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El rostro

Drama. Terror Suecia, mediados del siglo XIX. Dentro de un vehículo sumergido en la niebla, viaja una compañía de artistas ambulantes, cuyo jefe es el doctor Vogler, mago e hipnotizador que va acompañado de una anciana bruja, experta en pócimas de amor, y de su mujer y ayudante. Al pasar por una ciudad se convierten en el blanco de las burlas y humillaciones de un comité encabezado por el cínico doctor Vergerus, un médico que le pide a Vogler una representación. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 31
Críticas ordenadas por utilidad
30 de septiembre de 2005
73 de 81 usuarios han encontrado esta crítica útil
En esta cinta, Ingmar Bergman se recrea en algunas de sus obsesiones: el misticismo y lo inmaterial vs. el racionalismo y escepticismo (la ciencia, en definitiva). Evidentemente, están también las archisabidas referencias a la muerte, los bajos instintos y la búsqueda de refugio en esos ¿artificios? místicos a los que recurrimos ante la desesperación de la extinción de la propia existencia. Todo confluye en un final extraño, cercano al género de terror (acertada la vinculación entre esta película y Edgar A. Poe; su desenlace parece sacado de uno de sus relatos).

Los temas, por tanto, son variopintos. Los sucesivos encuentros de los personajes (todos aportan algo) sirven para que se vayan planteando cuestiones, a veces incluso empleando, cosa rara en el sueco, el sentido del humor. Especialmente interesante es la reflexión (latente durante todo el metraje) sobre el cine. Son varias las ocasiones en que el vínculo entre lo narrado y el propio cinematógrafo es evidente, haciendo patente la reflexión sobre el cine como truco o ilusión. Para gozar del cinematógrafo (del arte en general) hay que entrar en ese juego del engaño y de la cuarta pared.

La realización, la iluminación y el blanco y negro (con mucho contraste y nitidez) potencian un cierto expresionismo, acrecentado por los afilados primeros planos (sobre todo de von Sydow) y un cierto preciosismo en la forma de corregir, mediante leves pero agudos movimientos, las posiciones de la cámara. Una película por ello a ratos recargada y gótica, tramposa en su parte final, pero que ensambla perfectamente fondo y forma.

En todo caso con Bergman, Tarkovski y tantos otros autores, es más relevante la conexión emocional que la pura comprensión. Siempre defenderé que estas películas no son aburridas sino personales y, por tanto, difíciles (estamos accediendo al interior de una sensibilidad ajena y, probablemente, superior a la nuestra). Hay que hacer propias primero esas obsesiones (y no siempre el plano racional es el más adecuado o el único para ello) para poder valorarlas. Pero esto pasa en cine, literatura, pintura (la eterna y aburridísima discusión e incomprensión sobre lo abstracto). Búscate en lo que te cuentan, entiende los postulados que te plantean, y luego juzga. En caso contrario, corremos el riesgo de reducir lo que vemos a nuestras propias limitaciones.

Por eso aquello del "nada es verdadero, nada es falso" que tanto le gustaba a Bergman puede que cobre plena significación aquí y nos sirva como principio rector con el que acercarnos a su cine (sobre todo cuanto más nos acerquemos a su obra capital, 'Persona'). "Nada es verdadero, nada es falso"; una ambigüedad que encaja perfectamente con el final de opereta de este film, que cierra "burlesque" el gran guiñol al que hemos asistido.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Bloomsday
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9 de mayo de 2012
28 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera vez que vi esta película quede muy decepcionado. (Por cierto el mismo día que "En el Umbral de la Vida", que me encantó).

“El Rostro” era la película de Bergman que más ganas tenía de ver: por su magnífico casting, por ser una de las favoritas de Woody Allen, por todo lo que había leído aquí, por Von Sydow con ese look tipo Ming en "Flash Gordon", por Ingrid Thulin guapísima haciéndose pasar por chico, por la siempre sugerente Bibi Andersson, por mi amado Gunnar Bjornstrand, por el ambiente de película de la Hammer; pensaba que lo tenía todo... y al ponerme a verla comenzó el desconcierto. No tenía muy claro si estaba asistiendo a una película de suspense o a una comedia teatral (lo que no me permitía disfrutar ni de los gags ni de la intriga) y luego tuve la decepción de que al final todo era un engaño, una comedieta disfrazada de otros géneros.

Jugar en dos campos temáticos tan opuestos a la vez es peligroso, porque puede pasar que no hagas ni gracia, ni crees suspense (aunque Polanski lo hizo de maravilla en “El Baile de los Vampiros”), o que engañes al espectador (como aquí ocurre) y al final se sienta defraudado precisamente por ese engaño, como me pasó a mí. Una revisión de la película (en su versión original) mejoró bastante mi impresión.

