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Más allá de las colinas

Drama Después de haber vivido varios años en Alemania, Alina se reúne con una amiga en un aislado convento ortodoxo rumano. Su amistad se remonta a la época en que, siendo niñas, se conocieron en un orfanato. Alina pretende que su amiga vuelva con ella a Alemania, pero ésta se niega porque no sólo ha encontrado refugio en la fe, sino que las monjas constituyen su familia. (FILMAFFINITY)
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Críticas 25
Críticas ordenadas por utilidad
17 de julio de 2013
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algunas cosas de las que habla la película:
- Rumanía es un país con grandes problemas económicos y sociales.
- La religión es en el fondo una gran broma absurda; un sistema hipócrita y retorcido mediante el cual se mata la vida; un entramado de dogmas que si es tomado al pie de la letra (aunque sea con buenas intenciones y desde la bondad y la inocencia) causa dolor y es muy peligroso.
- Cuando estamos perdidos, solos y tenemos mucho miedo al mundo, nos agarramos a lo que sea.
- La soledad cuando es de verdad es insoportable, te lleva a la locura.
- La utopía tarde o temprano demuestra su inconsistencia.
- La imposibilidad de la comunicación: somos demasiado egoístas y obtusos como para poder entendernos.
- El amor está condicionado por las circunstancias y el tiempo; cuando se alteran estos factores, disminuye o desaparece.
- Si profundizas en un conflicto, lo observas con detenimiento e intentas entender a todas las partes, entras en un bucle paradójico que se repite sin cesar, empeorando y haciéndose cada vez más complejo e inexplicable.
La historia es buena aunque se hace un poco pesada. Es terriblemente compleja y esconde, bajo su apariencia de narrativa sencilla y realista, humor, escepticismo y, también, comprensión y compasión.
Recuerda a Buñuel, von Trier y Bergman, aunque con menos sarcasmo, histerismo y solemnidad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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7 de enero de 2013
20 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Provenga de donde provenga, la humildad siempre debe preceder cualquier tipo de reflexión, una humildad propia del que es consciente de las evidentes limitaciones que se imponen al alcance de su conocimiento sobre la realidad por una mera cuestión de experiencia vital, las más de las veces. Sin embargo, tal necesidad no debe imponerse al individuo provocando una parálisis que le impida expresar su parecer, simplemente se trata de ajustar la perspectiva en base a un ejercicio de responsabilidad y respeto, para con uno mismo y para con los demás. En este sentido, el visionado de “Más allá de las colinas”, así como el seguimiento de la crítica han despertado en mí el deseo de compartir algunas impresiones y reflexiones con aquellos que pudieran y quisieran recalar en mis palabras.

Para empezar tengo la sensación de que algunas de las interpretaciones que Mungiu regaló a la prensa en torno a su propia obra o bien son mera carnaza para contentar a un público y una crítica muchas veces hipócrita que se escandaliza ante la miseria ajena y pasa de puntillas sobre la propia o bien han sido terriblemente malinterpretadas. Podría tratarse de ambas cosas, ninguna sería extraña. Lo que está claro es que el director rumano nos muestra una historia de víctimas –que no víctima, como muchos querrán ver en la película– en un país donde nada parece funcionar y en el cual, sorprendentemente, la vida sigue adelante. No se trata de recurrir a la mera falacia, pero es cierto que basta con acercarnos a nuestros amigos, vecinos y compañeros de trabajo rumanos para constatar que las cosas son así –aunque muchas veces nos neguemos a enriquecernos de su experiencia–. Desde mi punto de vista, en esta idea de que la vida sigue es donde se encuentra la clave para comprender la condición de este tipo de víctima, que no es precisamente la del sujeto pasivo, sino la de uno con un amplio margen de maniobra dentro de los acotados límites que le impone su situación. Efectivamente, Mungiu nos muestra una sociedad sin escapatoria, que elude su propia responsabilidad al tiempo que la asume, que trata de sobrevivir mirando hacia otro lado, que sólo aborda el problema en el momento que se encuentra de bruces con él, y así es como la vida sigue, con mucha más pena que gloria, por decirlo de algún modo. Pero, sobre todo, como digo, una obra con alcance universal donde unos de espaldas a otros, cruzando inevitablemente sus variopintos caminos en el discurrir de los días, de uno u otro modo pero siempre en el sentido más esencial, todos son víctimas.

