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La colonia penal

Drama Una periodista va a hacer un reportaje sobre una isla del Pacífico, antigua colonia penitenciaria que se autoproclamó república independiente. Ella se encuentra con el dictador social demócrata Llanes y observa el funcionamiento de esta sociedad conformada exclusivamente por hombres uniformados que parecieran no existir y se comportan según la voluntad de Llanes. (FILMAFFINITY)
Críticas 1
Críticas ordenadas por utilidad
19 de noviembre de 2013
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Tan razonable como representar una prisión de cierto género por otra diferente, es representar algo que existe realmente por algo que no existe”. Daniel Defoe.
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A un país multicolor, que pasa de colonia penal a colonia estadounidense, luego a República independiente o viceversa –y tiro porque me toca–, llega un informador a redactar, redundantemente, un informe.

A partir de ahí la excentricidad se hace cargo de la propuesta. Ruiz no propone una denuncia abierta y clara de las venas abiertas de América Latina (en concreto un Chile convulso y pre-Allende… y lo que vendría), sino que opta por el tono irónico y burlesque. Un tono que, analizado ahora, tropemil años después, supone una metáfora no solo sobre las tensiones del contexto puntual, sino una visión general y profética de lo que habría de llegar. Y no por artes adivinatorias, sino porque los polvos suelen traer lodos.

La tortura y ejecución (punto de partida kafkiano del que bebe la propuesta; más general el relato, más localista el film) es un juego ambiguo que se oculta entre las sombras. Brutal pero mentiroso. El realizador nos ofrece la alegoría de la represión de aquellas tierras mediante equipajes registrados, preguntas sobre torturas, evasivas, cánticos, idiomas extraños, “balones fuera”… Así la denuncia toma forma de sátira y absurdo. Como, pensaría Ruiz, es el juego de poderes totalitario, terrateniente y populista de Sudamérica.

El observador como testigo callado, miedoso y cómplice de la ópera bufa de una política bananera de alternancia de poderes: tiranos, izquierdas populistas, juntas militares, intervencionismos internacionales, vías hacia el socialismo... De ahí la atmósfera de carnaval ebrio y su(b)rrealista. Al final, y más allá de la intención política de Ruiz (que imagino menos proclive a repartir culpas), aquello nos llega como un enorme potaje de despropósitos donde la libertad, los derechos humanos, el pueblo y la inflación siempre salían perdiendo. Y que cada uno clasifique por orden de prioridad.
Bloomsday
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