Ahora soy consciente de que “El Rostro” es una gran tomadura de pelo de Bergman. Una comedia teatral de misterio a través de la cual intenta demostrar al espectador que a veces “los sueños y la magia pueden triunfar sobre la ciencia y el intelecto”. No en vano, Bergman comentó que esta película era “una broma acerca de la constante lucha que tenían algunos críticos de la época con su cine”. La realidad contra la fábrica de los sueños, en la que él mismo es Vogler, Harry Schein (crítico de la época y marido de Ingrid Thulin) es el científico incrédulo, e Ingrid Thulin es Ingrid Thulin, siempre defendiendo la obra de su maestro Bergman frente a las críticas de Schein. Vista así, la película toma otra dimensión y gana muchos enteros.

Como mayor pega, pienso que (aunque “El Rostro” está muy bien ambientada y muy bien interpretada, con diálogos ingeniosos y ácidos) el humor y el suspense se resienten de estar raramente dosificados a lo largo del metraje. Bergman comentó que el guión original contaba con bastantes más gags cómicos de los que luego terminaron en el montaje final. Y es que, en otras de sus películas, como “El Séptimo Sello”, el humor y la metafísica se encuentran bastante más equilibrados. En “El Rostro”, la dosificación es más rara, quizás debido a que el tono sombrío de las escenas de suspense que envuelven a Max Von Sydow (con su sobrecogedora mirada) chonca brutalmente con el tono cómico de las escenas de vaudeville de las bodegas, por poner un ejemplo, haciendo dudar al espectador constantemente de a qué tipo de filme se está enfrentando.

En definitiva, una gran farsa, impecablemente realizada y muy entretenida, que mejora con cada revisión.
borja murel
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29 de abril de 2009
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bergman explora dos de sus temas de siempre: la carga de la vida y la ¿liberación? de la muerte, de la forma que tanto le gusta, y nos gusta: el misticismo, las cargas personales, la tensas relaciones, pero además esta película incluye un tema oculto, que es la crítica cinematográfica.
Bergman, tuvo una pelea, muy comentada con un crítico en su época de director teatral, que según Bergman, lo venía persiguiendo, criticaba mal todas sus obras, entonces en un momento en un teatro, Bergman lo vio, se le acercó lo tomó de las solapas del abrigo y empezó a sacudirlo, no llegó a golpearlo, pero por supuesto el crítico hizo una denuncia a la asociación de críticos suecos, hubo una demanda, una fianza, lo habitual. En un reportaje que le hicieron a Bergman ya con 82 años, contó que le resultó dado que lo había dejado de perseguir este crítico pero que nunca había dejado de odiarlo por lo que le había hecho.
Aunque el crítico ya había muerto.

En esta película vemos la relación del mago-cineasta que hace uso de la ilusión, de la magia, para deslumbrar y se encuentra con una persona, un crítico-racional que lo persigue a través de toda la película hasta que recibe su "merecido" Luego del cual digamos que se recupera, pero ya no puedo criticarlo igual, y el mago recibe su compensación.

Tiene muchas lecturas más, el desencantamiento del mundo, el avance del racionalismo que va mostrando los trucos detrás de la magia; Bergman fue sincero, no quiso decir, si existe la magia, pero la magia no deja de tener su encanto, por más racionales que seamos.

De la estética qué más se puede decir, casi perfecto como siempre, las actuaciones, la fotografía, las sombras, el guíon, te sumerge en el cine como nadie. Yo la vi en un cine, en pantalla grande en un auditorio en realidad, hay muchos momentos atrapantes, tensos. Pero el mejor creo que fue ese momento de terror luego de la autopsia.
Y las miradas de Max von Sydow; el sutil pero no tanto, erotismo, el humor alegre; la elegante belleza de Ingrid Thulin; y la inigualable y deliciosa Bibi Anderson.