La crítica es frívola en su trato a esta obra que no sólo da muestras de un profundo y admirable compromiso social e histórico, sino que pone de manifiesto su adscripción a una manera de hacer cine que en los últimos tiempos sólo se ha visto de una manera tan clara, definida y brillante en Rumanía. Es entonces cuando uno se pregunta qué se espera del cine desde determinados sectores supuestamente entendidos, máxime cuando tantos artistas han luchado por liberar de las tenazas del poder un instrumento de vital importancia en la configuración y reafirmación de las cosmovisiones y costumbres de las sociedades. Personalmente, yo me quito el sombrero ante una obra como ésta que asume en toda su crudeza la descarnada realidad de su momento histórico.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
davilochi
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5 de septiembre de 2015
27 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más allá de las colinas, más allá de la incomprensión de esta sociedad europea hiperburocratizada, a la cual cada vez le resulta más incomprensible la dimensión religiosa del ser humano, dada su variadísima programación social antireligiosa.

Magnífica película de Cristian Mungiu, realmente extraordinaria, de una dimensión especial no apta para la multitud de «zombis» que hoy en día forman parte de nuestra civilización europea («zombis» la más de críticos con la religión cristiana pero súper adictos a todo tipo de drogas como el fútbol, andar callejeando de noche, consumir en bares y festejar todos los días, semanas, meses y años sin fu ni fa, entre otras imbecilidades de gran auge). Ante tanta vulgaridad de europeismo materialista contemporáneo, Mungiu nos cuenta que en un lugar de Rumanía, más allá de las colinas de una ciudad, hay una comunidad de monjas cristiano-ortodoxas con un sacerdote de la misma religión que viven en paz, que rezan a Dios y practican la misericordia con el prójimo.

Se pueden sacar muchas lecturas de esta excelente película de temática religiosa. Mi lectura es que en la actual Europa, el cristianismo existencial como forma de vida (no me refiero al cristianismo folklórico de fiestismo-beodismo o de paseo con algarabía y consumismo de imágenes o estatuas de la pasión de Cristo) ha quedado relegado a más allá de las colinas y cuando los funcionarios a sueldo de esta sociedad europea (aquí representados en una escena crucial por una médica de hospital de las que no saben ir más allá de la programación universitaria en la que se le enseñó a señirse al trámite burocrático) se topan con este tipo de vida raro e incomprensible para ellos, como desde la escuela, la universidad y en general el clima soporífero-materialista social de hoy en día, se les ha inculcado una deformación prejuicioso-negativa del concepto religioso o religión, pues son incapaces de la más mínima empatía; o sea, exactamente igual que le ocurre a los actuales burócratas de Europa, pomposos de aire acondicionado y confort que omiten al cristianismo expresamente de la Constitución Europea y lo sacan de las escuelas con una ignorancia y una mala fe típica de los «políticos incultoideológicos», que no saben algo tan real como que el cristianismo ha sido y es elemento esencial en la constitución de la cultura europea desde hace dos mil años. No hay más que comprobar como Europa, por sus valores cristianos, es la que acoge a miles y miles de refugiados y emigrantes islámicos año tras año y por el contrario no ocurre igual por parte de los países ricos del Islam más próximos geográfica, cultural y religiosamente a esas gentes necesitadas.

Fej Delvahe
Fej Delvahe
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17 de noviembre de 2012
15 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director de 4 meses, 3 semanas,... sigue dirigiendo muy bien. Sus planos secuencia son en ocasiones apabullantes, y sus actores parecen robados de la no ficción. Aquí hay monjas que son monjas, curas que son curas, y locas que están locas.

