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Iván el Terrible. Parte II (La conjura de los boyardos)

Drama Rusia, siglo XVI. Segunda parte: Iván el Terrible vuelve a Moscú, donde los boyardos (nobles terratenientes rusos) siguen conspirando contra él y consiguen incluso el apoyo de la tía del Zar, que quiere ver a su hijo (un incapacitado mental) sentado en el trono y convertido en cabeza de la Iglesia rusa, la cual, mientras tanto, acusa a Iván de herejía. Pero el Zar se adelanta al complot urdido contra él y elimina a sus enemigos con ... [+]
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Críticas 23
Críticas ordenadas por utilidad
19 de enero de 2007
36 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tuvo problemas. A stalin no le hizo ninguna gracia que su alterego oscurizase entre dudas y crueldad. Si en la primera parte era un soñador, dispuesto a levantarse cada vez que caía, en esta segunda parte Ivan es un hombre débil, triste. Acompañado por la soledad. Su esposa fallecida, traicionado por sus amigos. Ahora no tiene a nadie que le haga compañía. Su fuerza por unir a Rusia se convierte en algo personal. Su personalidad se enturbiara. Los Boyardos decidirán matar al Zar, de cabecilla seguirá Froisiana. Cegada por la ambición de llevar a su hijo a reinar, a pesar de su clara debilidad y que le reiterara su negativa a querer serlo. Ella hará oídos sordos y seguirá cuidando a su niño (preciosa la escena en la que le canta). Vladimir coge un protagonismo que no tenía antes, jugando un factor clave en el film.

Si en la primera parte eran los ritos lo que avanzaba la historia, ahora le tocaría al espectáculo musical. Como si fuese una opera, los momentos claves tendrán un momento principal. En la obra de los tres ángeles, la canción de Froisiana y el espectaculo de la fiesta. Sobredimensionando las secuencias, dándole mucha mayor fuerza de la que ya tendrían las secuencias por si sola.

Se puede apreciar lo que pudo haber sido y no lo fue con el uso del color, en la tercera parte. Lo uso en un par de secuencias (la fiesta y el final). Muy cercano a como se usaban los filtros en el cine mudo, que enrojecían la imagen o lo azulaban. En este caso usa el rojo. Donde Ivan y Vladimir borracho le confiesa que para que querer ser Zar, Ivan dandose cuenta que tiene razón. De mientras la danza y la música reina la secuencia. Ivan al ver las intenciones que tiene el hijo de Froisana, lo llevara a su propia muerte. Lo vestirá como Zar y saldrá el primero acompañado por el séquito (todos escondidos con una capa/capucha negra, lo llevaran a la muerte como si fuesen unos espíritus mortales). Vladivir sabrá que morirá, pero seguirá su camino, harto de ser usado por su madre y desdichado por no poder vivir una vida normal.

Hay que destacar un momento, que seguramente fue lo que provoco realmente las iras del partido comunista. Ivan en un momento de la cena, llamara esclavos a todos sus aliados, es decir, al pueblo. Pasmosa valentía de Eisenstein, que se atrevió a sacarle los colores y mostrar una realidad que nadie se atrevía a decirlo y que él, por medio de la palabra de Ivan las echo. El zar de la primera parte sé convirtió en un ser patético, solitario y lleno de rencor. Convertido en una persona egocéntrica que ha dejado de mirar hacia Rusia y más a si mismo. Seguramente la ultima secuencia y que es en color fue implantando después de ver la versión que entrego Eisenstein, que vuelve al discurso de la Rusia unida que en el resto del metraje no había existido. Hay que recordar que el maestro murió antes de ver el montaje definitivo. La leyenda que fue y en la realidad que se convirtió el Zar. Seguramente Stalin prefirió la leyenda.
Eisens
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22 de enero de 2008
22 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
La segunda entrega de "Iván el terrible" mejoró sensiblemente lo mostrado en la primera parte. En "La conjura de los Boyardos" Einsestein nos cuenta la confabulación de los Boyardos en su intento de asesinar al todopoderoso Zar Iván.

En esta entrega el Zar se vuelve un ser mezquino, despreciable y totalitario. Iván deja de ser el Zar del pueblo para convertirse en el dictador del estado dominado por su propia policía. Iván se lleva por delante a todo aquel que se atreva a plantarle cara, y cuando descubre los complots organizados contra su persona no duda en asesinar a los implicados.

"La conjura de los Boyardos" es una clara crítica al Despotismo vivido en Rusia, así que Stalin la censuró y no se pudo estrenar hasta 1958, cuando el propio Stalin, y el mismo Einsestein, estaban criando malvas.

En la segunda entrega Einsestein sorprende con el uso del color. Dato, que a mí, por lo menos me dejó anonadado cuando lo vi. Me pareció una idea brillante la aparición del color en las escenas en las que se usa.

Nikolai Cherkassov continúa interpretando a Ivan a la perfección. También destaca la música y los decorados y vestuarios. Es una verdadera lástima que Einsestein no pudiera terminar de rodar la tercera entrega y que lo rodado haya sido extraviado. En fin, Einsestein nos dejó para la eternidad un gran pedazo de la Historia del Cine.
Sersolo
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22 de enero de 2008
27 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mejora la historia del Zar en esta segunda parte. Eisenstein se serena un poco, Cherkassov, mucho más comedido que en la primera parte, mejora mucho aunque sigue llevando como todo el elenco de actores sus trabajos a una exageración con la que yo no caso. Queda esta obra de Eisenstein, como un alarde técnico y un control sin igual de las escenas, pero nunca quedará como una obra imperecedera, porque amigos, y mirar como me preocupa que fusilen y refusilen, a esta “obra maestra” se le han comido las lombrices.

