa y con su nuevo amante, con su jefa, con su nuevo subordinado, con sus compañeros de trabajo, con la gente a la que atrapa, con la gente a la no logra atrapar... y sobre todo, con Alice. Tienen que conocer a Alice, amigos míos, tienen que verla y escucharla. Ella es la hija que Anibal Lecter siempre deseó.

Y Luther es mi nuevo ídolo: una persona a la que no quisieras ver enfadada, pero con la que te gustaría contar como amigo si te hacieran una putada. No cabrees a Luther, porque él no es uno más. Él es una oveja que se sale del rebaño y toma el camino alternativo: ese camino que no es el bien, pero tampoco es el mal. Es un camino propio.

En el contexto de acertados comentarios sobre argumento y personajes, me animo a compartir con los lectores una notable característica estética que hacen de "Luther" un muestra audiovisual sorprendente: el hecho de que Luther disuelve el centro de plano.

Raras veces las series aportan de manierismos tan señalados como en "Luther". Si imaginan el centro de la cámara (el de la pantalla de su televisor), comprobarán que la serie privilegia las esquinas y el plano inferior (el tercer episodio es especialmente claro en este sentido). Este privilegio no es fruto de la casualidad. El seccionar de la cámara despierta una tensión creciente. Muchas veces vemos a Luther arrinconado en pantalla, ya hacia una esquina, ya en planos completos donde, a media distancia, su cuerpo apenas se asoma abajo de la pantalla. Con ello, sus creadores han decidido subrayar el desequilibrio que marca a sus personajes. Este recurso alimenta la tensión psicológica que caracteriza la serie.

Podemos ver en ello una cualidad, asimismo, simbólica. La cámara, como el ideal del detective equilibrada, pierden su centro dando lugar a una sintaxis del desasosiego.

Aporto este detalle como un rasgo más para valorar la originalidad de la serie: imperfecta a veces, retorcida en sus planteamientos, pero de brillante ejecución las más de las veces.