El problema de esta película son las reiteraciones. En concreto lo que podríamos llamar efecto "Pedro y el lobo", a saber: la primera vez que a la protagonista la interrumpen para decir que su amiga loca está haciendo locuras, que vaya corriendo a ver qué pasa, esto crea ansiedad en el espectador. Pero si este mismo mecanismo se utiliza cinco veces, a la quinta casi que le da la risa. No llega a ser aburrida, pero ciertamente sus 150 minutos se hacen muy largos.

Por otro lado he de reconocer mi incapacidad para la inmersión en capas profundas de la historia, pese haberlo intentado desde el comienzo. No sé a dónde va esta película, más allá de documentar los sinsentidos vitales de sus protagonistas. Se me ha escapado. Sólo me quedaré con su forma, una aceptable fusión entre lo "berlanguiano" y lo "buñuelesco".
trivijuan
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14 de diciembre de 2013
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cristian Mungiu es de contar historias muy duras. En Rumanía lo del sueño americano no se estila. Está todo lo lejos de Hollywood que se pueda estar. Advierto a quien no lo conozca: es muy sobrio rodando. Le va la grabación pseudo-documental, con cámara al hombro. No emplea un dineral en efectos especiales, pero hay que alabarle su delicado tratamiento del sonido. Los matices de las voces originales, los sonidos cotidianos, las pisadas en la nieve. No sé por qué me encanta oír todas esas cosas minúsculas a las que a menudo ni prestamos atención. Esa es toda la banda sonora que suele incluir. Y narra testimonios estremecedores, basados en la vida real.
Y es que en Rumanía, como en tantos lugares, al cine le cuesta ser una fábrica de sueños, viviendo un profundo drama social en cada esquina. Mucha pobreza, emigración masiva tras la caída del comunismo. El país intenta levantarse como puede. Nada más fuera de lugar que películas de cuentos de hadas en los que incluso a muchos niños les costará creer, porque crecer en las calles te quita pronto las ganas de soñar.
Y Mungiu retrata esa Rumanía herida, convulsa, emigrante.
Ahora ha dirigido la mirada a los orfanatos, a la iglesia ortodoxa y al sistema sanitario. Una mirada inclementemente acusatoria de cómo las personas que sufren de abandono crónico son como pelotas zarandeadas de un lado a otro en un Estado que no sabe bien cómo hacerse cargo de ellas. Los orfanatos no son ningún idílico jardín de infancia. Se hace alusión al bullying brutal al que están expuestos los niños huérfanos, el acoso constante, los abusos físicos y sexuales tanto por parte de sus mismos compañeros, como de adultos sádicos y pederastas que se encuentran en su entorno cercano. Muchos de los que consiguen llegar a mayores, llevan tal carga de heridas (la mayoría invisibles) que nada se las puede borrar.
Una de esas chicas se llamaba Kitza en los libros de la escritora Tatiana Niculescu, y Voichita en el drama de Mungiu. Otra era Irina en el primer formato, y Alina en el segundo.
Ambas crecieron juntas en un orfanato, y en el presente Voichita ha profesado como religiosa en un convento ortodoxo. Alina ha estado trabajando en Alemania y ha regresado para visitar a su amiga. Cuando se reencuentran en la estación y los recuerdos bombardean, empezará para las chicas una etapa de ruptura total del precario equilibrio que habían conseguido establecer en sus vidas. Voichita por fin era feliz, en el seno de Dios. Alina, llena de rabia interior que ha controlado a duras penas durante los años de emigración, absorbida por el trabajo, quiere ahora recobrar la felicidad que sólo conoció en el pasado junto a Voichita. Pero descubre que todo ha cambiado...
El mayor inconveniente es el exceso de metraje, pero el director rumano ha vuelto a ponernos enfrente un punto candente. Nos equivoquemos en nombre de Dios, en nombre de la ciencia, en nombre de la burocracia o en nombre de lo que sea, alguien pagará por el error.
Y, como pasa siempre: cuando lo que está averiado es el espíritu, es muy difícil arreglarlo.
Nadie en el cielo ni en la tierra nos va a dar las respuestas, y seremos como niños inexpertos jugando a ser Dios.
Vivoleyendo
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