"-Temo tu sonrisa, temo tu benevolencia"
Nicolás
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30 de noviembre de 2014
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Y no cesa de admirarme la audacia de Bergman.
Hijo de un pastor luterano (nadie ha filmado la biografía de sus propios padres tan magistralmente como Bergman en "Las mejores intenciones"), y por lo tanto conviviendo con una fuerte presencia de lo religioso desde su más tierna infancia, cuestionó descarnadamente la existencia de Dios desde el formato en que mejor sabía hacerlo, el cine. Partiendo de ese principio, el del escepticismo y el cuestionamiento de la fe, se aglutinan todos los temas que más debieron de atormentarlo y fascinarlo: muerte, soledad, locura, lo engañoso de la apariencia, lo relativo de la verdad, amor, odio, deseo, espiritualidad, miedo, culpa.
En cada película de su extensa filmografía adoptaba una vertiente distinta sobre la relación humana con Dios y de las personas entre sí. Desde sus inicios neorrealistas hasta su definitiva evolución de cine psicológico, ha plasmado las mayores dudas existenciales, dramas familiares (padres e hijos, hermanos, matrimonios, amantes), alegorías tanto en clave de drama como de comedia, los abismos de la locura y la desesperación, probó con lo experimental (la inclasificable "Persona") y cada vez se volcó más en las profundidades del alma, tortuosas e imposibles de abarcar.
Jamás ofreció respuestas. En cambio, fue un genio en recrear los interrogantes de eso que llamamos espíritu y que puede que no sea ni eso, que sólo sea una floritura con la que designar una dimensión que la pura biología, la selección natural, nos ha colocado.
Entre las innumerables facetas de las que podía tratar, Bergman escogió en "El rostro" la de la superstición, la credulidad, o la tendencia a dejarse seducir por lo inexplicable. Situó la acción en una época propicia para provocar el choque, mediados del siglo diecinueve. Una fiebre científico-tecnológica se extendía como la pólvora, y multitud de inventores transformaban el panorama mundial. La electricidad, las máquinas de vapor, las aplicaciones del gas y el petróleo, el nacimiento de la fotografía, el ferrocarril, los avances en economía, medicina, física, química, astronomía, el florecimiento en general de todos los campos, iba gestando, entre los círculos acomodados e intelectuales, una nueva generación de adeptos a la ciencia y detractores de la superchería y charlatanería, incluido el mismo Dios. Era un tipo de arrogancia que, creyendo tener en sus manos la respuesta, renegó de la humildad que supone la duda (paradójicamente uno de los dogmas de la ciencia), la admisión de que hay cosas que escapan a la razón y fuerzas y fenómenos que nos superan. La soberbia de creerse por encima de la Naturaleza, por encima de lo desconocido.
Preguntémonos por qué han ejercido tanta atracción, desde los albores del tiempo, las creencias religiosas, las supersticiones, los "cuentos de viejas", el ilusionismo, lo puramente irracional. Tendemos a afirmar que son los ignorantes los que caen en esos cuentos chinos (y muchos pícaros se han aprovechado de esa ignorancia), pero olvidamos que todos sin excepción tenemos una zona muy primitiva y enterrada en el cerebro, heredada de ancestros reptilianos de hace millones de años, y que esa zona ejerce una poderosa influencia sobre nuestras reacciones, más que el superficial córtex. Ningún razonamiento es rival para el instinto, el miedo, la ira, los deseos.
El genio sueco presenta la dualidad entre ambas facetas eternamente enfrentadas, como dos imanes que se repelen al juntar los polos iguales. Y el punto de partida precisamente es un "magnetizador", un mentalista, hipnotizador y prestidigitador cuyos espectáculos ambulantes causan sensación entre el vulgo. Entre escenarios expresionistas evocadores del cine mudo alemán, una pequeña compañía de faranduleros llega a una ciudad donde es retenida por un aristócrata local y las autoridades (el comisario y el médico), con la intención de burlarse de sus "habilidades" y por lo tanto poner al descubierto las mentiras con las que engatusan a un montón de crédulos.
Se destaca la importancia de que el artista errante sea un buen actor; más que lo que hace, lo que cuenta es cómo lo hace y el modo en que juega con la sugestión. El "mago" debe presentar la imagen adecuada (de ahí el título de la película, "El rostro", la apariencia) y usar trucos con los que confundir y sorprender al público. Crear la atmósfera propicia para que el subconsciente de los espectadores crea que lo que presencia es cierto aunque a alguno su razón le diga que no lo es, pero como ya dijimos el cerebro reptiliano es más potente. Así que la sugestión actúa como placebo y llega a originar en los asistentes al espectáculo las reacciones hacia las que el mentalista los ha dirigido.
Los arrogantes que cuestionan su profesión los invitan a pasar una noche en la casa del aristócrata para que al día siguiente exhiban su número delante de ellos. Y como es habitual en las películas de Bergman, será una noche toledana. Todos los personajes actuarán en un juego de máscaras donde unos y otros se las quitarán (la noche suele tener ese efecto), y cada cual cederá a impulsos íntimos de su naturaleza, lujuria, búsqueda de compañía, ansia de consuelo, envidia, rabia, desazón, tristeza... Los detalles simbólicos y los diálogos, esos diálogos punzantes y a veces difíciles de escrutar, impregnan cada escena alcanzando cimas de genialidad en ciertos pasajes.
Como cuando el médico escéptico suelta, a propósito de la mudez del mago, eso de: "Dios permanece callado, como el prestidigitador. Son las gentes las que hablan".
Creo que es una de las frases más lapidarias de todos los guiones de Bergman. Y un contundente golpe a la fe.
Por eso él era tan audaz. Porque desmontaba el mito de lo divino con esa pasmosa sequedad. Y describía el libertinaje con extraordinaria llaneza. El sexo estaba omnipresente sin que mostrara escenas de cama.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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17 de abril de 2023
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Trucos terrenales con empaque divino. Efectismos del subconsciente. Majestuosa proyección del mísero. Equilibrio de humildad y autoconsciencia.

Bergman y la alegoría religiosa. Humaniza luchas de fe y osadías de rechazo. Juega con la mística, la presión y la fama. Su profundidad de personajes proyecta realidades biográficas. La opresiva atmósfera libera toxicidades enquistadas. Armoniza opuestos sin entorpecer el discurso.

Argucias del artista perfecto. Milagros de un dios sugestivo.
La puerta de Tannhäuser
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