El tiempo no perdona a aquellas obras que no son maestras.

Ese curioso dato de que aparezca el color en cierto momento, me parece una cagada grandísima. Eisenstein demuestra que la era del color le pillo dormido. La fotografía en B/N tan enorme (para mí es de lejos lo mejor de toda esta historia del terrible Iván) y cuidada de Eduard Tissé y Andrei Moskvin se vuelve tosca y ramplona cuando aparece el color.

Enorme, como en la primera parte, la banda sonora compuesta por Sergei Prokofiev. No me produce urticaria algunas canciones y casi-bailes hechos en esta segunda parte, lo que querrá decir que no están mal planteados.

Sigue Eisenstein, atiborrándonos de primeros planos sensacionales, pero muchos de ellos innecesarios. El abuso en el uso, es un arma peligrosa.
Chagolate con churros
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21 de julio de 2012
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
La conjura de los boyardos insiste en la pintura ambivalente del poder absoluto, insistencia comprensible en alguien que vivió y trabajó bajo Stalin; de hecho, la película fue prohibida y tuvo que aguardar para su estreno a un momento en el que, fallecido aquél (y el propio Eisenstein), la persecución obsesiva de conjuradores hipotéticos o reales en la URSS dio paso a un cierto deshielo.

La película, musical más allá de la evidencia del comentario sonoro de Prokofiev, abunda en soluciones operísticas: la soledad de Iván recuerda a la de Felipe II en el Don Carlos de Verdi, y la sustitución del monarca por el hijo inocente del conspirador que ha preparado el magnicidio es simétrica a la de Rigoletto. A diferencia de Boris Godunov, el zar Iván no está abrumado por la culpa propia, sino por la ajena, a la que debe responder con su terrible justicia para mantener la unidad del Estado y así seguir (sic) la voluntad del pueblo. Antes del desenlace, en una especie de escena de ballet como las que se intercalaban en las grandes óperas del XIX siguiendo el gusto francés, la imagen pasa del blanco y negro al color, dominado por un rojo que evoca los frescos de la villa de los misterios de Pompeya, o la reconstrucción de Evans del palacio de Cnossos: la imagen revela que presenciamos un ritual bárbaro, a pesar de todas las coartadas que el maniqueísmo de la narración otorga al zar y sus consejeros.

Su musicalidad es anacrónica, propia de una película muda; también lo es su distancia respecto al naturalismo, más propia de una representación operística, como he apuntado, que de la convención del cine de los años 50. Los actores, admirables en su estilo solemne y anticuado, no requieren de la ayuda de ningún montaje de atracciones para expresar sus emociones arquetípicas: la tristeza, la astucia y, ante todo, la naturaleza excesiva de Iván; la fidelidad perruna de sus siervos, la delicuescencia del rey de Polonia, la rígida ambición del pope, la estupidez del sobrino, o la maldad casi metafísica de la tía. Respecto a Potemkin, Octubre o Que viva México, Eisenstein ha perdido parte de su furor juvenil, de su combinatoria visual inagotable: parece identificarse en cierto sentido con el zar Iván, con su cansancio, con su desengaño ante la constatación de que sus poderes son siempre limitados, e incapaces de transformar el mundo a imagen de sus deseos. A pesar de todo, aun con mayor estatismo, la fuerza de su creatividad se mantiene en el sentido de la composición, que mantiene viva a esta extraña película.
el pastor de la polvorosa
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13 de agosto de 2010
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Segunda parte de "Iván el terrible", me gustó aún más que la anterior, y eso que formalmente carece, salvo en alguna ocasión, de secuencias tan espectaculares como aquélla.

Iván regresa a Moscú amparándose en el apoyo popular que tan hábilmente había fomentado y comienza a urdir su venganza sobre los boyardos, conjurados ahora para destruirle definitivamente, conscientes del peligro que corren no ya sus privilegios, sino sus propias vidas. Iván recurrirá, además de a su nueva guardia personal, la "oprichnina", a la astucia y al maquiavelismo más puros para alcanzar sus objetivos, pero al tiempo verá surgir en su interior dudas y contradicciones anteriormente inexistentes. Y es que en esta segunda parte, el personaje de Iván cobra una dimensión dramática superior, convirtiéndose en una figura plenamente shakesperiana; así, es plenamente consciente y tiene la certeza de qué es lo que desea y cómo ha de obtenerlo, pero al tiempo duda, se pregunta si tiene derecho a actuar del modo en que lo hace, y se siente amargado por la inherente soledad que aqueja al poderoso. Por tanto, Iván se debate entre la humana necesidad de la amistad y la política imposición del aislamiento, y Eisenstein logra mostrar esta evolución psicológica con absoluta sensación de veracidad.

Como ya he comentado, visualmente no resulta tan fastuosa como la primera parte, abundando más en este caso los primeros planos, atentos a los sentimientos de los personajes, y el expresionismo que caracteriza a la fotografía de interiores, a cargo de Moskvin. Sin embargo, las secuencias finales, la de la fiesta (rodada a color), y la de la catedral (Shakespeare no la hubiera concebido mejor), además de suponer el clímax dramático de la obra, son realmente brillantes desde un punto de vista formal. Sin nada nuevo que decir acerca de interpretaciones, música, vestuario y decorados, que mantienen la calidad ya reseñada en la primera parte, sí me pareció que el guión mejoraba ostensiblemente, a medida que profundizaba en las inquietantes dudas de Iván.

Una verdadera lástima que Eisenstein no pudiera completar la obra con una tercera parte, "Los combates de Iván", de la que apenas realizó veinte minutos, antes de su prematura muerte.
Continúa en spoiler, sin revelar detalles.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Quatermain80
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